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  CUENTOS PEQUEÑOS. José Sépi
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¿DE QUÉ COLOR ERES TÚ?

¿De qué color eres tú?, le preguntó un gusano a una hoja.
¿De qué color me ves?, dijo la hoja.
Yo te veo verde, dijo el gusano.
¿De qué color eres tú?, le preguntó a una ardilla.
¿De qué color me ves?, dijo la ardilla.
Yo te veo roja, dijo el gusano.
¿De qué color eres tú?, le preguntó a un elefante.
¿De qué color me ves?, dijo el elefante.
Yo te veo gris, contestó el gusano.
¿De qué color eres tú?, le preguntó a un tigre.
¿De qué color me ves?, dijo el tigre.
Yo te veo naranja con rayas negras y a veces amarillo con rayas negras, contestó el
gusano.
¿De qué color eres tú?, le preguntó a una cebra.
¿De qué color me ves?, dijo la cebra.
Yo te veo blanca con rayas negras o negra con rayas blancas, contestó
el gusano.
¿De qué color eres tú?, le preguntó a un camaleón.
¿De qué color me ves?, dijo el camaleón.
Ahora te veo marrón como soy yo, y ahora verde como esa hoja, o amarillo
como un limón, y ahora rojo como la ardilla, o blanca y negra como la cebra, o gris como el elefante y a veces amarillo con rayas negras como el tigre…
El color no importa, dijo el camaleón. Todos tenemos colores diferentes y eso es lo
que hace más divertida a la naturaleza. El color no importa: lo que importa, eres tú.
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Reflexión: Todos, cada uno de nosotros, somos únicos e irrepetibles. Nunca nadie podrá
ser como nosotros. Por esa razón, somos tan importantes para Dios. Nuestro aspecto
exterior no es importante para Dios, y si Él se comporta así con nosotros, del mismo
modo debemos comportarnos nosotros con nuestro prójimo. Aprender a mirar el corazón de los demás, de eso se trata este paso terrenal.

 

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LA MESA Y YO

Había una vez una mesa.
Y esa mesa estaba en casa.
Era una mesa grande y larga, y toda la familia se sentaba alrededor de ella.
Papá siempre se sentaba en la punta y mamá en la otra.
Y mis hermanos y yo, nos sentábamos a los costados.
A veces venían visitas a la casa, y entonces la mesa parecía pequeña.
Pero a veces faltaba gente, y la mesa se tornaba grande.
Un día algunos hermanos comenzaron a irse.
Se casaron y se fueron yendo a otras casas.
Y entonces tuvieron otras mesas y otras familias.
A veces esos hermanos venían con sus esposas o sus esposos, y también con sus hijos.
Y así la mesa parecía pequeña.
Pero otras veces no había nadie en casa, y yo me quedaba solo con la mesa.
Y entonces parecía que la mesa y yo estábamos perdidos en el mundo.
Yo escribía y dibujaba sobre papeles de imprenta, y después los desparramaba sobre la mesa.
Y así la mesa se llenaba de historias que yo inventaba.
Y parecía que todo ese mundo cobraba vida encima de la mesa.
Pero un día, yo también me fui de casa.
Y la mesa volvió a ser grande, y se quedó sola con mamá y papá.
Y pasó el tiempo.
Y un frío día de otoño, papá también se fue de casa.
“Papá está en el cielo”, dijo mamá.
Y mamá se quedó sola con la mesa.
Hasta que un día, me dijo:
“La casa quedó muy grande para mí sola, y también me quedó muy grande la mesa.
¿Quieres quedarte con ella?”
“¡Claro!”, le dije yo.
Y ahora nuevamente la mesa está conmigo.
Y yo la cubro con mis papeles llenos de historias y de dibujos.
Y siento que la mesa otra vez está feliz.
Y yo también.

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Reflexión: Algún día, nuestra familia volverá a estar reunida alrededor de la mesa.
Será otra mesa, otro lugar; será en el Cielo. Y otra vez nuestros seres queridos estarán
junto a nosotros. Así lo dijo y enseñó Jesús a sus discípulos: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2).

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DESPIERTA CORAZÓN

El día que Pequeño Pingüino se enojó, por poco se derrite todo el hemisferio sur.
Y Madre Pingüino se asustó, porque nunca había visto a su hijo tan pero tan enojado.
Entonces lo dejó un rato solo. Tal vez así se diera cuenta que de nada servía tanto capricho.
Pero la verdad sea dicha, lo cierto es que Pequeño Pingüino no daba muestras de olvidar el berrinche.
Entonces Madre Pingüino le dijo:

“No seas tan frío
como frío es el viento,
cuando vuela del Norte
y se acuna en el Sur.

“No seas tan frío
como fría es el agua,
en el mar del océano
cuando apaga su luz.

“No seas tan frío
en las horas de invierno,
cuando al llegar la mañana
hay escarcha en el sol.

“No seas tan frío
en las noches de hielo,
cuando alguien te ruega
que le des tu calor.

“No seas tan frío,
dijo Madre Pingüino,
“y aparta a un lado el enojo
y canta esta linda canción.

“No seas tan frío
y mueve aprisa tus alas,
que por pequeñas que sean
son dos alas de avión.

“No seas tan frío
mi Pequeño Pingüino,
y escucha ya los latidos
de tu bello corazón.

“No seas tan frío
y olvida ya este enojo,
que si el mosqueo te ciega
no podrás así ver a Dios.”

Y Pequeño Pingüino sonrió otra vez.

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BASTA QUE QUIERAS

Un domingo por la mañana, el elefante Pedritos vio una jirafa y dijo: -¡Voy a ser alto como una jirafa!
Y comenzó a trepar un árbol. Y subió a una rama, y luego a otra. Y así fue subiendo.
Pero a medida que iba subiendo, las ramas del árbol se hacían más frágiles y más delgadas.
Y cuando ya parecía que estaba tan alto como una jirafa, el elefante Pedritos se sentó a descansar.
Entonces pasó por allí un oso Pardo y al verlo, el elefante Pedritos le gritó:
-¡Eh, amigo oso! ¡Aquí arriba, en el árbol!
Y el oso Pardo miró y se asustó un poco al ver a un elefante balanceándose en una rama.
-¡Mejor baja de ahí, elefante tonto! ¡Tu rama va a romperse y caerás de cabeza!
Pero el elefante Pedritos no hizo caso a las palabras del oso Pardo, y continuó balanceándose.
-No temas, oso Pardo. Nada va a pasarme. Así de alto soy yo… ¡Igual de alto que una jirafa!
Y no terminó de decirlo cuando abruptamente, la rama donde se estaba meciendo el elefante, se rompió, y entonces el paquidermo cayó de trompa al suelo con todo el peso de su cuerpo, sin antes haberse golpeado varias veces con todas las ramas que encontró en su camino de picada.
-¡Eres un elefante tonto! -le dijo el oso Pardo.
-Solo quería ser tan alto como una jirafa! -contestó el elefante Pedritos.
-¡Nunca he escuchado una tontería más tonta! -dijo el oso Pardo-. Deberías aprender primero a aceptarte como eres… Como yo lo hago… Como todo el mundo lo hace.

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Reflexión: Aprender a aceptarnos como somos, es el primer paso para cambiar. Quién ha nacido con un carácter fuerte, o propenso siempre a la mentira, o a la exageración, o es adicto a un vicio, o a las redes sociales, no puede cambiar de un día para otro. Debemos entender primero que es lo que nos pasa, y una vez que lo aceptemos, entonces será el momento propicio para comenzar a cambiar. Tengamos un diálogo a corazón abierto con Dios, y Él pondrá los “medios” necesarios para que logremos cambiar. No olvidemos que para Dios, nada es imposible.

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LA SOMBRA MÁS GRANDE DEL BOSQUE

Los animales del bosque jugaban a ver quién era el más alto de todos.
Pero el juego consistía en pararse de espaldas al sol y ver cuán grande era la sombra que se proyectaba en el suelo.
Un día, los animales miraron al oso más pequeño del bosque y comenzaron a burlarse de él.
-Creo que ya todos sabemos quién proyecta la sombra más grande del bosque -dijo la ardilla señalando al gigantesco oso pardo-. Pero también sabemos quién se llevará el premio a la sombra más pequeña…
Y todos los animales se echaron a reír.
-¡Qué tontería! -respondió el oso pequeño-. La sombra no es más grande por la altura que uno tenga, sino por lo cerca o lejos que te encuentres de la luz.
Entonces invitó al oso pardo a pararse junto a él, y cuando ya estaban juntos, el oso pequeño comenzó a alejarse y cuanto más se alejaba, más grande se hacía su sombra, a tal punto, que la sombra del oso pequeño resultó ser más grande que la del oso pardo.

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Reflexión: Está historia nos enseña que cuanto más cerca nos encontremos de la Luz de Dios, más grandes serán las cosas que uno proyecte en su vida.

 

EL OSO Y EL CANDELERO

Un día, un oso despertó mucho antes de la llegada de la primavera porque se encontraba muy sediento, y entonces se levantó para beber un poco de agua, pero como la cueva estaba muy oscura, se llevó por delante todas las cosas que tenía a su paso. Primero tiró una mesa, luego una silla, y después la mesita ratona. Y cuando finalmente logró apoyarse contra la pared para lograr el justo equilibrio, rompió un cuadro. Pero no conforme con este lío, el oso continuó avanzando, y sin querer, destrozó de un codazo un estante repleto con pescados desecados. Hizo entonces todo un esfuerzo para no volver a tambalearse, pero como aún estaba bastante dormido, volvió a perder el equilibrio y volteó de un sólo golpe la inmensa "mieloteca" que contenía alrededor de cien tarros de miel. Y como si esto fuera poco para coronar una pésima noche, el oso intentó sacar la pata que se le había atascado en un tarro de miel. Pero al tratar de extraer la pata, lo hizo con tanta fuerza y de un modo tan brusco, que giró en falso y despedazó por completo un antiguo ropero donde guardaba la ropa vieja, un sombrero Panamá bastante arruinado y un pequeño libro de Cecilia Prezioso, cuyo título en la portada sugería: "Intenta ser feliz".
Aquel escandaloso contratiempo que se produjo en mitad de la noche resultó ser tan grande, que el resto de los otros hermanos osos que aún hibernaban en el bosque, despertaron sobresaltados y de pésimo humor. Sin embargo, no fueron los únicos que despertaron con semejante estruendo: el resto de los animales que vivían en el bosque, también se despabilaron y sin tomarla ni beberla, se llevaron flor de susto en sus corazones. Gracias a Dios, la primavera se apresuró un poquito en llegar, y entonces, se anunció con el florecimiento del lapacho rosado. Y cuando por fin el sol apareció brillante y cálido, y comenzó a abrazar e iluminar todo el bosque, los animales reaparecieron para recibir alegremente a su estación predilecta. Sin embargo, todavía permanecía en sus corazones aquella extraña inquietud: ¿qué había sucedido la noche en que sus dulces y pacíficos sueños habían sido interrumpidos? ¿Acaso tanto barullo podía tratarse tan sólo de una ingrata pesadilla? La lechuza, que desde hacía muchos años solía proclamar que las noches le pertenecían, fue quien disipó las dudas: "No se trató de un mal sueño, queridos hermanos míos", dijo girando su cabeza a doscientos setenta grados. "Se trató sin lugar a dudas, de un estruendo creado por algún hermano oso." Los osos que estaban amontonados intentando acaparar el calor del sol en sus caras, se miraron perplejos y le preguntaron: "¿Acaso he sido yo, hermana lechuza?" Pero la lechuza, que es sabia y es ducha, contestó: "Ninguno de ustedes ha sido el causante de tanta burrada, pero sí lo es de aquel, que a estas horas de la mañana, aún se encuentra durmiendo y en pijamas." Entonces, después de averiguar quién era el oso que no se hallaba presente en el debate, los animales del bosque marcharon hasta la cueva del supuesto hermano oso y amontonados como hormigas sobre un trozo de pastel, despertaron con sus gritos al oso dormilón.
Cuando por fin el hermano oso despertó, los animales del bosque descubrieron que, efectivamente, había sido este mismo hermano oso quien había ocasionado semejante barullo la noche pasada. Y fue muy sencillo descubrirlo, porque al despertar tan sobresaltado, el hermano oso volvió a llevarse puestas las mismas cosas que había destrozado aquella última noche. Y así, otra vez volvió a repiquetear en el bosque aquel ruido ensordecedor. Cuando finalmente el hermano oso logró salir de la cueva, se llevó por delante un árbol. Con el hocico aplastado y torcido, miró al inmenso árbol que tenía frente a las narices y le dijo: "Lo siento mucho, querido hermano oso... Tienes que disculparme por mi enorme torpeza... aún me encuentro un tanto dormido..." La lechuza, que había acompañado a los animales del bosque, luego de haber observado la torpe actitud del oso, le dijo: "Hermano oso, aquí estamos congregados todos los animales del bosque para asentar contra ti una queja." El hermano oso, que aún no terminaba de despertar, procuró abrir los ojos y descubrió que en efecto, estaban allí reunidos todos los animales del bosque. Un tanto confuso por la situación, preguntó: "¿De qué se me acusa?" La lechuza tomó nuevamente la palabra, y le respondió: "¿Acaso no lo recuerdas? Hace algunas noches, hiciste uso de tu torpeza y dejaste a todos tus hermanos animales en estado puro de shock. Nunca se había escuchado un ruido tan fuerte en todo el bosque... ¡ni los truenos más poderosos lograron dejar una herida tan grande en los corazones!"
El hermano oso reflexionó un rato, y luego acotó: "No ha sido mi intención despertar o asustar a nadie... No fue siquiera causa de mi torpeza... Suelo despertar con mucha sed durante las noches de invierno. Pero las noches son tan oscuras, que no veo ni siquiera por donde camino..." Una hermana ardilla malhumorada, le dijo: "¡Vamos, hermano oso! Usa tu candelero... ¡Todo el mundo tiene un candelero en su casa!" El hermano oso le replicó: "¡Y yo también tengo el mío, hermana ardilla! ¡Pero con candelero y todo, no logro ver absolutamente nada!" La lechuza, para apaciguar el clima, dijo: "Tal vez sea un candelero muy viejo... ¿puedes traerlo para que todos lo veamos?" El oso respondió: "Por supuesto... Lo traeré ya mismo..." Después que pasaron unos minutos, el hermano oso apareció con el candelero y dijo: "Ya ven ustedes que lo tengo, queridos hermanos... pero es un candelero que ya no sirve para nada." Un zorro astuto, insinuó: "El candelero está, sin duda alguna, aunque sólo le falta la vela..." La lechuza preguntó: "Dime, hermano oso... ¿dónde está la vela del candelero? ¿Acaso se habrá caído por ahí, dentro de la cueva?" El hermano oso respondió: "No lo creo, hermana lechuza... Este candelero nunca tuvo siquiera una vela pequeña." Entonces, todos los animales del bosque comprendieron lo que realmente había sucedido aquella noche. Y sin perder la paciencia, le fueron explicando al hermano oso cuál era la función del candelero. Luego, decidieron entre todos regalarle una vela al hermano oso. Y créanme si les digo que, desde aquel mismo día, ya no se volvieron a escuchar ruidos extraños en el bosque. Tal vez durante una o dos noches de invierno, irrumpiera por ahí el imponente ruido de un trueno. Pero esos ruidos ya no asustan a nadie... ¿verdad? 

