SANTA MARÍA DEL MILAGRO JUNTO A SAN CELSO
-Por la redacción-
La hermosa, sencilla y curiosa historia de una bella y antigua iglesia mariana ubicada en Milán, Italia.

El comienzo de esta historia se remonta al año 395. Como refiere Paulino de Milán, biógrafo de san Ambrosio, ese año, «en un cementerio fuera de la ciudad» en una localidad llamado de los “tres Moros”, en dirección sur, fue hallado el cuerpo intacto del mártir Nazario. «Su sangre estaba aún tan fresca como si hubiera sido versada ese mismo día, su cabeza, que los impíos habían cortado, tan íntegra e incorrupta con su cabello y barba, que parecía lavada y arreglada en el momento mismo en que era exhumada», escribe Paulino, que dice que fue testigo ocular.
Los impíos a los que se refiere el biógrafo son los verdugos de Nerón; Nazario, según la tradición, fue bautizado por el papa Lino y murió durante las persecuciones neronianas.
La crónica de Paulino sigue refiriendo que el obispo Ambrosio hizo llevar el cuerpo, «compuesto sobre una litera», a la basílica recién construida en la vía que iba hacia Roma y dedicada a los santos apóstoles (y que desde entonces fue llamada de los Santos Apóstoles y de Nazario).
Luego el obispo quiso volver a los “tres Moros”, para «rezar» en el lugar donde, según la tradición, estaba enterrado otro mártir, Celso, el mártir niño, que había querido seguir a Nazario, dejando su Niza natal, y que murió, como él, durante las persecuciones neronianas.
Noticias dignas de crédito, subraya Paulino, dicen que en aquel cementerio se halló poco después también el cuerpo de Celso. Esta vez Ambrosio ordenó que no se cambiaran de lugar los restos. Hizo construir una capilla, una “cella memoriae”: mandó colocar debajo del altar la tumba del mártir (el sarcófago del siglo IV aún se conserva en el actual santuario). Luego en un nicho situado detrás del altar, mandó pintar una tierna imagen de la Virgen con el Niño protegida por una reja. En el transcurso de los siglos, el área siguió desempeñando su función simple y tradicional de cementerio cristiano.

La imagen que Ambrosio mandó pintar permaneció siempre en su sitio, protegida por una simple reja, al lado del sepulcro de san Celso. Los peregrinos seguían rindiéndole homenaje. Y si el tiempo atenuaba los colores y el contorno, siempre había alguien que los arreglaba y avivaba.
En torno al año 996 el arzobispo de Milán, Landolfo de Carcano, decidió construir un edificio más amplio, para acoger a los peregrinos cada vez más numerosos. En 1430 Filippo Maria Visconti, duque de Milán, ordenó construir, al lado del antiguo edificio de 996, un edificio con más capacidad.
En la nueva iglesia cabían hasta trescientas personas, como refieren con precisión muy milanesa los historiadores de la época. Y precisamente eran trescientas las personas que estaban presentes aquel 30 de diciembre de 1485, cuando ocurrió el hecho que marcó la historia de este lugar.
El milagro de la Virgen que se mueve en la pintura
Celebraba la misa, en la iglesia abarrotada, el padre Pietro Porro. Era un viernes, hacia las 11 am. De pronto, la figura, aunque casi difuminada, de la Virgen comenzó a moverse. Primero levantando el velo que, tras la reja, la protegía; luego, abriendo los brazos, y por último, uniendo las manos. También el Niño pareció insinuar una bendición a los fieles.
«Según los presentes, hubo una explosión de conmovedor entusiasmo», escribe el más documentado historiador del santuario, Ferdinando Reggiori, «que continuó y duró días enteros; acorrían los suplicantes, invocaciones de desgraciados y enfermos, gracias y curaciones: la ciudad entera estaba turbada».

Los testimonios, que en pocos meses llevaron a la aprobación eclesiástica (que se dio el 1 de abril del año siguiente), se conservan aún en el archivo del santuario. Verdaderas actas “registradas” una a una, con meticulosa precisión, testimonios de fieles de todas las condiciones y de todos los orígenes, todos ellos presentes durante el “milagro”. Este es uno de los muchos:
«El año 1486, la tarde del sábado 7 de enero […] se presentó Giovanni Battista Stramitis, de Ambrogio, carpintero. residente en puerta Ticinesa, de la parroquia de San Giorgio al Palazzo que, invitado a decir la verdad…». El simple carpintero contó lo que había visto una semana antes. Sigue diciendo el acta: «Durante la última oración después de la comunión vio […] el rostro de la Virgen que se movía y parecía vivo, como el de una mujer que se asoma a la verja. En el mismo momento se oyó gritar “¡misericordia!” en medio del llanto de los presentes. Y el velo que estaba delante de la reja se movió hacia arriba y luego cayó y se vio a la Virgen en la misma postura y así se quedó por lo menos durante un par de Avemarías».
No sucedió nada más. Ni una palabra, ni una recomendación. Simplemente, como Ambrosio había dicho en sus predicaciones, María se había presentado, por bondad, como había hecho con su prima Isabel. Se había quedado con sus parientes –ahora sus fieles– el tiempo que duran “un par de Avemarías”. Nada más. María se hizo presente, por ello el “María junto a…”.
La imagen
En la actualidad, la imagen se encuentra algo maltratada por el tiempo, pero bien se puede ver dentro del ampliado santuario. Para observarla toca agacharse. María mira con dulzura al Niño y él con un gesto aún más dulce le toma la mano en la suya. La imagen sobresale de una pared encajada como si fuera una ventana con sus jambas. Y desde esta ventana María se asoma.
Sitio web oficial del santuario:
http://www.santamariadeimiracoliesancelso.it/ |