7 DE MARZO: BEATA MARÍA ANTONIA DE PAZ Y FIGUEROA (MAMA ANTULA)

Mama Antula es bien latinoamericana, nacida en Santiago del Estero y misionera peregrina por el Noroeste argentino, Córdoba, Buenos Aires y Uruguay. Su capacidad de acompañar, consolar y ayudar a los demás, hizo que la gente la viera como una madre. Por eso los santiagueños le llamaban “la mama”. Lo mismo ocurría en los distintos lugares donde iba: “Todo el pueblo la consulta y la llama madre”. i Pero además, era tan sencilla, cercana y accesible, que le decían cariñosamente “Antula”, que es como si hoy dijéramos “Antonita”. Por eso pasó a la historia como “Mama Antula”. En 1767, cuando ella tenía 37 años, los padres jesuitas fueron expulsados, y su ausencia se hizo sentir también en el norte argentino. Los lugares donde ellos vivían y trabajaban quedaron vacíos, y dejaron de hacerse los ejercicios espirituales que cambiaban la vida a tanta gente. María Antonia contaba que en ese momento se sintió atormentada y desconsolada. Pero no les dio importancia a sus angustias. Se preguntó: ¿qué me pide Dios que haga yo en estas circunstancias? Y se apoderó de ella “un deseo ardiente de reparar esa pérdida”. Así descubrió que, aunque era una débil mujer en una época donde las mujeres no contaban mucho, y aunque no se sentía muy capacitada, sin embargo, ella podía trabajar para que los ejercicios espirituales se volvieran a ofrecer a la gente. Esa seguridad que Dios le infundía le dio tanta fuerza, que inmediatamente se puso a trabajar.
Con la ayuda de sus compañeras inseparables, comenzó a organizar ejercicios espirituales en la ciudad de Santiago del Estero y sus alrededores. Así la Mama empezó a caminar y caminar. Cuenta el Padre Juárez que cuando llegaba a una población, pedía autorización para organizar los ejercicios espirituales, elegía un lugar donde pudieran dormir unas 100 personas, buscaba sacerdotes predicadores, repartía boletines de publicidad, pedía limosna para la comida y demás gastos, y organizaba todo de tal forma que “nadie tenía que preocuparse por nada, porque en todo pensaba la señora María Antonia”. Mama Antula estaba hecha para caminar. Nada de pereza, o de egoísmo acomodado. Andaba por todas partes “con los pies descalzos”. Su preocupación por pedir limosna se entiende sobre todo porque ella quería que los más pobres también se beneficiaran de los ejercicios espirituales. Por eso salía “por las calles con un carrito a pedir limosnas para sostener a los pobres y necesitados que acudían a retirarse en su Casa”. Muchos admiraban cómo en los ejercicios espirituales convivían fraternalmente ricos y pobres, nobles y esclavos. Para que eso se continuara después de su muerte, en su testamento incluyó un especial pedido: “Encargo por la sangre de mi Redentor, que sean admitidos como lo dictan las leyes de la caridad, y preferidos, si es posible, los pobrecitos del campo”. Nadie podía sentirse despreciado o ignorado por Mama Antula. Ella se detenía generosa y amable ante esclavos y virreyes. Lo hacía con una compasión que le brotaba de las entrañas y dispuesta a entregarse por todos los que sufren: “Si me fuera posible derramar mi sangre por el alivio de todos, lo pondría por obra”.
Empezó en las poblaciones de Silípica, Loreto, Atamisqui, Soconcho y Salavina. Luego comenzó a ir más lejos, recorriendo distintas provincias del norte argentino. Primero fue a Jujuy y a Salta, luego a la actual provincia de Tucumán, a Catamarca, a La Rioja y a Córdoba. Cientos y cientos de kilómetros, en su mayor parte a pie, y en parte arriba de un sencillo carro tirado por un asno. Desde que llegó a Córdoba, en poco más de un año (de fines de 1776 a principios de 1778) logró organizar catorce tandas de ejercicios espirituales de diez días, con “más de 200 personas y hasta 300” en cada una. Eso suma más de 3000 personas en un año, que es una cantidad considerable si tenemos en cuenta que la ciudad de Córdoba sólo tenía 11.500 habitantes. Finalmente llegó a Buenos Aires, a pie, a fines de 1779. La veían caminar pobre y descalza, siempre con su cruz como bastón. Por ese aspecto, y porque la escuchaban hablar con tanta simplicidad, la miraban con desconfianza y por la calle le gritaban: “¡Loca! ¡Bruja!”. El Obispo de Buenos Aires al comienzo desconfiaba de ella, y durante nueve meses le negó el permiso para organizar los ejercicios espirituales.