Reflexión: ¿Cómo ver nuestras faltas, nuestros pecados, si el interior de nuestra casa ––que es el alma––, está a oscuras? Sólo cuando el alma se encuentra iluminada pueden verse los errores. ¿Y de dónde proviene esa Luz que ilumina todo? Únicamente de Cristo. Mientras el alma no tenga la Luz de Cristo: ¿qué se podrá ver? (Jn 11, 9-10)

 

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EL TUCÁN PARLANCHÍN

Cuentan que en la selva, había un tucán parlanchín que volaba de rama en rama hablando mal del león que era rey. Y aprovechándose de que algunos animales tenían la debilidad por conocer la intimidad de las vidas ajenas, el tucán se deleitaba a gusto desplegando murmuraciones por doquier.
Pero vaya como son las cosas cuando de maldades se trata, que entre tantas novedades que llegaban a las orejas del león que era rey, entre una cosa y la otra, también llegó a sus orejas, aquellos chimentos de los que se hablaba a sus espaldas. Enfadado por estas actitudes deshonestas, el león que era rey mando entonces a llamar a su consejero real y le preguntó: "¿Es verdad, mi querido amigo, que existen algunos animales en mi reino que hablan mal de mí?" El consejero, que sólo era un perro callejero que se vestía con una piel de zorro para ocultar su sarna, le replicó: "Así es, mi respetado rey. Las malas lenguas, son las que hablan y las débiles orejas, las que escuchan." Pero el león que era rey, le dijo: "Dime entonces, fiel consejero, ¿qué cosas se están diciendo de mí y de cuál maliciosa lengua proviene tanto pecado?"
Entonces, el consejero del rey le contestó: "Los dichos, mi estimado rey, provienen de un animal plumífero de extenso pico y colores llamativos. De árbol en árbol y de rama en rama, recorre la inmensa selva y con su voz parlanchina, molesta a todo el mundo proclamando: "Nuestro rey, el león, no es el animal más fuerte de la selva. ¿Por qué entonces, tiene que ser nuestro rey habiendo animales mucho más fuertes que él?"
Al día siguiente, conociendo el león que era rey las malas intenciones del pajarraco, convocó a la guardia real y les ordenó que apresaran al tucán y lo hicieran comparecer ante él. Atemorizado y de plumas caídas, así llegó el tucán parlanchín ante la presencia del rey. Y entonces, el león que era rey le dijo: "Han llegado hasta mis oídos, cosas que tu cantas a los cuatro vientos sobre mi persona. Dices entre otras muchas cosas, que yo no soy el animal más fuerte de la selva. Y aunque a veces cueste un poco admitirlo, debo reconocer que tal vez tengas algo de razón. Sin embargo, creo que olvidas algo muy importante en todo este asunto que difamas por
ahí, hermano tucán: olvidas ante todo, que yo soy tu rey. Por lo tanto, déjame decirte una cosa: si en verdad no quieres permanecer encerrado en la jaula de los malhechores privado de tu libertad por el resto de tu vida, yo te ordeno ahora mismo y por siempre, que cierres tu enorme pico y no vayas por ahí sembrando cizaña entre tus otros hermanos animales..."

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Reflexión: Tengamos mucho cuidado con las personas que a veces nos juntamos. Escapemos a toda prisa de aquellos a quienes les gusta murmurar cosas malas de otras personas. Recordemos esto: Quien habla mal de todos, también hablará mal de nosotros.

 

 

 

UN RATÓN PEQUEÑO CON OREJAS MUY GRANDES

Vivía allá en el campo un ratón que se lamentaba por todo: Que por qué era demasiado grande y los demás ratones pequeños... Que por qué tenía los bigotes muy largos y los otros ratones los tenían cortos, y así con una cosa y también con la otra. Y se pasaba la vida de lamento en lamento y de llanto en llanto. Andaba un día aquel ratón lamentón refunfuñando porque no encontraba alimento, cuando se cruza con un pequeño ratón de alcantarilla. Entonces el ratón lamentón le dice: "Vaya que la naturaleza ha sido muy injusta contigo, pequeño amigo. ¡Pues nunca he visto orejas tan grandes!" Y el ratón de alcantarilla le dice: "Pues a mí no me parecen tan grandes." Y el ratón lamentón le contesta: "¡Y sin embargo son enormes! ¡Deberías quejarte un poco más! Así nunca llegarás a nada, pequeño amigo." Pero el ratón de alcantarilla le dijo: "¿Y qué ganaría con quejarme? ¿Haciendo eso mis orejas serán más pequeñas?" Y el ratón lamentón le replica: "¡Vaya! Se nota que la vida es fácil para ti, pequeño amigo. ¡Mírame! Yo hace tres días que no encuentro alimento... ¡y ahora me estoy muriendo de hambre!" Y el ratón de alcantarilla le contesta: "Si lo que buscas es comida, yo puedo convidarte."
Y se fueron los dos y llegaron al escondite del ratón de alcantarilla, y había allí pedacitos de pan seco, trocitos de queso y algunas frutas en gajos. Entonces el ratón lamentón dice: "¿Cómo tienes comida habiendo tanta escasez?" Y el ratón de alcantarilla le responde: "Tengo comida porque la pido. Siempre habrá alguien que te de un poco de comida. Sólo tienes que pedirla. Cuando pides a Dios algo con fe, Dios te hará llegar lo que pides." Pero el ratón lamentón le dice: "A mí Dios nunca me escucha. Le pido cosas y no me responde." Y el ratón de alcantarilla le dice: "Cuando le pido algo a Dios, Él siempre me responde, y yo siempre lo escucho." Entonces el ratón lamentón se hecha a reír como un loco y le dice: "Claro, jajaja, ¡como para no escuchar a  Dios con semejantes orejas!" Y el ratón de alcantarilla, casi sin inmutarse, le responde: "Estás equivocado, hermano ratón. Dios nunca habla a las orejas, Dios siempre habla al corazón." Y el ratón lamentón le dice mientras salía del escondite del ratón de alcantarilla: "¡Qué tontería más tonta! ¡¿Acaso existe un corazón con orejas?!"

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Reflexión: Para hablar y escuchar a Dios, hace falta que estemos en silencio. Es necesario que nos apartemos de los ruidos y de los ajetreos que invaden el mundo donde vivimos. Cuando nos reunimos con un amigo o con una amiga, o quizás con algún familiar, no lo hacemos en un lugar donde la música está con su volumen más alto, porque de esa manera, invade nuestra intimidad y no nos permite hablar o escuchar. Lo que buscamos siempre, es un lugar íntimo, acogedor, especial para poder escuchar sin interrupciones ajenas a ese ser querido. Lo mismo sucede si pretendemos hablar con Dios. Es importante saber que Dios siempre habla en el silencio. Y para poder escucharlo, hace falta que estemos solos, apartados, y sin interrupciones de ninguna índole. Sólo entonces podremos escuchar la voz de Dios; una voz suave, sin sonido, como cuando cae la nieve y nadie la escucha. Una voz silenciosa. Así es la voz de Dios...

 

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LA HORMIGA Y EL JOVEN SACERDOTE

Un día, un joven sacerdote llegó a un pueblo campesino para ocuparse de la Iglesia. Después de dejar su maleta, el joven sacerdote salió a dar una vuelta por el pueblo. Y mientras caminaba, comenzó a preguntarse en voz alta si como sacerdote, él sería capaz de enseñar la Palabra de Dios a estos pobres campesinos, ya que el obispo de su diócesis, le había manifestado que esta pobre gente no sabía ni leer ni escribir. Estaba todavía hablando, cuando de repente observó que una pequeña hormiga intentaba cargar sobre sí misma una enorme hoja. Entonces, el joven sacerdote se acercó a la hormiga y le dijo: "Escucha querida amiga: nunca podrás cargar esa hoja tan grande y tan pesada sobre ti. Piensa que tu tamaño es muy pequeño y el tamaño de esa hoja, es demasiado grande y pesada." Entonces, la hormiga le contestó: "Mira hermano, yo sé muy bien que por naturaleza, Dios me ha dado la fuerza para poder levantar y cargar hasta cincuenta veces mi propio peso. En cambio, mírate tú: durante tantos años has estudiado a Dios, ¿y todavía te preguntas si acaso serás capaz de enseñar su Palabra a estos pobres campesinos? ¿Dónde está tu fe, hermano? ¿Acaso no confías en Dios? Tú eres un sacerdote, y como tal, te corresponde llevar la Palabra de Dios. Mira esta gente: ellos trabajan la tierra, y se ocupan de hacer bien su trabajo, pero no se preocupan. Porque ellos, al igual que yo, confían en Dios. Tu trabajo, hermano sacerdote, consiste en llevar a los demás la Palabra. Pero no tus propias palabras, porque tus palabras nadie las entendería. Lo que tú debes llevar a los demás, es la Palabra de Dios. Y Dios, que todo lo conoce y todo lo sabe, se encargará de que los demás la entiendan."

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Reflexión: A los seres humanos, nos preocupa demasiado todo aquello que tiene que ver con el futuro. Siempre necesitamos saber hacia que lugar  debemos encaminarnos. De esa manera, nos sentimos seguros. Por eso, durante toda nuestra vida, intentamos correr una y otra vez, el telón del presente. Pensamos que así, descubriremos que cosas nos deparará el futuro y de ese modo, podremos evitaremos muchos problemas y disgustos. Buscamos una barca salvadora en medio del océano, cuando en realidad, la barca se encuentra a un costado de la orilla. Lo cierto, es que no deberíamos "preocuparnos" por el futuro, sino "ocuparnos" de él. El futuro, no es otra cosa que nuestro presente. Porque si no nos ocupamos del presente, entonces jamás podremos tener un futuro. ¿Pero que significa ocuparse del futuro? Significa recorrer el camino que lleva hacia una sola dirección salvadora: hacia el encuentro con Jesús. Porque sólo junto a Jesús, se encuentra el verdadero futuro de la humanidad. Él lo dejó absolutamente claro cuando dijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 1-31). En Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por cada uno de nosotros, se ofrece la salvación para obtener eternamente, la Gracia y la Misericordia de Dios.

 

 

 

TODO A SU DEBIDO TIEMPO
(a Julieta Stoffel, fsp)

Una mañana, Mamá Osa trajo una maceta y le pidió a Pequeño Osito que la ayudara. Sostuvo entonces la maceta con una mano y con la otra, hizo un pequeño hoyo en la tierra. Luego, señalando el hoyo, le dijo a Pequeño Osito: "Pon la semilla aquí". Pequeño Osito le pregunto: "¿Acaso no tendrá miedo la semilla cuando se encuentre toda tapada por la tierra y a oscuras?" Mamá Osa le contestó: "La semilla necesita de la tierra, porque con la tierra se siente protegida. Pero además, la semilla necesita de otras cosas..." Pequeño Osito la interrogó: "¿Qué otra cosa necesita?" Mamá Osa le respondió: "Necesita amor, y ese amor, se encuentra en el agua y en tus cuidados. Mira, Pequeño Osito: Así procede el amor: el amor es como una semilla pequeña que la cuidas mucho para que crezca. La riegas un poco cada día, pero ese cuidado, debe ser constante y de a poco, sin dejar de hacerlo ni un sólo día. Lo que haces, no es arrojar sobre la semilla toda el agua de golpe. Lo haces con delicadeza. Pero también, debes visitarla todos los días, y hablar con ella. Porque la semilla, necesita sentir que te ocupas de ella. Debe comprender que si hay demasiado sol, tú la pondrás un rato en la sombra, y que si llueve mucho, tú la pondrás en algún lugar protegido.
Pequeño Osito preguntó: "¿Pero cómo sabrá la semilla de que yo estoy aquí a su lado, si no puede verme?" Mamá Osa le respondió: "La semilla lo sabe. ¿Acaso cuando tú duermes por las noches, no sabes que mamá está ahí a tu lado para protegerte? Por eso mismo, aunque la semilla no pueda verte a ti, ni tú puedas verla, ella te escucha y sabe que estás a su lado. A Dios tampoco podemos verlo, pero Dios siempre está junto a nosotros. Y entonces, quizás te preguntes: ¿cómo puedo ver a Dios, si a Dios no se lo puede ver? A Dios nunca podrás verlo mientras vivas aquí en este mundo, pero sí puedes sentirlo. ¿No sientes el viento cuando sopla? No lo ves, pero sabes que el viento existe porque lo sientes, aunque no puedas verlo. Entonces, querido hijo, ¿qué haremos para que nuestra semilla crezca, y sea el día de mañana una hermosa planta que de sus frutos?" Pequeño Osito le respondió: "La regaremos poco a poco, mamá, con paciencia y con mucho amor, y con ese amor, crecerá y crecerá  cada día. Pero, dime mamá, ¿cuánto tardará la planta en crecer? ¿Cuánto tiempo le llevará?" Mamá Osa le replicó: "Ya crecerá, hijito mío. Ya crecerá. Todo a su debido tiempo..." Mamá Osa y Pequeño Osito, tomaron el recipiente con agua y entre los dos, poco a poco, fueron volcando el agua en la maceta. Ahora sólo restaba una cosa: esperar...
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Reflexión: Vivir la vida con amor: De eso se trata.  Aprendiendo a amarnos unos a otros como Dios nos ama, y sin hacer jamás acepción de nadie. Siempre con paciencia, con entrega, poco a poco. Siempre optando por la misericordia y por los buenos gestos. Como si se tratara de esparcir pequeñas gotas de rocío, sobre la vida de los demás. Decía san Juan Pablo II: "El hombre no puede vivir sin amor, porque permanece para sí mismo como un ser incomprensible. Su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente".