Cuando estaba en Buenos Aires, no hay que pensar que era como una religiosa silenciosa que se quedaba dentro de una casa cuidando el orden de los ejercicios espirituales. No era así. Mientras se daban los ejercicios se ocupaba de ellos con toda el alma, pero cuando terminaban no se quedaba quieta, volvía a los caminos a llevar el Evangelio, a ayudar a los pobres, a consolar, a pedir limosnas para sus obras buenas, o, como resumía el padre Juárez, a “las expediciones de su ministerio”. Con el alimento que sobraba de los ejercicios, ayudaba a los presos y a los mendigos. Frecuentemente “se ocupaba y tenía gran caridad con los pobres y los enfermos”. Parecía que no tenía casa y que las calles eran su mundo, donde había tanto bien que hacer. Además de los ejercicios, le interesaba organizar misiones, como había hecho también en el interior del país, para llegar a los más alejados de Dios. En los largos años que pasó en Buenos Aires, podemos encontrar muchos detalles de su actividad infatigable, de sus iniciativas misioneras, de su capacidad para intervenir en situaciones difíciles. Por ejemplo, los testigos narran que a veces la atacaban por la calle, pero ella tenía un don especial para calmar y “dejar confusos” a quienes la agredían. Varios testigos independientes cuentan, por ejemplo, que unos jóvenes le faltaban el respeto por la calle y que ella les hizo besar la cruz y quedaron serenos y arrepentidos. Cuando salía a pedir limosnas hacía mucho bien con su palabra, y llegaba a devolver la esperanza a personas que querían quitarse la vida. También, en situaciones muy violentas, tenía la valentía de enfrentar y serenar a ladrones armados. Que esta caminante del Espíritu, de alma tan generosa, interceda por nosotros, para que seamos más capaces de salir de nosotros mismos en el servicio a Dios y a los hermanos”.
16 DE MARZO: SAN JOSÉ GABRIEL DEL ROSARIO BROCHERO (CURA BROCHERO)

José Gabriel del Rosario Brochero, más conocido como el cura Brochero, nació el 16 de marzo de 1840 en Villa de Santa Rosa, al norte de la provincia de Córdoba (Argentina). Sus padres fueron doña Petrona Dávila y don Ignacio Brochero y él era el cuarto de diez hermanos, que vivían de las labores rurales de su padre. Formaban una familia de profunda vida cristiana y dos de sus hermanas fueron religiosas. Fue bautizado al día siguiente de nacer en la parroquia de Santa Rosa.
A los 16 años, el 5 de marzo de 1856, José Gabriel ingresó en el seminario “Nuestra Señora de Loreto” en la ciudad de Córdoba. Por aquel tiempo los seminaristas estudiaban en el Seminario latín y otras disciplinas eclesiásticas, pero las demás asignaturas debían cursarlas en las aulas de la Universidad de Trejo y Sanabria. Es en esa casa de estudios donde tendrá por camaradas y conquistará su indeclinable amistad a personas luego destacadas como el doctor Ramón Cárcano, gobernador de Córdoba y primer biógrafo del famoso sacerdote.
Durante sus años de seminarista en Córdoba, José Gabriel conoció la Casa de Ejercicios que dirigían los Padres de la compañía de Jesús. Experimentó personalmente la eficacia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y colaboró eficazmente con los sacerdotes que los dirigen. Así muy pronto, con la autorización de sus superiores y muy de su agrado fue “doctrinero” y “lector” durante los Ejercicios, es decir, el brazo derecho del sacerdote responsable de los mismos, labor que realizó, según lo que dijeron los que le conocieron entonces, con habilidad y dedicación.
El 4 de noviembre de 1866 el obispo de Córdoba le confirió el presbiterado, tras lo cual los tres primeros años de su sacerdocio los transcurrió en la ciudad de Córdoba, desempeñándose como coadjutor de la iglesia catedral. A fines de 1867 despuntaba en Córdoba el primer brote del cólera que segó más de 4.000 vidas en poco tiempo, fueron días de terrible aflicción, de pánico y mortandad nunca vistos en la capital y en toda la provincia. Esta dura ocasión puso a prueba el celo del joven sacerdote que se prodigó enteramente, jugándose sin miramientos la salud y la vida en favor de sus prójimos. Un testigo de aquellos momentos lo explicó después: “Brochero abandonó el hogar donde apenas había entrado para dedicarse al servicio de la humanidad doliente y en la población y en la campaña se le veía correr de enfermo en enfermo, ofreciendo al moribundo el religioso consuelo, recogiendo su última palabra y cubriendo la miseria de los deudos. Este ha sido uno de los períodos más ejemplares, más peligrosos, más fatigantes y heroicos de su vida”.
El 18 de noviembre de 1869, don José Gabriel fue asignado al departamento de San Alberto, al otro lado de las Sierras Grandes. San Pedro era la cabecera del departamento y allí llegó el joven sacerdote, después de tres días de viaje en mula a través de las sierras; pero después de un tiempo y por voluntad personal, se radicó definitivamente en la Villa del Tránsito, llamada hoy Villa Cura Brochero en su honor. Su parroquia era inmensa, tenía una extensión de 4.336 kilómetros cuadrados, con más de 10.000 habitantes que vivían en lugares distantes sin caminos y sin escuelas, incomunicados por las Sierras Grandes de más de 2.000 metros de altura. El estado moral y la indigencia material de aquellas gentes no desanimó al corazón apostólico de don José Gabriel, sino que, desde ese momento, dedicó su vida entera no solo a llevarles el Evangelio, sino a educarles y promocionarles.
Pronto había recorrido en mula toda su parroquia, y empezaba a conocer a sus feligreses, muchos de ellos, por primera vez en su vida, veían un hombre de sotana. Los visitaba para saber sus necesidades y los invitaba a ir los domingos a la misa, donde él les hablaba con lenguaje pintoresco y transparente. Muchos accedían y consentían en cubrir la distancia de ocho, diez, quince leguas, que los separaba de San Pedro. El joven cura iba ganándolos, y no tardó en ver que su capilla era muy pequeña para la concurrencia de los domingos; y se puso a la obra de construir una verdadera iglesia, cosa que hizo con la sola ayuda de la gente.
Al año siguiente de llegar, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba, para hacer los Ejercicios Espirituales. Recorrer los 200 kilómetros requería tres días a lomo de mula, en caravanas que muchas veces superaban las quinientas personas y más de una vez fueron sorprendidos por fuertes tormentas de nieve. Al regresar, tras nueve días de silencio, oración y penitencia sus feligreses iban cambiando de vida, siguiendo el Evangelio y buscando el desarrollo económico de la zona.
En 1875, con la ayuda de sus feligreses, comenzó la construcción de la Casa de Ejercicios de la entonces Villa del Tránsito. Fue inaugurada en 1877 con tandas que superaron las 700 personas, pasando por la misma, durante su ministerio parroquial más de 40.000 personas. El último día de los ejercicios el cura los despedía con una carne con cuero y las siguientes palabras: “Bueno; vayan no más, y guárdense de ofender a Dios volviendo a las andadas. Ya el cura ha hecho lo que estaba de su parte para que se salven, si quieren. Pero si alguno se empeña en condenarse, que se lo lleven mil diablos…”.
Formando cuadro con ella edificó otra casa para colegio de niñas, y trajo de Córdoba a las religiosas Esclavas del Corazón de Jesús, a quienes encomendó el cuidado de ambas. La fama del Colegio y de la Casa de Ejercicios se difundió por toda la región y acudieron colegiales y ejercitantes de los más remotos lugares de la provincia de Córdoba y aun de la de San Luis y de La Rioja. Y aunque no es correcto recordar a un sacerdote por las obras externas que hizo, pues la intensidad del amor y la fecundidad apostólica no siempre están en lo que se puede ver y medir, en el caso de este santo sacerdote no podemos olvidar otras muchas obras que hizo en bien de la Iglesia y de los pobres, como acequias, puentes, tomas de agua para regadío, diques, etc.; solicitó ante las autoridades y obtuvo mensajerías, oficinas de correo y estafetas telegráficas; proyectó el ramal ferroviario que atravesaría el Valle de Traslasierra uniendo Villa Dolores y Soto para sacar a sus queridos serranos de la pobreza en que se encontraban. Con sus feligreses construyó más de 200 kilómetros de caminos y varias iglesias, fundó pueblos y se preocupó por la educación de todos. Predicó el Evangelio asumiendo el lenguaje de sus feligreses para hacerlo comprensible a sus oyentes. Celebró los sacramentos, llevando siempre lo necesario para la Misa en los lomos de su mula. Ningún enfermo quedaba sin los sacramentos, para lo cual ni la lluvia ni el frío lo detenían, “ya el diablo me va a robar un alma”, decía con ironía. También decía: “El sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores es medio sacerdote. Estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego.” Se entregó por entero a todos, especialmente a los pobres y alejados, a quienes buscó solícitamente para acercarlos a Dios.