 

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EL GIGANTE MENTIROSO

Valentino era una musaraña de quince centímetros. De aspecto muy parecido a un ratón, con pelo corto, pardo y oscuro, el hocico puntiagudo, ojos pequeños y una cola larga. Estaba tan acostumbrado a decir mentiras, que cuando cometía una torpeza (Valentino era bastante torpe por naturaleza), por miedo a que su madre lo retara, enseguida inventaba una historia. Cuando un día Valentino jugaba en la madriguera con su amigo ratón, sin querer se llevó por delante una mesita, y el hermoso florero que estaba encima, cayó al suelo y se hizo trizas. Los dos amigos dejaron de jugar cuando sintieron el estallido, y se miraron asustados.
––¡Mi madre va a enojarse mucho por esto! ––dijo Valentino.
––¡¿Qué le diremos?! ––replicó su amigo ratón––. ¡Ella dijo que no jugáramos dentro de la madriguera!
––No te preocupes ––dijo Valentino––. Algo se me va a ocurrir... Mi madre es buena y siempre cree todo lo que le digo.
––Espera... No tienes por qué mentirle a tu madre... Aunque liguemos un reto, ¡es preferible eso a decir
una mentira!
––Vete a tu casa si tienes tanto miedo, amigo ratón. Verás que no pasa nada. Mañana cuando vuelvas para jugar, te contaré todo.
Entonces Valentino se sentó en el umbral de la puerta a esperar a su madre.
La madre venía cargada con muchas bolsas, porque había salido a buscar alimentos para la cena. Y traía además, una grata sorpresa para Valentino.
––Hola, querido hijo ––saludó la madre––. ¿Qué tal se han portado en mi ausencia con tu buen amigo el
ratón?
––Los dos nos portamos muy bien, madre. Pero mi otro amigo el gigante, ¡se ha portado muy mal!––
contestó Valentino.
La madre entró a la casa, apoyó las bolsas en el suelo y descubrió enseguida lo que había ocurrido.
Sintió entonces una gran tristeza en su corazón, porque aquel jarrón que se había roto, era un regalo que le había hecho su abuela. Pero para no montar en cólera, tomó bastante aire en los pulmones y esperó pacientemente a que su hijo le contara la verdad. Aunque por experiencia, la madre sabía muy bien que su hijo siempre mentía. Sin embargo, hoy estaba dispuesta a darle una lección.
––¡Cielos! Ahora entiendo... ––exclamó la madre––. ¡Tu amigo el gigante ha roto el jarrón que me regaló abuelita!
––Así es, madre... ––dijo Valentino.
––Pero... ¡¿Cómo es que no veo sus enormes pisadas en el suelo de tierra?! ¡Debería verlas!
––No, madre ––dijo Valentino––. El gigante vuela por el aire...
––¿Cómo es posible algo así? ¿Los gigantes vuelan? ––preguntó la madre.
––Claro que sí, madre. ¡Tienen enormes alas como la de los ángeles! ––contestó Valentino.
––¿Y cómo es posible que entrara en nuestra madriguera siendo tan pequeña y él tan grande? –– preguntó la madre.
––Porque los gigantes pueden hacerse pequeños cuando ellos quieren... ––dijo Valentino.
––Pero... ––dijo la madre––. ¿Y dónde está ahora tu amigo el gigante con alas?
––Se ha ido a su casa, madre–– contestó Valentino––. ¡Estaba muy asustado por haber roto el jarrón de abuelita!
––¡Pobre gigante! ––dijo la madre––. ¡Qué lástima que se haya ido! Si me hubiera dicho la verdad, yo lo hubiese perdonado, y además, también le hubiese convidado con un poco de miel que compré en el bosque...
––¿Has traído miel, madre? ––preguntó Valentino.
––Así es, querido hijo ––dijo la madre––. Pero como se ha roto el jarrón de abuelita, entonces no habrá miel para nadie...
––¡Pero madre! ––dijo Valentino––. ¡Yo no he roto el jarrón de abuelita! ¡Ha sido el gigante con alas!
––Lo sé, hijito, lo sé... ––contestó la madre––. Pero como has acusado a tu amigo con el dedo, tampoco habrá miel para ti ni para nadie. Porque no está bien acusar a un amigo. Tú también estabas jugando con él cuando se rompió el jarrón de la abuelita. Debes aprender que con los amigos, se debe estar siempre en las buenas y en las malas...
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Reflexión: Lo primero que deberíamos comprender, es que Dios no es mentiroso. Dios nunca ha mentido, nunca mintió y nunca mentirá. Su Verdad es eterna. Por lo tanto, si Dios no es mentiroso, tampoco los mentirosos son de Dios. En su decálogo ––los diez Mandamientos––, dictado por Dios a Moisés, uno de ellos (el octavo), dice así: "No darás falso testimonio ni mentirás". Con la llegada de Jesús, los mandamientos no sólo fueron ratificados por Él, sino que además fueron perfeccionados. Específicamente hablando del octavo Mandamiento, Jesús nos hizo ver la gravedad del asunto: Mentir es negar a Dios, porque Dios es verdadero. La mentira tiene que ver con la falsedad, con el engaño. El que miente, busca salir ileso del error que ha cometido, cayendo en un error todavía peor: la mentira. Y Jesús dejó muy claro quién es el "padre de la mentira": el mismo Diablo. Por eso, es importante practicar y decir la verdad. Decir la verdad, equivale a estar cerca de Dios y extender su Reino. Sólo el bien y la verdad, pertenecen a Dios. "Lo demás, es del Maligno", dijo Jesús (Jn 8, 44 - 47).

 

 

 

EL COCODRILO QUE COMÍA ESTRELLAS

El lobo paseaba todas las noches por la orilla del río, y veía que el cocodrilo se zambullía de un lado a otro masticando el agua. Y como el lobo estaba tan intrigado con la actitud del cocodrilo, una noche estrellada se detuvo y le preguntó: "Dime hermano cocodrilo, ¿por qué masticas el agua?" El cocodrilo permaneció un rato en silencio y le respondió: "¿Qué pregunta más ingenua es esa, hermano lobo? No es el agua lo que yo mastico, sino las estrellas." El lobo meditó la respuesta y dijo: "¿Cómo puedes comer las estrellas reflejadas en el agua? ¡Eso suena muy tonto!" Entonces el cocodrilo le respondió: "Disculpa, hermano lobo, tonto eres tú... ¡mírate! ¡Estás flaco como una gacela y muerto de hambre!" El lobo se dio cuenta de que el cocodrilo estaba en lo cierto, y como tenía mucha hambre, le confesó: "Es verdad, hermano cocodrilo... ¡Estoy muerto de hambre! Y veo que tú tienes mucha suerte de poder vivir en el río y comer estrellas... Yo en cambio, estoy destinado a buscar mi alimento por donde vaya y a morirme de hambre cuando no lo encuentro..." El cocodrilo lo miró fijamente y se compadeció de él. Entonces le replicó: "Escucha hermano lobo: no tienes que morirte de hambre. ¡En el río hay millones de estrellas! Y si lo deseas, tú también puedes alimentarte de ellas." El lobo se alegró al escuchar las palabras del cocodrilo y le respondió: "Sería el lobo más feliz del mundo si pudiera hacerlo, ¡pero yo no sé nadar!" Y el cocodrilo le contestó: "No tienes que saber nadar para comer estrellas. Tan sólo debes inclinarte un poco sobre la orilla... ¡y sorber con fuerza!" Sin embargo, como el lobo todavía desconfiaba de la situación, le respondió al cocodrilo: "¡¿Y si me resbalo y me caigo de cabeza al río?! ¡Moriré ahogado!" Notando que el lobo estaba aterrado, el cocodrilo lo tranquilizó diciendo: "Mira hermano lobo, yo me pondré acá, muy cerca de la orilla y si te resbalas, entonces saltas sobre mi lomo y estarás a salvo. Yo no dejaré que nada malo te ocurra..." De este modo, el lobo ganó confianza y cuando se acercó a la orilla del río para comer las estrellas, de un zarpazo, el cocodrilo se lo comió.
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Reflexión: Muchos vendedores de "verdades" intentarán convencernos de que "su verdad" es la "verdadera". No debemos creer en todo lo que nos dicen, por más que las palabras que salgan de sus bocas suenen bonitas. Como verdaderos cristianos, sólo debemos creer en lo que Jesús nos dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.» (Jn 14,6)

 

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LAS DOS PUERTAS

Cierta vez, un zorro rojo se paseaba con el pecho inflado, jactándose de ser el animal más astuto del bosque. A mitad de camino, se encuentra con un enorme oso gris parado entre medio de dos puertas. El zorro rojo, que se creía inteligente y astuto, se burló del oso gris por su aspecto tan señorial. Poco después, el astuto zorro comenzó a hacer preguntas buscando hacer quedar en ridículo al enorme oso gris. Fue así que, entre una palabra y la otra, el zorro se vino a enterar de que aquellas dos puertas lo conducían a la meta de su destino final. Mientras el oso gris le explicaba la importancia de saber elegir bien la puerta, el zorro rojo se distraía mirando una mariposa que volaba a baja altura. Culminada la teoría, el oso gris le preguntó al zorro si era tan valiente de saber elegir la puerta que le marcaría su destino.
El zorro rojo, que era insoportablemente irónico, le contestó que sí. Dijo además, que todo ese asunto le resultaba como un juego de niños y que con gusto, realizaría la prueba. Pero cuando el zorro rojo caminó los primeros pasos y se acercó a las puertas, el oso gris le recordó que sólo podía elegir una de las puertas y que una vez traspasada, no habría manera de volver atrás. El zorro rojo aceptó el reto. Sin embargo, antes de elegir la puerta que lo conduciría a su destino final, el zorro rojo   apoyó sus orejas en cada puerta y escuchó atentamente. En la primer puerta se escuchaban muchas risas, lo que le dio a entender que se trataba de un clima festivo. En la segunda puerta, en cambio, se percibía un silencio absoluto. Sin dudarlo un instante, el astuto zorro rojo eligió la primer puerta, y entró corriendo a toda prisa. Pero grande fue su sorpresa, cuando descubrió que aquellas risas con clima festivo, provenían de un gigantesco nido de serpientes donde había caído. De haber elegido la segunda puerta, hoy estaría disfrutando de una paz absoluta en un placentero bosque celestial.

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Reflexión: Recordemos que si buscamos la paz (la Paz de Dios, no la de los hombres) nunca la encontraremos en el bullicio. Porque es en el silencio donde siempre habita la Paz de Dios.

 

 

 

LA SABIDURÍA DEL AGUA

Un pastor de ovejas, contaba que en lo alto de la montaña vivía un oso ermitaño. Decía que el oso se sentaba todo el día a contemplar la naturaleza: amanecía con los primeros rayos del sol, meditaba cuando comenzaba el atardecer y se dormía bajo el manto estrellado de la noche. Resultaba muy extraño ver a un oso ermitaño, y sin embargo, era muy común observar a las cabras trepar la ladera de la montaña y llegar hasta la cima en poco tiempo. El carácter de las cabras, se sabe, no es muy cordial: a las cabras les gusta tener su propio espacio y sentirse en libertad. El pastor de ovejas narraba que en aquel rebaño, había una cabra que se incendiaba de ira cada vez que soltaba la lengua. No era de extrañar entonces que esta cabra malhumorada, protestara cada vez que alcanzaba la cima de la montaña y se encontraba con la presencia del oso ermitaño. Al principio, la cabra empezó a murmurar en voz alta, pero luego comenzó a gritar a los cuatro vientos. El oso, en cambio, no parecía reparar en los gritos de la cabra gritona. El resto de las otras cabras, aterradas por la corpulencia del oso ermitaño, imaginaban que de un momento a otro, el enorme mamífero perdería la paciencia, sacudiría un violento zarpazo y arrojaría a la cabra gritona al vacío.
Pero para sorpresa de todos, nada de eso ocurrió. Y así fue transcurriendo un mes y luego otro, y cuando se cumplieron los tres meses, el oso ermitaño aún continuaba manteniendo su misma postura y actitud. Esto hizo que la cabra más vieja y sabia del rebaño, llegara a pensar que aquel corpulento oso, era en verdad sordo y que por tal razón, no reaccionaba ante las burlas y los gritos de la cabra gritona. No tuvieron que pasar muchos días más para que, ya cansada de berrear contra el oso ermitaño sin recibir respuesta, la cabra gritona abandonara el rebaño de pésimo humor lanzando incontables patadas al aire. Sólo entonces, el oso ermitaño abrió los ojos ante el asombro de las cabras. La cabra más vieja y sabia, admirando la actitud del oso, le preguntó por qué no había reaccionado ante la actitud de la cabra gritona. El oso ermitaño le señaló entonces el río que pasaba bordeando la montaña, y le dijo: "¿Cuántas piedras asoman a lo largo del río?" La cabra vieja miró el río y respondió: "Muchas." El oso ermitaño cerró nuevamente los ojos, y afirmó: "¡Exacto! Son muchas las piedras y cientos los obstáculos a los que el río se enfrenta diariamente, sin embargo, el agua nunca se detiene. Es en éste proceder donde radica la sabiduría del agua: ¡nunca debes detener tu marcha ante los obstáculos! Ahora piensa: En mi camino tan solo había "una piedra"... ¿Por qué iba a detenerme?"
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Reflexión: A un necio se lo vence con el silencio, no contestando a sus necedades.

 

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EL LOBO Y LA HORMIGA

Un lobo se encontró con una hormiga en el camino.
––¡Apártate de mi camino, tonta hormiga! ––le dijo el lobo––. Si no lo haces, ¡voy a pisarte!
La hormiga le contestó:
––No tienes que enojarte, hermano lobo. El camino es ancho y grande, y los dos cabemos perfectamente para continuar nuestro recorrido.
Pero el lobo le respondió:
––¡Cállate! El que manda en el bosque soy yo, ¡así que te ordeno que te apartes ahora mismo!
La hormiga se corrió a un costado y permaneció en silencio.
Entonces el lobo se corrió hacia el costado donde estaba ahora la hormiga y le dijo:
––¡Creo haberte dicho que te salgas de mi camino! ¡¿Acaso deseas que te pise?!
La pequeña hormiga le contestó:
––Eso hice, hermano lobo. No tengo intenciones de molestarte. Mira, me correré para este otro lado.
El lobo le respondió:
––Yo también deseo ir por ese lado.
––Entonces ––dijo la hormiga––. Me apartaré por acá...
Muy molesto, el lobo exclamó:
––¡¿Buscas hacerme quedar como un tonto, verdad?! ¡¿No sabes acaso que me basta una sola pata para pisarte y destruirte?!
––Lo sé, hermano lobo. Por eso mismo deseo complacerte y no interrumpir tu paseo.
Luego la hormiga se subió a una piedra que había en el camino y le dijo al lobo:
––Ya puedes seguir en paz tu recorrido, hermano lobo.
El lobo, al notar que la hormiga lo había burlado, le respondió:
––¡¿Así que pretendes burlarte de mí?! Pues bien, tonta hormiga, ¡ahora verás lo que puedo hacer contigo con una sola pata!
––Necesitarás más que una sola pata, hermano lobo ––contestó la hormiga.
Fue entonces cuando el lobo se dio cuenta que detrás de la hormiga, iban apareciendo cientos y cientos y cientos de hormigas.
De esta manera, el lobo necesitó no una, sino sus cuatro patas para huir corriendo.
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Reflexión: Pareciera ser que hoy en día, nosotros los católicos estamos solos y que cada uno en forma particular, necesitamos defendernos de los ataques del mundo. Sin embargo, debemos continuar recorriendo el verdadero camino contra viento y marea; cueste lo que cueste. Dijo san Juan Pablo II: “Tenemos que defender la Verdad a toda costa, aunque volvamos a ser solamente doce”. Para fortalecernos aún más, no olvidemos las palabras de san Pablo cuando nos exhorta en su carta a los Romanos con estas palabras: "¿Qué más podemos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Romanos 8, 31).

 

 

 

EL SERVIDOR DEL REY

Un mañana el oso pardo que era el rey del bosque, dijo a todos los animales:
"A quien me demuestre ser el animal más humilde del bosque, le regalaré la mitad de mi reino."
Entonces se presentó un zorro y enunció:
"Yo soy el animal más humilde. No tengo casa ni familia ni ropas que ponerme. Y mi comida, debo conseguirla día a día."
Después llegó un ciervo y expuso:
"El animal más humilde del bosque soy yo. Todos mis hermanos ciervos cuando llegan a adultos, exhiben con orgullo sus cuernos. En cambio yo, a pesar de mi edad adulta, aún no me han crecido los cuernos."
Luego apareció un castor y proclamó:
"Mi rey, si quieres dar la mitad de tu reino al más humilde del bosque, pues aquí tienes a tu candidato: yo nunca he pedido nada a nadie, he sido trabajador toda mi vida y aún así, no tengo cosa alguna que sea de mi propiedad."
Y así fueron pasando uno a uno todos los animales del bosque, pero cuando ya la fila parecía haber finalizado, el rey del bosque preguntó: "¿Ya nadie más queda?"
Su fiel servidor le contestó: "Ya nadie más, mi rey."
Pero el rey le respondió: "Sin embargo, tú no te has presentado, mi fiel y servidor amigo."
El fiel servidor le dijo:
"Mi rey, yo no soy digno de nada, más que de servirte."
Y desde ese instante, el rey del bosque le otorgó a su fiel servidor la mitad de su reino.
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Reflexión: La humildad nada tiene que ver con nuestra  manera de vestir, nuestros estudios o el barrio donde vivamos. Una persona humilde es aquella que sabe escuchar al otro, que tiene respeto, que reconoce si se ha equivocado. Una persona humilde no se vanagloria de sus éxitos, ni presume de ellos. Se reconoce de igual dignidad que los demás, porque todos venimos "de la tierra". Quien tiene modestia, tiene humildad. La humildad es reconocer que nuestras aptitudes y talentos, son dones que Dios nos ha otorgado. En Lucas 14, 11 nos dice: "Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado."  También en 1º Carta de Pedro, 5, expone: "Traten de rivalizar en sencillez y humildad unos con otros, porque Dios resiste a los orgullosos, pero da su gracia a los humildes."

 

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LA GALLINA QUE SABÍA VOLAR

Había una gallina que miraba al cielo constantemente.
Sus amigas se burlaban de ella y hablaban a sus espaldas: "Ella está más en las nubes que en la tierra."
Pero la gallina no escuchaba nada de lo que decían sus pares.
Una tarde, el caballo de la granja le dijo: "Escucha gallina: tus compañeras se burlan de ti porque te encuentras muy distraída y empollas tus huevos en cualquier parte. Además, te pasas todo el día mirando al cielo. ¿Qué cosa tan extraordinaria ves allá?"
Entonces la gallina le contestó: "Observo el vuelo magistral del águila. Algún día, volaré tan alto como ella".
"Las gallinas no vuelan", contestó el caballo. "¡Eso es imposible para ti!"
Y la gallina le respondió: "Hoy por la tarde, me verás volar en libertad y lejos de esta granja."
Después del mediodía, el cielo comenzó a oscurecerse y un viento fuerte empezó a soplar.
El granjero puso a resguardo a todos los animales de la granja, menos a la gallina que estaba escondida.
Entonces se desató un terrible temporal.
La gallina salió de su escondite y corrió hacia el centro de la granja.
Y en ese instante, el viento la levantó por los aires.
La gallina cerró los ojos, desplegó sus cortas alas,  y se dejó llevar.
El viento la sostuvo durante unos minutos en el aire y luego, suavemente, la dejó caer sobre una montaña de hojas secas.
Asomado a la ventana del galpón, el caballo miraba embelesado a la única gallina que "sí" podía volar.
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Reflexión: A veces son muchas las cosas que nos parecen imposibles. La vida nos presenta algunos obstáculos que parecen difíciles de sortear. Pero Jesús nos enseñó que la fe mueve montañas. Y si nuestra fe está depositada absolutamente en Dios, todo resulta posible. El ángel Gabriel le dijo entonces a María: "Porque ninguna cosa será imposible para Dios" (Lc 1,37).

 

 

 

LA LLUVIA Y LA ROSA

Cierto día la rosa despertó, abrió sus pétalos perfumados, miró el azul del cielo y dijo: "Hoy será un lindo día".
La rosa disfrutó del aire fresco, del cantar de los pájaros y sonrió cuando una mariposa se posó sobre sus pétalos.
Al día siguiente, la rosa notó que el viento había cambiado. Ahora soplaba del Norte, así que pronto vendría la lluvia.
Pero el día pasó y la lluvia no llegó.
Entonces la rosa dijo: "Tal vez llueva mañana. A veces no todo es lo que dicen ni todo es lo que parece..."
Al tercer día, la lluvia tampoco llegó.
Y el sol ya comenzó a calentar fuerte y la rosa empezó a sentir que sus pétalos y sus hojas se secaban.
Luego aconteció el cuarto día y el quinto y también el sexto. 
Y aún así, la lluvia no llegaba desde el cielo.
La rosa, recostada en el suelo, hablaba con Dios y le decía: "¿Acaso te has olvidado de mí? ¡Me estoy muriendo y no tengo ni una sola gota de agua para beber!
Al séptimo día, llovió. 
Y entonces la lluvia mojó la tierra, los árboles, y los pastos.
Y bañó a los animales y también a la rosa.
La rosa entonces volvió a erguirse, desplegó sus pétalos y volvió a perfumar todo el bosque.
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Reflexión: Los tiempos de Dios no son nuestros tiempos. Dios sabe perfectamente cuándo es el momento oportuno para ayudarnos. Pero a veces, nuestras preocupaciones, nuestra impaciencia, hace que nuestra fe decaiga. Debemos aprender a esperar. Decía san Benito: "Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que pide, recibe".

 

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EL NIÑO ESTÁ POR NACER

 

Al despertar, el oso Mel descubrió que un alce corría a toda velocidad y le preguntó: “¿Cuál es la prisa?”
El alce le respondió: “El niño está por nacer”.
El oso Mel corrió para alcanzar al alce, y cuando estuvo a la par lo interrogó: “¿Cómo puede nacer un niño en un bosque?” El alce le contestó: “Ven y lo verás”.
El oso Mel intentó seguir al alce, pero el alce era más rápido y se alejó.
Poco después, apareció una ardilla. Al verla pasar a su lado, el oso Mel le dijo: “¿Tú también llevas prisa por ver al niño nacer?” La ardilla le replicó: “Claro, hermano oso. ¿Acaso tú no quieres verlo?”
El oso Mel dijo: “Parece algo extraño… ¿puede un niño nacer en el bosque donde sólo nacen los animales?”.
La ardilla contestó: “Ven tú mismo y lo verás”.
El oso Mel se detuvo a meditar. Y mientras lo hacía, alcanzó a ver que de todas partes del bosque salían animales que corrían todos juntos hacia una misma dirección.
Entonces tomó aire en sus pulmones y corrió a toda velocidad para alcanzarlos.
Después de correr durante un largo rato, los animales se detuvieron en una cueva abandonada. Y allí se quedaron esperando.
El oso Mel, un poco impaciente, le preguntó a un búho: “¿Hasta cuándo debemos esperar?”
El búho le respondió: “Hasta esta noche”.
Y llegó la noche y entonces, los animales del bosque saltaron de alegría cuando el niño nació y regresaron a sus cuevas y escondites para festejar.
Pero el oso Mel, un poco confundido, le preguntó a una rata pequeña: “Oye amiga, ¿cómo saben que el niño ha nacido? La cueva está oscura y no puede verse nada”. La rata pequeña le dijo: “No hace falta ver al niño para saber que ha nacido. Lo sientes aquí, en el corazón”.
 
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Reflexión: Que en esta Noche Buena que se acerca, el niño Jesús nazca en el corazón de todos aquellos que aún no lo conocen. ¡Feliz Navidad!

 

 

 

EL SUEÑO DE VOLAR

Había una vez un ratón pequeño que soñaba con volar.
Un día, el ratón fue a la montaña y vio nacer el sol desde el este.
Sintió entonces que su corazón latía muy fuerte y lo invitaba a lanzarse
al vacío.
Cuando estaba por arrojarse, teniendo sus brazos estirados como dos alas, el ratón pequeño se detuvo y pensó: “¿Qué estoy haciendo? ¡Si me lanzo al vacío me haré trizas!”
Estaba todavía pensando, cuando sintió que lo tomaban fuerte del lomo y lo elevaban por el aire.
Entonces el ratón pequeño estiró el pescuezo y descubrió que había sido atrapado por un águila.
Pero el ratón no se desanimó y meditó: “Este será mi último viaje. ¡Cómo pude ser tan tonto de creer que un mísero ratón como yo puede volar!
Y abrió grande los ojos. Y sus ojos vieron un cielo enorme, limpio y azul.
Y miró hacia abajo. Y vio arboles pequeños, un río pequeño y una montaña que en toda su inmensidad, resultaba pequeña.
Descubrió entonces que su vida se enriquecía de repente. Y escuchó que su corazón ya no latía tan fuerte.
En los minutos que duró aquel viaje, el ratón pequeño cerró los ojos y pensó agradecido:
“¡Gracias Padre bueno del cielo por haber cumplido mi sueño!”
El águila dio un giro y regresó a la montaña y suavemente, soltó al ratón en el mismo lugar donde lo había capturado.
Y el ratón pequeño, sorprendido, vio como el águila desplegaba nuevamente sus alas elevándose hacia el sol y se alejaba por los cielos.
Poco después, escuchó en su corazón una voz que le decía:
“De nada, pequeña criatura. Tu sueño se ha cumplido.”
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Reflexión: Este Año Nuevo que se inicia, proponte realizar ese sueño que vive hace tiempo en tu corazón. Ese sueño que parece imposible de cumplir. Tan solo debes acercarte a Dios y caminar junto a Él. Y Dios hará que ese sueño, ese imposible, se haga realidad. ¡Feliz Año Nuevo! Y que Dios bendiga este año de tu vida.

 

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EL PÁJARO Y EL GUSANO MADRUGADOR

Cierto día, un pájaro se asomó al hoyo donde vivía un gusano y lo invitó a salir a contemplar el amanecer.
Pero el gusano le dijo: “No puedo hacer eso porque la luz del sol me dejaría ciego.”
Entonces el pájaro le respondió: “¿Cómo puedes quedar ciego con la luz del sol, si tú no tienes ojos? No tengas miedo a la luz. Mira y observa cómo vivo yo: ¡Soy libre y puedo volar a todas partes! ¡Tú también puedes hacer lo mismo!”
Entonces el gusano le contestó: “¿Cómo podría hacer algo así? ¡Tú tienes alas, en cambio yo, carezco de ellas!”
Pero el pájaro le dijo: “Tú ahora no tienes alas, pero a su debido tiempo las tendrás.”
Convencido por aquellas palabras de su amigo pájaro, el gusano salió del hoyo.
Fue en ese preciso momento, que el pájaro le lanzó un picotazo.
Pero fue un picotazo con tan mala puntería, que no logró atrapar a su presa.
Y cuando ya estaba a punto de intentarlo otra vez, pasó por ahí un ave rapaz y atrapó al pájaro con sus enormes garras.
De más está decir que aquel gusano con suerte, jamás volvió a asomar sus narices fuera del hoyo.

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Reflexión: Esta historia nos enseña con cuánto cuidado uno debe caminar en este mundo. Todos sabemos que la bondad proviene de Dios. Pero sólo la maldad proviene del maligno. Recuerda siempre que no todo lo que brilla es oro (Heb 5, 11).

 

 

 

HABLANDO CON LAS NUBES

Había una vez un niño que hablaba con las nubes.
Y todos los días subía al monte y se acostaba en la hierba.
Y así esperaba a que llegaran las nubes…
A veces llenaban el cielo, pero a veces el cielo se veía muy limpio y azul.
Pero el niño era paciente.
Y si ese día las nubes no llegaban, el niño regresaba a su casa y volvía al día siguiente.
Una mañana una niña le preguntó: “¿Por qué subes todos los días hasta la cima del monte?”
Y el niño le contestó: “Voy a hablar con mi abuela”.
Y la niña le dijo: “Ah, que bien. ¿Tu abuela vive en el monte?”
Pero el niño le respondió: “No, ella vive en las nubes”.
Y la niña murmuró: “Eres un niño muy extraño”.
Pasó entonces mucho tiempo antes que el niño y la niña volvieran a encontrarse.
Aquel día, los dos iban subiendo la colina del monte.
La niña le preguntó al niño: “¿Vas a visitar a tu abuela?”
Y el niño respondió: “Así es”.
Y la niña le dijo: “¡Qué bien! Te acompaño entonces. Yo también voy a visitar a mi abuela. Seguro que ahora ellas dos son muy buenas amigas”.
Y el niño sonrió.

 

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Reflexión: Cuando ya no tienes a un ser querido a tu lado, el vacío que se siente es muy grande. Para aquellos que no creen en la Vida después de la muerte, ese vacío debe ser sin duda, todavía más grande y cruel. Sin embargo para nosotros los cristianos, que sabemos que Jesús ha resucitado y un día todos nosotros resucitaremos con Él, miramos la vida de otro modo: Porque sabemos que existe una Vida nueva: la Vida eterna. ¡Jesús ha resucitado!