Después de treinta años de párroco en las sierras, el obispo de Córdoba, Fray Reginaldo Toro, nombró a Brochero canónigo de la iglesia catedral para que disfrutase de un necesario descanso y repusiese su quebrantada salud. El 12 de agosto de 1898 prestó juramento como canónigo, pero la canonjía le duró poco pues el 1 de septiembre de 1902 renunció a ella para hacerse nuevamente cargo de su querida parroquia. Salvo los tres años en los que se desempeñó como canónigo de la catedral de Córdoba, don José Gabriel vivió siempre en su curato serrano: Más de cuarenta años predicando el Evangelio con la palabra y el ejemplo y contribuyendo como ningún otro al progreso de aquella zona aislada y preterida.
Un testigo de su proceso de canonización declaró: “Su palabra era directa y sencilla. Todos lo entendían y gustaban de ella, era Brochero un paisano más entre los paisanos, sombrero negro de anchas alas cigarrito entre los labios, infatigable caballero en mula, recorría de día y de noche su curato. Todos lo conocían como él conocía a todos, y aunque el tiempo le era breve para ‘desgranar rosarios’ -como gustaba decir- siempre encontraba el necesario para hacer un alto en el camino”. Sus cualidades eran las del criollo: trabajador, austero e ingenioso, y como buen criollo, también tenía sus defectos: pícaro, que no es lo mismo que avivado y mal hablado. En una oportunidad, predicando en la ciudad de Córdoba ante un público distinguido dijo con su modo más típico: “Ustedes están acostumbrados a los ricos dulces -se refería a los sermones de los otros sacerdotes-, pero yo les voy a dar ahora puchero a la criolla, que, aunque es un plato poco delicado, es más sustancioso”.
Se expresaba sin rodeos, con franqueza llana, a la gente de la tierra le hablaba con figuras de la tierra, sin rodeos ni usar con palabras difíciles. Durante sus cabalgatas y viajes se entregaba también a la oración silenciosa y continua de donde más tarde brotaría su predicación. Sus ratos largos orando delante de la Eucaristía como así también su amor y devoción a la Santísima Virgen María, le dieron esa profundidad que es propia de la palabra que brota de la contemplación y luego se expande en la acción apostólica.
Conoció también el dolor de las pruebas en su intensa vida apostólica: críticas e incomprensiones de algunos sacerdotes, religiosas y fieles; indolencia de algunos gobernantes ante sus peticiones de colaboración, particularmente su sueño irrealizado del ferrocarril, y finalmente su lepra y su soledad, en las que descubrió de manera impensada la fecundidad de su entrega como sacerdote. El 2 de febrero de 1908, casi ciego y sordo, achacoso y con el terrible mal de la lepra a flor de carne, renunció a su parroquia, imposibilitado de atenderla. Con admirable resignación abrazó la pesada cruz con que Dios quiso probar su trabajosa ancianidad y sus últimos años fueron cátedra elocuente de profunda virtud. En aquellos duros momentos, refiriéndose a su ceguera, dijo: “Yo estoy muy conforme con lo que Dios ha hecho conmigo relativamente a la vista y le doy muchas gracias por ello. Cuando yo pude servir a la humanidad me conservó íntegros y robustos mis sentidos. Hoy, que ya no puedo, me ha inutilizado uno de los sentidos del cuerpo. Es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme la ocupación de buscar mi fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo.” Entregó piadosamente su alma el 26 de enero de 1914 en su Villa del Tránsito. Sus restos, por deseo suyo, descansan en la capilla de la Casa de Ejercicios, quiso yacer allí para que los ejercitantes rogaran por él. Allí estuvo hasta el 1994, cuando fue trasladado hasta la catedral de Córdoba. En la losa, blanca y simple, que perpetúa su nombre, se encuentra esta breve inscripción, síntesis de su vida y de su obra: “Perseverans atque victor”
La mañana en que murió, la gente se acercó silenciosa al funeral y repartía en murmullos su vida de entrega. La prensa, que casi nunca se había fijado en él, se deshizo en elogios: “Es sabido que el Cura Brochero contrajo la enfermedad que lo ha llevado a la tumba, porque visitaba y hasta abrazaba a un leproso abandonado por ahí”. San Juan Pablo II, cuando se le explicó quién era este gran sacerdote, acertó en decir: “Entonces el Cura Brochero, sería el Cura de Ars de la Argentina”.
19 DE MARZO: SAN JOSÉ, esposo de la Santísima Virgen María

A San José Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca esta de Jesús y de la Santísima. Virgen María.
Nuestro Señor fue llamado "hijo de José" (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero (Mateo 12:55).