 
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NO ES UNA OVEJA, ES UNA CABRA
 

Había un pequeño zagal* que estaba a cargo de cuidar un rebaño de ovejas. El dueño de las ovejas le había dicho para prevenirlo: "Ten mucho cuidado, mira muy bien y no hagas caso a nadie." Un día, llegó a la pradera una piara de cerdos salvajes. Pero los cerdos hicieron tanto ruido y emitieron tantos gruñidos cuando comenzaron a pastar, que la mayoría de las ovejas se inquietaron. Poco después, cuando el pequeño zagal reunió a las ovejas en la granja y las llevó hasta el redil, se percató que faltaba una oveja. Asustado, el pequeño zagal regresó corriendo a la pradera.
Al llegar, descubrió que los cerdos aún estaban pastando. El líder de la piara le preguntó: "¿A quién buscas?" El pequeño zagal le respondió: "Perdí a una de mis ovejas. Seguro que debe de andar por aquí..." El líder de los cerdos le contestó: "Dudo mucho que la encuentres. Seguro que se ha caído por el precipicio o tal vez, algún lobo hambriento se la ha comido." Pero el pequeño zagal le replicó: "¡Poca es tu fe, hermano cerdo! Si miras hacia arriba de la montaña, verás entonces a mi oveja perdida..." El líder de los cerdos observó atentamente, y luego refutó: "Tu fe será muy grande, pequeño zagal, pero tu vista es bastante corta. Aquello que tú estás viendo, no es una oveja, es una cabra." El pequeño zagal dudó un poco al escuchar lo que el líder de los cerdos le decía, pero enseguida recordó las palabras de su amo: "Ten mucho cuidado, mira muy bien y no hagas caso a nadie." Entonces, sin perder un minuto más, el pequeño zagal corrió a toda prisa hasta lo alto de la montaña. Y estando a una distancia prudente, reconoció a su oveja perdida y la llamó. Al escuchar la voz de su amo, la oveja perdida saltó de alegría y se apresuró a refugiarse en los brazos de su dueño.
*Zagal (pastorcito o pastorcita jóvenes).

Reflexión: La mayor alegría de Dios es perdonar. Es la alegría que consiste en abrazarnos cuando regresamos a la Casa del Padre y golpeamos a su puerta. Dios entonces nos recibe con inmensa alegría, aunque tenga que limpiar en nosotros tanta miseria. Pensemos que si Dios, en su infinita bondad y misericordia, perdona nuestros pecados, de igual manera, nosotros debemos perdonar a quienes alguna vez nos hayan hecho daño. Ayudemos a Jesús (el Buen Pastor) trabajando como pequeños zagales, para ir en busca de las ovejas perdidas y así poder regresarlas al rebaño.
 
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EL RATÓN CODICIOSO
 

Cuentan que en la ciudad, había un ratón codicioso a quien, si se le arrojaba un trozo de queso, el ratón iba a toda prisa por el alimento y luego lo llevaba a su guarida. Y si un rato más tarde, se le volvía a arrojar otro trozo de queso, el ratón corría nuevamente a buscarlo y otra vez lo escondía en su guarida. Pero dicen que un día, tal vez una mañana de agosto, cuando el ratón codicioso entró una noche fría en su guarida y se dispuso a contemplar la enorme montaña de quesos que había juntado, percibió de repente que los quesos se movían. Era como si algún intruso de por ahí, se hubiese escondido debajo de su torre de quesos. Con un poco de temor y otro poco de curiosidad, el ratón codicioso desparramó la primera hilera de trozos de quesos que había juntado, y descubrió que debajo de ellos, había cientos y cientos de gusanos. Desesperado, el ratón comenzó a
sacudir su cola como un látigo, y dando golpes hacia un lado y hacia otro, derribó por completo la montaña. Se percató entonces que ya nada quedaba de los quesos: sólo emanaba un olor nauseabundo que se esparcía por el aire cada vez que los gusanos se movían.
Sintiéndose abatido, el ratón codicioso lloró y gritó de rabia. Un gusano que estaba a pocos centímetros del ratón, le preguntó: "¿Por qué lloras y te lamentas de tu fracaso, hermano ratón? ¿Acaso no sabías que salvo la miel, ningún otro alimento puede resistir el paso del tiempo sin pudrirse? El resto de los alimentos, fermenta inexorablemente. Pero además de esto, tendrías que saber que aquellas cosas que hoy tienes, es mejor agradecerlas y disfrutarlas. Porque nadie sabe el momento en que todo se termina. Recuerda siempre, hermano ratón: Nada ni nadie nos pertenece. Sólo Dios es dueño y Señor de todo."

Reflexión: La codicia es un pecado que produce ceguera. La palabra "avaricia" proviene del latín (avaritia), y es el deseo desenfrenado de obtener riquezas y bienes materiales. La codicia, nunca nos permitirá disfrutar de aquello que hemos acumulado. Porque nunca le daremos valor a lo que ya tenemos en nuestro poder. Siempre querremos una cosa nueva. Querremos tener más y más y más cada día, a cada hora, a cada minuto. Porque la codicia no conoce de límites. Decía santo Tomás de Aquino: "La avaricia y la codicia, de todos los pecados capitales es el mayor, porque es una ofensa directa a Dios."
 
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EL ANIMAL MÁS FUERTE
 

Un día el león, que era el rey de la selva, convocó a todos los animales y les preguntó: "¿Quién es para ustedes el animal más fuerte de la selva?" Algunos, por temor o por cobardía, respondieron: "El animal más fuerte eres tú, Su majestad. Por eso eres el rey." Pero otros animales, como por ejemplo la hermana cebra, ya resignadas a su destino, vituperaban diciendo: "No por ser nuestro amado rey, eres el más fuerte. ¿No olvidemos a nuestro hermano rinoceronte o nuestro hermano hipopótamo?" El hermano cocodrilo, que mostraba tan sólo sus redondos ojos fuera del agua, acotó: "Tengo entendido que el animal más fuerte es el hermano elefante." La gran mayoría de los animales estuvo de acuerdo con esta designación, y entonces le plantearon al león su veredicto: "Creemos que el animal más fuerte de la selva es el hermano elefante." Pero cuando el león estaba ya a punto de admitir el fallo, se presentó el hermano búho y les dijo: "Lamento contradecir su dictamen, Su majestad. Pero se están olvidando ustedes del hermano escarabajo rinoceronte." Los animales se echaron a reír.
El león, ordenando el pronto silencio, le comentó al hermano búho: "Nadie aquí duda de tu sabiduría, hermano búho. Sin embargo, ¿crees que un pequeño animalito puede ser más fuerte que nuestro inmenso hermano elefante?" Entonces el hermano búho respondió: "Nuestro hermano elefante puede levantar un tronco de hasta 300 kg. De eso nadie tiene dudas. En cambio, el hermano escarabajo rinoceronte es un insecto que apenas mide 4,5 centímetros de longitud pero que, sin embargo, es capaz de cargar 850 veces su propio peso. Nuestro hermano elefante pesa 6.000 kilos, pero... ¿sería capaz de levantar 850 veces su propio peso?"

Reflexión: No por ocupar mayores o menores cargos, seremos capaces de amar más o amar menos. Nuestro transitar en este mundo, debe centrarse en poner todo nuestro empeño, en realizar pequeños actos de amor. Ante la mirada de Dios, lo pequeño siempre tiende a hacerse grande.
 
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LA ZORRA, EL RÍO Y EL AVEZTRUZ

Andaba la zorra con hambre como de costumbre, e iba buscando en aquella mañana de septiembre alguna cosa para saciar su apetito. Vio entonces que un avestruz hembra empollaba sus huevos durante el día y en algunas pocas horas de la tarde, pero cuando ya se asomaba el crepúsculo, llegaba el avestruz macho y continuaba empollando las crías hasta las primeras horas de la mañana. Tan custodiados estaban aquellos huevos, que la zorra casi estuvo a punto de resignarse. Sin embargo, agudizando su instinto de supervivencia, la zorra planeó con astucia una manera sabia de apoderarse de aquellos apetitosos manjares. ¡Y vaya que la altanería toma dimensiones mucho más grandes que el Universo cuando de halagos se trata! Porque viendo la zorra que la pareja de avestruces se turnaban entre sí, apareció pasadas algunas horas de la mañana y encontró a la hembra avestruz empollando sus huevos.
Se sentó entonces la zorra a una distancia de tiro de piedra y comenzó a observar atentamente al avestruz. Pero el ave, sabiendo de las malas intenciones del mamífero, le dijo: "Ni sueñe usted con tocar siquiera a uno de mis hijos, porque le quedarán agujeros en toda la cabeza de los tantos picotazos que voy a darle si se acerca por aquí..." La zorra se quedó un buen rato en silencio, como meditando aquellas palabras y luego contestó: "No son los hijos a quienes contemplo, sino a su madre... ¡Hermosas y negras plumas tiene usted, y enorme su gran altura para ser un ave!" El avestruz hembra le replicó: "Soy ave, pero ni negras son mis plumas ni grande mi altura." La zorra le replicó: "La ignorancia es propia de los que carecen de curiosidad. Si usted se contemplara en el río, vería entonces su altura y sus hermosas plumas negras. Yo misma, ayer por la tarde, pude apreciarlas a gusto..." El avestruz hembra le dijo: "Usted me confunde con mi pareja macho, señora zorra. Las hembras como yo, tenemos el plumaje de un color marrón grisáceo. Negras y hermosas, son las plumas de los machos." La zorra insistió: "¿Acaso usted ha sentido alguna vez decir que los ríos mienten?" El avestruz hembra le respondió: "Nunca he escuchado una cosa así." La zorra dijo: "Seguro es y cierto. Porque los ríos nunca mienten, sólo dicen la verdad. Pero basta con que uno se observe en el reflejo de las aguas, para ver la realidad. Yo puedo estar mintiendo sobre el color de sus plumas, que negras son y muy hermosas, pero el río...
¿Acaso no le cree al río? Ahora, si usted me permite, yo debo ir a llevarle el alimento a mis pequeñas crías, y estoy todavía, a dos noches de camino de aquí. Buenos días tenga usted y que le vaya bien, mi bellísima amiga de plumaje negro. ¡Que la naturaleza le conserve siempre su hermosura!"

Así partió la astuta zorra sin mirar hacia atrás, hasta que estuvo lo bastante lejos para perderse de la vista del avestruz hembra, y rápidamente buscó un hueco en un árbol frondoso y allí se escondió. No habían pasado siquiera unos minutos, cuando la zorra vio pasar frente a su escondite al avestruz hembra, que ya presa de su altanería, corría a toda prisa para contemplarse en el río. Triste fue la sorpresa al descubrir que en el reflejo del agua, sus plumas continuaban siendo de aquel mismo color marrón grisáceo de siempre. Pero más funesta resultó ser la sorpresa, cuando habiendo regresado al nido, lo encontró vacío.

Reflexión: Si aprendes a valorarte por lo que eres, nadie podrá convencerte jamás de lo que no eres.

 
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EL ÚLTIMO VUELO DEL PATO AZULÓN
 

El pato Azulón ––a quienes algunos también llamaban Ánade Real––, se pasaba los días imaginando que era un águila que surcaba los aires, exhibiendo sus enormes alas y sus bellas plumas.
Cada mañana, al despertar el alba, el pato Azulón abría grande sus ojos como los platos de porcelana china, y hundía su cabeza en el agua de la laguna para despabilarse un poco. Luego, daba dos o tres vueltas para estirar sus anaranjadas patas y finalmente, ensayaba un salto hacia la orilla y se quedaba contemplando su extraña belleza de pato salvaje en las tranquilas aguas de la laguna.
Cuando ya se hubo saciado de observar su embellecida vanidad, el pato Azulón buscó en la orilla algunos brotes y vástagos de plantas acuáticas, comió dando algunos picotazos y luego se sentó a descansar. Así era la rutina diaria de nuestro pato amigo. Una rutina, que se postergaba hasta que se cumplían las tres de la tarde. Porque a esa hora, exactamente a esa hora, algo ocurría en el cielo...
Aquellos que han tenido la suerte de ver surcar por los aires a un águila, entenderán por qué el pato Azulón quedaba obnubilado ante la belleza del águila. Mientras la contemplaba, el pato Azulón exclamó: "¡Algún día llegaré a volar tan alto como un águila y tocaré el cielo con mis alas!" Una comadreja que se arrastraba media hambrienta por allí, escuchó lo que el pato Azulón decía y se detuvo a mirarlo. Así que, mientras el pato observaba fascinado el despliegue del águila, la comadreja miraba con hambre al pato Azulón.
Cuando ya habían transcurrido unos minutos, la comadreja se impacientó y murmuró: "Puedes quedarte a observar al águila todo el tiempo que desees, pero jamás llegarás a volar tan alto como un águila, si primero no descubres su secreto." Al pato Azulón se le erizaron las plumas al escuchar la voz ronca de la comadreja. No era necesario darse vuelta para comprobar que animal tenía a sus espaldas: era sin duda la voz de una comadreja.
Entonces contrajo sus alas y se dispuso a alzar el vuelo. Pero antes de que se echara a volar, la comadreja le dijo: "Yo puedo decirte cuál es el secreto que guardan las águilas para volar tan alto. ¡Imagínate! ¡Un pato como tú de cabeza verde, volando igual que un águila en el cielo! ¿Puedes imaginarlo?" El pato Azulón le respondió: "De hecho, ese ha sido siempre mi sueño..."
La comadreja se sentó, dando a entender que no tenía intenciones de atrapar al pato, y continuó diciendo: "Haré un trato contigo: yo te diré el secreto de las águilas y tú a cambio me conseguirás comida." Luego de un par de idas y venidas, el pato Azulón y la comadreja llegaron a un acuerdo. Al día siguiente, la comadreja llevó al pato hasta la cima de una inmensa montaña. Llegaron exhaustos y muertos de frío. Entonces decidieron sentarse un rato para descansar. Poco después, y viendo que la comadreja no cumplía con su promesa, el pato
Azulón le reclamó: "Bueno... ya hemos llegado hasta aquí y aún no me has contado el gran secreto."
La comadreja le respondió: "El secreto está justo frente a tus ojos..." Parado casi en la cornisa de la montaña, el pato Azulón no llegaba a descubrir cuál era el gran secreto, y entonces al notarlo inquieto, la comadreja le dijo: "¡Pato tonto! ¿Acaso no lo ves? ¡Tienes ante tus ojos la respuesta!" Y el pato Azulón le contestó: "Debo ser muy tonto en verdad, porque no logro descubrir el secreto..." Entonces la comadreja le replicó: "Las águilas no emprenden el vuelo desde lo bajo. No remontan altura desde el suelo, sino que lo hacen desde las altas montañas.
¡Ese es el secreto para alcanzar grandes alturas! Si tú ahora mismo te arrojas desde aquí, volarás tan alto como un águila..." El pato Azulón preguntó: "¿De veras crees que ese es su secreto?" Y la comadreja le contestó: "¡Claro que sí! Me gusta observar cuál es el comportamiento de los animales, y puedo asegurarte que ese es el gran secreto." Pero el pato dijo: "Tengo un poco de miedo. ¿Qué pasará si no logro volar?" La comadreja le replicó: "¿Acaso no tienes alas? ¿No vuelas acaso con ellas?" Y el pato Azulón le respondió: "Sí, claro... tienes toda la razón. Soy un ave, y las aves vuelan." Y diciendo esto, se arrojó al vacío. La comadreja bajó a toda velocidad la enorme montaña y cuando llegó a suelo firme, buscó al pato Azulón. Lo encontró destrozado entre las piedras, con las alas y las patas rotas. La comadreja lo atrapó con la boca y lo llevó a su guarida. Ya tenía su comida. Pero... ¿había hecho trampa la comadreja? ¿Le había mentido al pato Azulón? No.
La comadreja había cumplido el trato. El que había cometido el error había sido el pato Azulón. Olvidó que a esas alturas, los vientos son más fríos: son vientos helados. El espesor de las plumas del águila hace que sus alas no se congelen, pero no sucedió lo mismo con las plumas del pato Azulón. Fueron sus plumas las que no resistieron las bajas temperaturas y lo traicionaron. Además de su vanidad, claro...

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Reflexión: Reflexión: La arrogancia o vanidad, sólo conduce a la perdición. Creernos que somos mejores que los demás, tiene sus consecuencias. Es importante que uno se acepte como es. Si somos un pato, nunca podremos ser un águila. Intentemos siempre con ayuda de Dios, ser alguien mejor, no aspirar a ser lo que no podemos ser. No escuchemos tampoco a aquellos que frecuentan los malos caminos: por más que nos pinten un mundo perfecto, procuremos darnos cuenta que no existe tal mundo. Cuando se tenga el deseo de cambiar, pidamos siempre la ayuda a Dios. Dios nunca defrauda.

 

 
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EL OSO CURIOSO
 

2Una mañana, llegaron al bosque dos urracas y se posaron en la rama de un árbol para cuchichear entre ellas. Pasaba por allí un enorme oso, y al escuchar que las urracas hablaban entre sí, sintió gran curiosidad y se detuvo a escuchar lo que decían. Entonces, oyó que una de las urracas comentaba: "Hoy mismo, tendremos en el bosque un temporal tan violento que destrozará todo lo que encuentre a su paso." Al escuchar la noticia, el enorme oso entró en pánico y sin perder tiempo, corrió a esconderse en su cueva.
Luego de unos minutos, se quedó dormido plácidamente en el suelo como un angelito. A la mañana siguiente, cuando el enorme oso asomó tímidamente su nariz fuera de la cueva, comprobó que era un día maravilloso.
Muy contento, salió de la cueva pensando: "¡Qué suerte he tenido! Si ayer no hubiese escuchado hablar a esas urracas parlanchinas, hoy estaría muerto por el temporal." Apenas había avanzado unos pocos metros, cuando sorpresivamente se topó con dos hermanos osos que estaban sentados en el suelo comiendo pescado. Entonces, el enorme oso les dijo: "¡Vaya que han tenido suerte con la pesca, queridos hermanos! ¡Ayer por poco todos morimos aplastados por el fuerte temporal y hoy, gracias a Dios, el día se viste de fiesta!" Los dos osos lo miraron un poco confundidos y le respondieron: "No estamos muy seguros sobre cuál temporal estás hablando, hermano oso. ¡De lo que sí estamos seguros, es de que ayer pescamos tantos salmones en el río, que ahora tendremos comida para todo el año!

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Reflexión: Nunca nos dejemos guiar por los comentarios ajenos. Recordemos que el chisme, sea de quien sea o de quien venga, contiene mucho más de mentira, que de verdad (Mt 15, 19) (1 Pe 2, 1).

 

 
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LA MARIPOSA Y LAS MOSCAS
 

Cierta vez, una mariposa Monarca atravesó la ciudad para ir al campo, y casi sin percatarse, voló sobre unos contenedores de basura. Eran alrededor de veinte o treinta contenedores, y en cada uno de ellos, había un gigantesco enjambre de moscas. Una de las tantas moscas que andaban por ahí, vio pasar a la mariposa y en el mismo momento, empezó a gritar: "¡Miren, amigas! ¡Ahí pasa una de esas antipáticas moscas de colores que se alimentan de néctar y tienen sus alas grandes y coloridas! El resto de las moscas dejaron entonces de escupir las enzimas que hacían que los alimentos sólidos se convirtieran en líquidos, y se pusieron a reír.
Pero no satisfechas con esto, algunas moscas comenzaron a gritarle a la mariposa todo tipo de barbaridades: "¡Cuidado, mi dulce reina de las flores, no te vayas a manchar tus bellas alas de tan hermosos colores!" Otras moscas le decían: "¡Vuela, vuela rápido, lepidóptero ditrisio! ¡No te juntes con dípteros, porque tú eres de la familia Nymphalidae y nosotras de la familia de los múscidos!" Y había otras moscas que, abrazadas entre ellas, cantaban con tono irónico una canción que decía: "Nosotras vivimos una roñosa vida de plagas, porque somos unas cuántas y no nos importa nada, ¿pero millones de moscas, que somos la misma peste, pordemos vivir eternamente, estando siempre equivocadas?"

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Reflexión: Hoy en día, existen muchas cosas que para el mundo están bien y a los ojos de Dios están mal (como el aborto, la eutanasia, la idolatría hacia hombres y mujeres populares, la idolatría hacia el trabajo, la idolatría hacia las redes sociales, etc.), y otras muchas cosas que para el mundo están mal y a los ojos de Dios están bien (como poner a Dios en primer lugar de nuestras vidas, formar una familia, ocuparnos de las necesidades de los demás, cumplir los mandamientos, ir a Misa, confesarse, etc). Que las corrientes del mundo sigan las "modas" de su tiempo, no significa que aquellas "cosas" que persiguen sean las correctas. Dios mismo, ya ha establecido en el mundo cuales son aquellas "cosas" que son buenas para nuestra vida y nuestro crecimiento espiritual, y cuales "cosas" no lo son. Que millones y millones de moscas en todas partes del mundo se alimenten de heces, de basura y de animales en descomposición: ¿significa que lo que están haciendo sea correcto? No nos dejemos llevar por los "mandamientos" impuestos por el mundo de hoy. Si Jesús dijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí." (Jn 14, 6) ¿Por qué entonces el mundo se empeña en buscar "otros" caminos, "otras" verdades y "otras" vidas?

 

 
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EL DULCE CANTAR DE MADDY
 

3En una cordillera, vivía una pajarita de nombre Maddy a quién le gustaba mucho sobrevolar los árboles, mezclarse entre las ramas y jugar a esconderse entre las hojas. Maddy pertenecía a la especie de las aves llamadas tangara, uno de los pájaros "multicolores" más lindos del mundo que habita los bosques premontanos en las cordilleras Central y Occidental de Colombia.
Una mañana, Maddy volaba flotando entre los vientos y hacía acrobacias en el aire. Las aves que volaban cerca de ella la miraban embelesadas: "Su vuelo es como el vuelo de los ángeles", decían. Un día en que los vientos soplaban con mayor intensidad y violencia, la pajarita Maddy se encontraba haciendo unos planeos por entre los árboles, y entonces ocurrió un imprevisto: una de sus alas se atascó entre dos ramas. Maddy intentó zafarse, pero sintió entonces un sonido seco y extraño como un "crack", y enseguida pensó que era una rama que se había roto. Sin embargo, cuando Maddy intentó volver otra vez al vuelo, descubrió que no había sido una rama la que se había roto, sino una de sus alas.
Entonces, la pajarita Maddy cayó repentinamente en un pozo profundo de depresión. ¡Amaba tanto volar, y ahora...! El fatídico destino le había jugado una mala pasada. "¡¿Qué voy a hacer con mi vida?!”, pensó la pajarita Maddy angustiada. "¡Lo único que sé hacer en esta vida es volar!"
Habían transcurrido ya unos cuantos meses, cuando una tarde, la pajarita Maddy comenzó a cantar para poder desahogar su tristeza. Fue entonces que algo ocurrió dentro de ella: descubrió que cantar, era lo que más le gustaba hacer en el mundo. Y a partir de entonces, cantando a viva voz, ella misma repetía: "Cada día, durante todas las mañanas y también en tardes vespertinas; cuando el Pacífico con sus aguas, al sol así recibía; cuando las cordilleras colombianas sus largas sombras ya extendían; se escuchaba entonces el cantar de una dulce melodía: era el cantar de Maddy, que, entre rosas rojas y orquídeas, con su tierna voz de ángel, le iba cantando a la vida..."
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Reflexión: Aunque Dios nos quite algo, o no permita que se realice lo que nosotros tanto anhelamos, eso no significa que Dios este ausente en nuestras vidas. Tampoco demuestra que no nos ame o esté haciendo "oídos sordos" a nuestras peticiones. Muchas serán las veces que no entenderemos a Dios y muchas más, serán las veces en que no estaremos de acuerdo con Él. Otras veces inclusive, nos preguntaremos por qué Dios siendo tan poderoso, permite que nos sucedan ciertas cosas. Es difícil entender la cruz cuando debemos cargarla. Quizás hoy no entendamos la razón, pero la entenderemos cuando hayamos resucitado con Cristo.

Cuando la cruz se hace presente en nuestras vidas, cuando esa vida llena de luz se oscurece por un momento y se transforma en un paso arduo y triste que debemos recorrer, entonces, es el tiempo de demostrarle a Dios que nuestra fe está depositada únicamente en Él. En el Antiguo Testamento, se encuentra el libro de "Job" cuyo valor no sólo es poético, sino también muy humano. La historia de Job, ocupa un lugar destacado dentro de la Biblia, pero también ocupa un lugar destacado al ser considerado una obra maestra de la literatura universal. La narración cuenta que cuando Dios le otorga el permiso a Satanás para que le haga perder a Job todo lo que posee ––incluida la salud––, Job pierde todo, menos la fe. Pero ante el insistente reproche que le hace su esposa porque no levanta la voz contra Dios, el mismo Job le contesta: "Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿por qué no aceptaremos también lo malo?" Por esta actitud de fe, Dios termina recompensando a Job su devoción y su confianza, y le concede el doble de las cosas que Job había perdido (Job 2, 10).
 
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UNA BELLOTA ES IGUAL A DOS BELLOTAS
 

4En un bosque había dos ardillas que eran ladronas, y todas las noches cuando las otras ardillas se iban a descansar, las ardillas ladronas entraban a las casas y hacían sus fechorías. Durante muchos meses estuvieron robando, hasta que una noche, un búho las descubrió y las acusó delante de todos los animales del bosque. Pero como las ardillas ladronas negaban los cargos que se le imputaban y alegaban que eran inocentes, los animales del bosque solicitaron la presencia del águila para que impartiera justicia. Llegó entonces el águila, y se posó sobre la rama de un árbol gigante que hacía de estrado y mandó a llamar a las rateras. Cuando las ardillas ladronas se presentaron, el águila las increpó diciendo: "Desde el cielo, yo las he visto entrar en las casas de sus pares y robar bellotas."
Al verse acorraladas, las ardillas ladronas finalmente reconocieron su pecado, y fueron procesadas. La condena resultó ser la siguiente: diez años de cárcel para cada una de ellas. Pero cuando se escuchó la condena, una de las ardillas ladronas levantó la voz en alto e increpó al águila diciendo: "Mi compañera ha robado más de veinte bellotas, y yo en cambio, he robado sólo dos. Ahora dime, ¿es justo que ambas recibamos la misma condena?" Entonces el águila le contestó: "Las dos cometieron el mismo delito. No importa cuántas bellotas hayan robado cada una. Lo que aquí importa, es la actitud. Yo veo que tu compañera está arrepentida y avergonzada por lo que hizo, y en cambio en ti, no percibo ninguna compunción. Además, dime una cosa: ¿tú pretendes que yo haga justicia contigo, cuando tú misma, no has hecho justicia con tus semejantes?"
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Reflexión: No acusemos a otros de ser pecadores, porque de un modo u otro, en grande o menor medida, todos lo somos; todos pecamos. No nos corresponde a nosotros convertirnos en jueces de los demás. Eso corresponde únicamente a Dios. Sólo Dios es un Juez justo y misericordioso.

 
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LA PESADA CARGA
 

Había un hombre que debía atravesar un puente destartalado llevando una pesada carga. Pero al mirar el puente, el hombre pensó: "Si cargo con esta carga tan pesada, el puente no lo soportará y caeré al vacío con carga y todo." Entonces le rogó a Dios que lo ayudara, porque era un hombre que tenía mucha fe. Cuando el hombre estaba ya dispuesto a cruzar el puente, el cielo se oscureció y se desató un fuerte viento. Al ver que se acercaba una inminente tempestad, el hombre se asustó, pero aún así, se dijo a sí mismo: "Cruzaré igual el puente, porque Dios está conmigo". Y entonces lo cruzó a toda prisa. Pero cuando llegó al otro lado, se percató que no llevaba consigo la pesada carga. Enseguida sobrevino una gran tempestad, y el hombre comprendió que ya era demasiado tarde para volver a buscar su carga. El hombre estaba todavía pensando, cuando frente a sus ojos, se derrumbó el puente. Afligido por la suerte que le había tocado padecer, el hombre se acostó en el suelo y se quedó dormido. Cuando el hombre despertó a la mañana siguiente, descubrió que sobre la orilla del río, flotaba su pesada carga.

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Reflexión: Dios siempre está dispuesto a ayudarnos. Por eso, debemos aceptar que a veces los planes de Dios no son nuestros planes. Sólo tenemos que aprender a fiarnos de Él.
 