No era padre natural de Jesús (quién fue engendrado en el vientre virginal de la Santísima. Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios), pero José lo adoptó y Jesús se sometió a él como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influyó José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María!
San José es llamado el "Santo del silencio" No conocemos palabras expresadas por él, tan solo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. José fue "santo" desde antes de los desposorios. Un "escogido" de Dios. Desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor.
Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. Son al mismo tiempo las únicas fuentes seguras por ser parte de la Revelación.
San Mateo (1:16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3:23), su padre era Heli. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Pero al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en Nazaret.
Según San Mateo 13:55 y Marcos 6:3, San José era un "tekton". La palabra significa en particular que era carpintero. San Justino lo confirma (Dial. cum Tryph., lxxxviii, en P. G., VI, 688), y la tradición ha aceptado esta interpretación.
Si el matrimonio de San José con la Santísima. Virgen ocurrió antes o después de la Encarnación aun es discutido por los exegetas. La mayoría de los comentadores, siguiendo a Santo Tomás, opinan que, en la Anunciación, la Virgen María estaba solo prometida a José. Santo Tomás observa que esta interpretación encaja mejor con los datos bíblicos.
Los hombres por lo general se casaban muy jóvenes y San José tendría quizás de 18 a 20 años de edad cuando se desposó con María. Era un joven justo, casto, honesto, humilde carpintero...ejemplo para todos nosotros.
La literatura apócrifa, (especialmente el "Evangelio de Santiago", el "Pseudo Mateo" y el "Evangelio de la Natividad de la Virgen María", "La Historia de San José el Carpintero", y la "Vida de la Virgen y la Muerte de San José) provee muchos detalles, pero estos libros no están dentro del canon de las Sagradas Escrituras y no son confiables.
Amor virginal
Algunos libros apócrifos cuentan que San José era un viudo de noventa años de edad cuando se casó con la Santísima. Virgen María quien tendría entre 12 a 14 años. Estas historias no tienen validez y San Jerónimo las llama "sueños". Sin embargo, han dado pie a muchas representaciones artísticas. La razón de pretender un San José tan mayor quizás responde a la dificultad de una relación virginal entre dos jóvenes esposos. Esta dificultad responde a la naturaleza caída, pero se vence con la gracia de Dios. Ambos recibieron extraordinarias gracias a las que siempre supieron corresponder. En la relación esponsal de San José y la Virgen María tenemos un ejemplo para todo matrimonio. Nos enseña que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios. San José y María Santísima, sin embargo, permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús. La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma más pura y sublime. Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los frutos del amor que recibían de Dios.
El matrimonio fue auténtico, pero al mismo tiempo, según San Agustín y otros, los esposos tenían la intención de permanecer en el estado virginal. (cf. Aug., "De cons. Evang.", II, i in P.L. XXXIV, 1071-72; "Cont. Julian.", V, xii, 45 in P.L. XLIV, 810; St. Thomas, III:28; III:29:2).
Pronto la fe de San José fue probada con el misterioso embarazo de María. No conociendo el misterio de la Encarnación y no queriendo exponerla al repudio y su posible condena a lapidación, pensaba retirarse cuando el ángel del Señor se le apareció en sueño:
"Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer." (Mat. 1:19-20, 24).
Unos meses más tarde, llegó el momento para José y María de partir hacia Belén para apadrinarse según el decreto de Cesar Augustus. Esto se dio en un momento muy difícil ya que ella estaba en cinta. (cf. Lucas 2:1-7).
En Belén sufrió con la Virgen la carencia de un albergue hasta tener que recurrir a un refugio en un establo. Allí nació el hijo de la Virgen. Él atendía a los dos como si fuese el verdadero padre. Cuál sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y más tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, San Lucas nos dice: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él”. (Lucas 2:33).
Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» Mateo 2:13. San José obedeció y asumió la responsabilidad por la familia que Dios le había confiado.
San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto. Esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios, dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por amor sin exigir nada.
Una vez más por medio del ángel del Señor, supo de la muerte de Herodes: "«Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño.» Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea". Mateo 2:22.
Fue así que la Sagrada Familia regresó a Nazaret. Desde entonces el único evento que conocemos relacionado con San José es la "pérdida" de Jesús al regreso de la anual peregrinación a Jerusalén (cf. Lucas 2, 42-51). San José y la Virgen lo buscaban por tres angustiosos días hasta encontrarlo en el Templo. Dios quiso que este santo varón nos diera ejemplo de humildad en la vida escondida de su sagrada familia y su taller de carpintería.
Lo más probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Caná ni se habla más de él. De estar vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto. |