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EL HOMBRE IMPORTANTE
 

5Cierto día, un ermitaño le preguntó a un hombre importante que reinaba en su país: "¿Tienes toda la autoridad para ejercer tu poder? ¿Puedes hacer lo que realmente te plazca?" El hombre importante le contestó: "Puedo hacer lo que yo quiero, si así lo deseo." Pero el ermitaño insistió: "¿Qué tanto puedes hacer?" Y el hombre importante le dijo: "Si yo quiero, puedo destruir un país entero de la noche a la mañana". El ermitaño le preguntó: "¿Y puedes volver a reconstruir ese país una vez que lo hayas destruido?" El líder le replicó: "Puedo hacerlo, si se me place." Mientras caminaban por los pasillos del majestuoso palacio, el ermitaño arremetió nuevamente contra el hombre importante y le dijo: "Y dime algo, poderoso soberano, ¿puedes hacer que todo vuelva a ser como era antes? ¿Puedes hacer que los seres queridos que han muerto, vuelvan con vida a integrar su familia?" Entonces, el hombre importante entró en cólera y le contestó al ermitaño: "¡No digas sandeces! ¡Tú bien sabes que yo no puedo hacer semejante cosa! ¡Eso es imposible!" Y el ermitaño le contestó: "Si entonces eres tan limitado, ¿dónde radica tu poder?"

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Reflexión: Recordemos que sólo Dios tiene Omnipotencia: poder absoluto sobre todas las cosas; Omnipresencia: poder de estar presente en todo lugar; y Omnisciencia: poder absoluto de saber las cosas que han sido, que son y que serán.
 
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LA PAZ DE MEL
 

Si había algo que el oso Mel deseaba con todo su corazón, ese "algo" era la paz. ¿Pero cómo podía obtener la paz si él mismo provocaba la guerra? ¿Cómo podía anhelar algo que no guardaba en su corazón? ¿Era posible hallar la paz en su vida si se pasaba gritando y peleando con todo el mundo?
Un día, luego de haber discutido acaloradamente con una musaraña, el oso Mel salió a dar una vuelta por el bosque, y mientras caminaba se preguntaba: "¿Qué puedo hacer para vivir en paz conmigo mismo y con los demás? ¿Es acaso posible que yo pueda hacer algo para cambiar mi mal carácter? ¿Podré algún día de mi vida encontrar esa paz que anhelo?" Mientras meditaba, pasó cerca de un árbol y avistó entre las ramas a un pájaro de plumaje castaño. Restándole importancia, el oso Mel siguió su camino, pero el pájaro le dijo cantando: "Puedes vivir en paz si realmente lo deseas." El oso Mel se detuvo. Había quedado petrificado y de espaldas al árbol. Frunció el ceño unos segundos, y luego pensó en voz alta: "¿Cómo un pájaro puede saber que yo busco la paz? Bueno, quizás la paz es algo que todo el mundo desea, y espor eso que el pájaro lo repite en su cantar." Pero el pájaro le contestó: "No todo el mundo anhela la paz, Mel. Algunos viven sembrando el odio porque tienen un corazón de piedra y ni siquiera conocen el significado de la palabra paz."
El oso Mel se acercó hasta el árbol, miró detenidamente al pájaro y le preguntó: "Dime pájaro de plumas castañas, ¿cómo sabes mi nombre? ¿Acaso tú y yo nos conocemos de alguna parte?" El pájaro le contestó: "No, no nos conocemos, Mel. Pero todo el mundo te conoce a ti. Todos conocen a Mel, el oso que siempre grita." Mel se ruborizó. Respiró profundo y luego le preguntó al pájaro: "¿Acaso grito tan fuerte como los Boanerges*?" Y el pájaro le replicó: "No es solamente por lo fuerte que gritas que todo el mundo te conoce. Es por el inmenso dolor que causas a tu prójimo cuando les gritas."
Al escuchar lo que el pájaro de plumas castañas le decía, el oso Mel sintió que el corazón se le estrujaba, y entonces se prometió a sí mismo no volver a gritar. Pero a pesar de su promesa, siempre surgía algún imprevisto. Y ahí estaba otra vez el mal carácter del oso Mel poniendo el grito en el cielo.
Hasta que un día, ya cansado de vivir una vida angustiosa, el oso Mel miró al cielo y le imploró a Dios que lo ayudara. ¿Y sabes que ocurrió? El oso Mel logró apaciguar su carácter. ¿Y sabes por qué? Porque finalmente había puesto toda su confianza en Dios. (Sal 22:6)

*Jesús, dio el nombre de Boanerges a Santiago hijo de Zebedeo y a su hermano Juan, que significa "Hijos del Trueno". (Mc 3:17)

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Reflexión: El carácter no es algo que se pueda cambiar, pero sí puede aplacarse. Todos nacemos con un carácter ya determinado. Algunos nacemos con el carácter fuerte, y otros con el carácter suave o demasiado pasivo. Lo importante, es que sepamos reconocer cuál es nuestro carácter. Reconocerlo y aceptarlo, es el paso más importante que debemos dar. Pero si lo que buscamos es lograr un cambio en nosotros, entonces ya no será una tarea individual; no será algo que podamos realizar nosotros solos. Hay que convencerse, que por nuestras solas fuerzas es imposible hacer bien las cosas: necesitamos la gracia de Dios. Debemos dejar que sea Él quien nos ayude. De esto se trata justamente. Pensemos que fue esa misma ayuda –– la ayuda y la gracia de Dios––, la que entonces recibió san Francisco de Sales para alcanzar la santidad. Cuentan, que cuando el santo falleció, le hicieron una autopsia y le encontraron el hígado totalmente endurecido como una piedra. Así dejaba demostrado, la enorme violencia con la que tuvo que luchar este hombre de fuerte carácter, para poder lograr ser amable, delicado y bondadoso en el trato hacia los demás. Lucha que, indudablemente, hubiese sido imposible de lograr sin la ayuda y la gracia de Dios.
 
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EL ÁGUILA Y LA ARDILLA TRAMPOSA
 

A los pies de una inmensa montaña había una arboleda. Y en esa arboleda, vivían unas cuantas  ardillas.
Las ardillas eran felices viviendo entre los árboles frondosos, porque además de otorgarles una sombra fresca y un lugar perfecto para construir sus nidos, también les aportaban su alimento: principalmente, las bellotas.
Y aunque a veces la vida nos hace pensar que estamos viviendo en un paraíso terrenal, lo cierto y verdadero, es que vivimos transitando un "valle de lágrimas".
Así sucedió un día, que ya rebosantes de tanta felicidad, algo inoportuno aconteció en la arboleda.
La ardilla más vieja de la familia, comenzó a gritar desenfrenadamente que le habían robado todas sus bellotas.
Era muy extraño todo este asunto, porque a decir verdad, en los muchos años que las ardillas llevaban conviviendo, nunca había sucedido nada semejante. Y entonces se armó un alboroto indecible.
Las ardillas, comenzaron a echarse la culpa una a la otra, y a decirse toda clase de cosas horribles que siempre lastiman los oídos y entristecen al corazón.
Lo cierto, es que en poco menos de una hora, la felicidad que había reinado en la vida de las ardillas, cayó de bruces en un pozo oscuro, profundo y sin fondo.
Pero en lo alto de la montaña, vivía un águila. Y el águila, era un ave que podía escuchar y ver todo lo que pasaba allá abajo.
Al principio, el águila reflexionó que aquel revuelo se debía simplemente a un malentendido.
Y que tal vez, por un descuido involuntario de la vieja ardilla, las bellotas habían ido a parar erróneamente en el hueco de algún árbol vecino.
Sin embargo, las ardillas ni se molestaron en buscar las bellotas, y se fueron a dormir exasperadas.
Aquella noche, la luna era como un inconmensurable farol amarillo iluminando de lleno la montaña y los árboles.
El águila, estaba dando sus rutinarias vueltas nocturnas por el aire, cuando de repente percibió a lo lejos, una pequeña silueta que saltaba y se escondía entre los árboles.
Es sabido que los ojos del águila, pueden ver hasta cuatro o cinco veces más lejos que cualquier otra especie, incluido al hombre.
Y fue por eso precisamente, que el águila descubrió que aquella pequeña y escurridiza silueta, pertenecía a una ardilla.
Aquella ardilla, que era tramposa y ruin, sabiendo que pronto llegaría el frío invierno, entraba por las noches en los huecos de las casas de las ardillas más viejas y se robaba las bellotas.
Al ver la insidia, el águila se elevó en el aire a cientos de metros en cuestión de segundos, cerró sus enormes alas y cayó en picada a más de doscientos cuarenta kilómetros por hora sobre la ardilla tramposa.
Y cuando la tuvo atrapada con sus garras curvas y afiladas, comenzó a chillar por encima de los árboles mostrando su presa.
Entonces, las ardillas despertaron de su sueño y al mirar hacia lo alto del cielo descubrieron en las enormes garras del águila, al verdadero culpable del robo de las bellotas.
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Reflexión: Si un águila puede ver a su presa a más de quinientos metros de distancia, imaginemos entonces cuánto más puede alcanzar a ver Dios. Recordemos que no existe un sólo lugar en el mundo donde podamos ocultarnos de Su mirada.
Por eso, procuremos siempre hacer bien las cosas y a la luz del día. De modo que si alguien descubre nuestro proceder, nuestra actitud no nos genere vergüenza. Vivamos cada día de nuestra vida, sabiendo que Dios siempre y en todo momento, nos está mirando.
 
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EL FALSO ZORRO Y EL FALSO LOBO
 

Había un zorro que era un lobo, y un lobo que era un zorro.
¿Pero cómo podía ser una cosa así?
Podía ser, porque ambos animales eran falsos.
El zorro se disfrazaba de lobo, y el lobo se disfrazaba de zorro.
Y como los dos animales eran grandes mentirosos, cada cuál se ocultaba detrás de la piel del otro animal.
El zorro pensaba: "Si me atrapan, culparán al lobo."
Y el lobo, pensaba: "Si me atrapan, culparán al zorro."
Pero sucedió que un día, el falso zorro y el falso lobo se encontraron en el bosque.
Al mirarse, ambos animales pensaron de sí mismos: "¡No parece lo que pretende ser!"
Entonces, el falso zorro le dijo al falso lobo: "No pareces un zorro, hermano." Y el falso lobo, le replicó al zorro: "Lo sé, hermano. ¡Tú tampoco pareces un lobo!"
Y ambos se echaron a reír, y se hicieron grandes amigos.
Un día, una ardilla pregonera llegó al bosque gritando que se escuchaban los truenos del "Fin del Mundo".
Notando entonces que los animales comenzaban a entrar en pánico, el falso zorro le comentó por lo bajo al falso lobo: "Cuando llegué al bosque, venía huyendo de los hombres. Estos hombres, son cazadores que usan armas y sus disparos retumban como truenos. Ellos buscan animales para matarnos y quitarles la piel. Ya deben de estar muy cerca de aquí."
Entonces, el falso lobo le dijo al falso zorro: "Aprovechemos el miedo de los animales, hermano,  y saquemos ventaja de esta situación." El falso zorro, le contestó: "Podemos insinuar que se acerca el "Fin del Mundo". Todo el mundo le tiene miedo al "Fin del Mundo."
Poco después, el falso lobo se subió a una roca, y les dijo a los animales: "Amigos del bosque: Los truenos que nuestra hermana ardilla escuchó, son los tambores que anuncian el "Fin del Mundo". Ustedes han sido malos y egoístas, y por eso deben cambiar de actitud ahora mismo."
Una liebre asustada, preguntó: "¡¿Qué haremos entonces, hermano lobo?!"
El falso zorro subió a la roca junto al falso lobo, y contestó: "Que cada uno junte sus cosas de valor y las arroje en el pozo que está al final del bosque, y vuestro hermano lobo y yo, pediremos al Creador  del mundo que nos proteja y nos salve de la muerte."
Entonces, los animales del bosque corrieron desesperados a buscar sus pertenencias más valiosas, y las arrojaron dentro del pozo.
Tres días después, los cazadores llegaron al bosque. Y como no encontraron a los animales porque estaban ocultos por el miedo, continuaron la marcha y llegaron hasta el final del bosque.
Allí descubrieron al falso zorro y al falso lobo, saltando y riendo cerca de un pozo colmado de zanahorias, bellotas, panales de abejas rebosantes de miel, semillas de lino, piedras de colores y toda clase de cosas extrañas. Entonces, los cazadores apuntaron sus armas hacia el falso zorro y hacia el falso lobo, y dispararon sus armas a quemarropa.
Ese día, fue la última vez que los animales del bosque escucharon el fragor de los truenos del "Fin del Mundo".
Los cazadores, quedaron absortos cuando al despellejar las presas, notaron que el zorro tenía bajo su piel una piel de lobo, y que el lobo tenía bajo su piel una piel de zorro.
Pero aunque el asunto les pareció bastante extraño, de todos modos se alegraron mucho de haber obtenido aquel tesoro invaluable.
Después de curtir las pieles, los cazadores hicieron un sorteo para ver quién se quedaba con ellas.
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Reflexión: "El fin del mundo -de este mundo conocido por nosotros-, puede llegar hoy mismo para cualquiera de nosotros. ¿Pero estamos preparados para dejarlo ahora? Los falsos profetas, siempre anunciaron lo que el mismo Jesús refutó hace dos mil años atrás (Mateo 24,36). Deberíamos preocuparnos entonces, por tratar de ser mejores personas cada día, de modo que cuando ocurra lo que finalmente debe ocurrir, nos encuentre a todos en gracia de Dios."

 
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EL HEDONISTA EGOÍSTA
 

Un hedonista encontró una lámpara de los deseos, y  entonces pensó: "Ahora podré tener todo el placer que yo deseo."
Cerca de él, había un mendigo que pedía limosna. Y al levantar los ojos, vio que el hedonista llevaba la lámpara en su mano y le dijo: "Ten cuidado con esa lámpara, porque sus deseos son limitados."
El hedonista le contestó: "Los deseos siempre son limitados, eso ya lo sé. ¿Hasta cuántos deseos crees que pueda pedir?"
Y el mendigo le contestó: "Tú pide, y lo sabrás. Pero cuando lo hagas, ten piedad de mí y ruega para que yo pueda salir de la extrema pobreza."
Entonces el hedonista le prometió que así lo haría, y se marchó con la lámpara.
Cuando llegó a su morada, el hedonista tomó la lámpara y la frotó, porque había escuchado que las lámparas deben frotarse antes de pedir los deseos.
Enseguida, escuchó una voz que procedía desde dentro de la lámpara. La voz dijo: "Pide un deseo."
Y el hedonista respondió: "Quiero amor, dinero y  felicidad."
La voz dentro de la lámpara contestó: "No puedo otorgarte tres deseos. Sólo tienes derecho a pedir uno."
El hedonista le profirió: "¡¿Qué clase de lámpara eres tú que sólo puedes otorgar un deseo?!"
Pero después reflexionó: "Si pido amor, no tendré dinero ni felicidad. Si pido dinero, no tendré amor ni felicidad. Y si pido felicidad, no tendré amor ni dinero." Cuando ya estaba a segundos de pedir su deseo, se acordó del mendigo y recapacitó: "¡Vaya dilema! No podré cumplir mi promesa... ¡Sólo tengo un deseo!"
Entonces cerró los ojos, y se olvidó del mendigo. Luego, le dijo a la lámpara: "Deseo no sufrir más en esta vida."
Y al instante, la lámpara le cumplió el deseo y lo convirtió en una piedra.
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Reflexión: El hedonismo es una filosofía que considera el placer como la finalidad o el objetivo mismo de la vida. Por lo tanto, los hedonistas viven para disfrutar de los placeres intentando evitar el dolor. El Cristianismo, en cambio, nos enseña que lo mejor en la vida cristiana no es la ausencia del dolor, sino el parecernos más a Cristo. "Pues, así como participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así también por medio de él tenemos abundante consuelo." (2 Corintios, 1-5)

 
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EL BURRO Y EL CABALLO
 

En una casa de campo, había un hombre que tenía un caballo Pinto con manchas marrones y blancas, y un burro de pelaje gris.
El burro, todos los días tiraba de una pesada carreta, y cargaba con las provisiones que el hombre compraba en la gran ciudad.
Por esta razón, el caballo se mofaba del burro. Y se burlaba, porque lo único que tenía que hacer el corcel, era llevar a pasear al hombre por las extensas tierras verdes del bosque.
Pero los años fueron pasando, y con ellos, también se fue pasando la vida.
Un día, viendo el hombre que su caballo ya estaba bastante torpe para correr, y demasiado viejo para ser montado, lo enganchó entonces a la carreta para cargar las provisiones que compraba en la gran ciudad.
Y mientras el hombre preparaba el atalaje, el viejo caballo miró hacia el establo y descubrió que allí estaba el burro descansando plácidamente sobre un mullido colchón de heno.
Ese día, el caballo comprendió que nadie debe presumir del trabajo que ejerce, y mucho menos, burlarse del trabajo que ejercen los demás.

Reflexión: Aprendamos a ser agradecidos con Dios por las cosas que tenemos. Porque así como el viento sopla aquí y mañana lo hace allá; del mismo modo, hoy podemos estar en la cima de una montaña y mañana encontrarnos a sus pies.

 
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TODOS SOMOS OSOS
 

Un día, un ratón de biblioteca se hizo esta pregunta: "¿Cuál es el oso más inteligente del mundo?"
Entonces, puso en su morral una libreta y un lápiz, y salió a buscar la respuesta.
Primero fue a visitar al oso andino, y cuando lo encontró, le preguntó: "¿Cuál de estos hermanos osos es el más inteligente?
¿El pardo o el polar?" Y el oso andino le contestó: "Eso no lo sé. Sólo sé que todos somos osos."
No conforme con la respuesta, el ratón de biblioteca visitó a un oso pardo, y le interrogó: "Dime, oso pardo: ¿Cuál de estos hermanos osos es el más inteligente? ¿El andino o el polar?"
Pero el oso pardo le replicó: "Creo que no lo sé, amigo. Sólo sé que todos somos osos, al fin y al cabo."
Todavía disconforme con las respuestas obtenidas, el ratón de biblioteca se puso su chaqueta más abrigada, y partió en busca del oso polar. Y cuando lo encontró, le preguntó tiritando de frío: "Escucha, hermano polar: ¿Cuál de tus hermanos osos es el más inteligente? ¿El andino o el pardo?" Y el oso polar, le respondió: "Todos somos osos por naturaleza. ¿Por qué habría de ser uno más inteligente que el otro?"

Reflexión: Nunca hablemos mal de nuestra Iglesia, de nuestro Club, de nuestra Escuela, de nuestro lugar de Trabajo o de nuestra Familia. Porque en todas partes existen opiniones y actitudes diferentes. Proclama el dicho: "En todas partes se cuecen habas." Sin embargo, aunque existan miles de diferencias, eso no nos acredita para hablar mal del lugar que frecuentamos. Porque si hablamos mal de ellos, también estaremos hablando mal de nosotros mismos.

 
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EL CERDO CHILLÓN
 

6En una pocilga, los cerdos estaban destinados a morir. Pero había entre ellos, un cerdo chillón que siempre se salvaba del cuchillo de la mano del hombre. Y así, se burlaba de los otros cerdos diciendo: "¿A quién le tocará hoy ser carne de cañón?" Y comenzaba a reírse y a fastidiar a sus compañeros. Pero un día, llegó hasta la pocilga una tropa de soldados que iban camino a la guerra. Notando el sargento que sus soldados estaban un poco desanimados, quiso renovarles las fuerzas. Entonces, le pidió al dueño de la pocilga que preparara unos cuantos cerdos para alimentar a la tropa. De esta forma, el dueño de la pocilga separó ocho cerdos, y comenzó a disponer el fuego y a afilar su cuchillo. Y vaya sorpresa para el resto de la piara, que entre esos ocho cerdos, estaba también el cerdo chillón.
Al sentirse acorralado y observado por sus compañeros, el cerdo chillón entró en pánico, y comenzó a gritar: "¡Amigos!¡Escapemos ahora mismo del cuchillo de la mano del hombre! ¡¿Cómo pueden estar tan tranquilos sabiendo que en pocos minutos morirán?!" Entonces, uno de los cerdos, el que era más grande y más viejo, le contestó: "Nosotros, sabíamos que tarde o temprano pasaríamos por el filo del cuchillo de la mano del hombre. Ahora, tú puedes seguir berreando todo lo que quieras contra nosotros, tus hermanos. ¡Qué importa! ¿Verdad? Porque ni tu boca ni tus gritos de espanto, podrán salvarte hoy de la muerte inminente. Así es la vida, hermano mío: Hoy la tienes, y mañana no. El misterio, consiste en estar preparado para recibir a la hermana muerte del mejor modo posible. En esto, radica esencialmente lo que hemos estado haciendo cada uno de nosotros: Nos hemos estado preparando para afrontar este impostergable momento."

Reflexión: Si es verdad eso que dicen: "Año Nuevo, vida nueva", entonces no posterguemos las cosas más importantes para el año siguiente. El cambio tenemos que realizarlo ahora. Si queremos amar, amemos. Si queremos rezar, recemos. Si estamos dispuestos a perdonar, perdonemos. No tengamos miedo de efectuar un cambio de actitud en nuestras vidas. No sintamos temor de anhelar querer ser mejores personas. Porque todo esto, es posible de lograr si confiamos plenamente en la Misericordia de Dios.
 
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NAVIDAD
 

En un pueblo, había una viuda llamada Carmela que todos los días frecuentaba la Iglesia. Y cuando entraba en la Iglesia, lo primero que hacía era arrodillarse frente al tabernáculo. Y arrodillada, se quedaba en silencio hasta el comienzo de la misa. Así lo hacía todos los días, durante todos los días del año. Y como todos los años, aquel mismo año llegó también la Navidad.
Entonces, después de la misa de Nochebuena, llamada popularmente Misa de Gallo, la viuda Carmela se acercó al padre Simón, y le dijo: "Anoche tuve un sueño muy lindo, padre. Soñé que hablaba personalmente con Jesús. Qué sueño tan extraño, ¿verdad?"
Pero el padre Simón le contestó: "Bueno, doña Carmela. A mí no me parece un sueño tan extraño." La viuda lo miró con los ojos tiernos de una madre, y le dijo: "Claro... Usted lo dice porque es un santo." Ya estaba por irse, cuando el padre Simón la volvió a llamar: "¡Doña Carmela!" Entonces, doña Carmela se acercó hasta el padre, y dijo: "¿Me llamó usted?" Y el padre, le replicó: "Así es, doña Carmela.
Quería contarle un secreto. Mañana por la noche, ya es Navidad, y Jesús vendrá como invitado a cenar con nosotros. Si usted lo desea, puede venir..."
La viuda Carmela miró al padre con cierta desconfianza. Y aunque no se atrevió a decirle nada, lo cierto es que en su corazón no creía que Jesús, verdaderamente fuera a cenar con ellos. Pero el padre Simón, al notar el rostro suspicaz de la viuda, le volvió a insistir: "No es broma, doña Carmela. Mañana, Jesús vendrá con nosotros a cenar."
Es de entender, que la viuda Carmela no durmió ni por un rato en toda aquella noche de Nochebuena. Ni tampoco, pudo lograr que su mente descansara unos pocos minutos: Se había quedado pensando en tantas cosas... En cada una de esas preguntas que deseaba y quería preguntarle a su amado Jesús. Porque si existía algo que siempre había deseado la viuda Carmela en su corazón, era poder recostar la cabeza en el hombro de Jesús, como Juan lo había hecho tantas veces, y poder decirle en susurros, cuánto lo amaba realmente.
Y arribó entonces el ansiado día. La Navidad había llegado al mundo. Y en todas partes nacía nuevamente la esperanza, un nuevo canto a la vida, una luz que derramaba su claridad desde lo más alto del cielo, y que se esparcía por todos los rincones donde vivían los hombres de buena voluntad.
Y transcurrió así toda la mañana, y después la tarde, y por fin, llegó la tan esperada noche.
Entonces, la viuda Carmela pensó en vestirse como para ir a una fiesta. Pero después pensó que a Jesús, que había vivido y amado siempre la pobreza, no le iba a gustar mucho que fuera vestida así, de punta en blanco. Y buscó entonces un vestido sencillo. Alguno de esos vestidos, que llevaba con frecuencia a la Iglesia. Pero aún así, a pesar de la sencillez, la viuda Carmela se peinó prolijamente, y se cambió los aros de las orejas, y buscó también en el fondo del armario, un perfume suave para poder mojarle los pies a Jesús. Porque ella sabía muy bien, que a Jesús le gustaban mucho los perfumes.
Faltando pocos metros para llegar a la Iglesia, la viuda Carmela notó que las puertas del templo aún estaban cerradas. Pensando entonces que el padre Simón se había olvidado de ella, golpeó temerosa las puertas. Y cuando apenas habían transcurrido unos pocos minutos, un niño de no más de diez años, le abrió las puertas y la invitó a pasar.
La Iglesia parecía distinta esa noche. Habían corrido los bancos hacia los costados, y en el medio, habían puesto una enorme mesa con manteles blancos y caballetes de madera. Sentados en los bancos, había más de quince familias completas: estaban los padres y las madres con sus hijos, y muchos abuelos y abuelas sonrientes, y todos y cada uno de ellos, estaban en situación de extrema pobreza.
La viuda Carmela, buscó entonces con la mirada al padre Simón. Y entre tanta gente, por fin logró divisarlo a unos pocos metros de donde ella estaba. El padre Simón sonreía, y se lo veía extremadamente feliz. La viuda procuró llegar hasta él con mucha cautela, y cuando logró alcanzarlo, le dijo: "Padre Simón... He venido a ver a Jesús... ¿Dónde está Él? ¿Dónde está nuestro Señor?"

Entonces, el padre Simón miró a la viuda con ojos compasivos, y señalando con la mano a las familias, le contestó: "Ahí está Jesús, doña Carmela. Ahí está nuestro Señor... ¡En cada uno de ellos!"
 
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EL REY MALHUMORADO
 

Una mañana, el rey de un reino olvidado, se levantó de pésimo humor. Entonces mandó que el arlequín compareciera ante él, y le devolviera el humor perdido. El arlequín, nervioso por la responsabilidad que debía afrontar, hizo un par de morisquetas tontas, y al notar la poca predisposición por parte de su majestad, se detuvo. Porque en verdad, la cara del rey seguía estando tan larga como su manto, lo que en otras palabras, vendría a significar que si antes estaba de mal humor, ahora lo estaba mucho peor. Sabiendo entonces que la cosa iba camino hacia la desgracia, el arlequín observó al rey y como le conocía los fuertes arrebatos de ira que solía tener, se acercó lentamente hasta el trono e inclinándose, tomó la espada real del rey con ambas manos. Y luego, dirigiéndose a la guardia real, les dijo: "Vosotros ya lo podéis ver con vuestros propios ojos: nuestro rey, muestra en su rostro un pésimo humor. Por lo tanto, propongo que le cortéis la cabeza con su propia espada real, y que en lugar de su cabeza, pongáis la mía. Porque bien se sabe y está escrito, que éste, nuestro rey, no debe ni merece en lo absoluto tener cara de mal humor, ni siquiera por un sólo día de su majestuosa vida." Al escuchar estas palabras, el rey se puso a reír, y así, le desapareció por completo su mal humor.

Moraleja: Si deseas saber qué siente tu prójimo, ponte primero en su lugar.

 
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LA OVEJA REBELDE
 

Había un pastor que tenía muchas ovejas, pero una de esas ovejas, era rebelde. 
Cuando llegó el día en que las ovejas debían ser esquiladas, la oveja rebelde huyó del rebaño y se escondió en una cueva.
Durante un largo tiempo vivió en esa cueva, y  entonces comenzó a juntarse con otros animales que eran tan rebeldes como ella. Y así fue, que aprendió a hacer algunas cosas que una oveja no debería hacer.
Comió entonces alimentos que una oveja no debería comer; dijo palabras inapropiadas que una oveja no debería decir; y pensó cosas muy feas que una oveja no debería pensar. 
Pero un día, la oveja rebelde se enfermó. Entonces, sus amigos le dijeron que muy pronto se pondría bien, y que todo lo que ahora sentía, era como esos vientos que llegan de la nada y sacuden las ramas de los árboles, y hacen temblar los nidos de las aves, pero finalmente, los vientos amainan, y todo vuelve a la normalidad.
Entonces, la oveja rebelde esperó a que ocurriera ese milagro, pero cada día que pasaba se encontraba peor.
Y pensó: "Si yo ahora estuviera con mi pastor, nada de esto me hubiera ocurrido."
Y mientras meditaba en estas cosas, un pájaro de plumas y alas blancas, entró en la cueva. 
Al ver a la oveja moribunda recostada sobre el suelo, le preguntó: "¿Qué haces ahí tirada? ¿Por qué no estás pastando con tu rebaño?" 
Y la oveja rebelde le respondió: "Yo me escapé una mañana de mi casa, porque estaba harta de ser esquilada por mi pastor, y ahora, que ya ha pasado tanto tiempo, me encuentro muy enferma y moribunda."
Entonces, el pájaro de plumas blancas le recriminó: "¡Oveja necia y descarriada! ¡¿Acaso no sabes que si las ovejas no son esquiladas, su lana crece y crece desmedidamente, y por el mismo peso de su lana, se asfixian y mueren?!"

Recuerda: Así como Dios, le otorgó a las ovejas la lana para que nosotros pudiéramos usarla como abrigo en los días de bajas temperaturas; del mismo modo, Dios nos regaló a cada uno, un don. Ese don, por tratarse justamente de un regalo otorgado por Dios, debemos compartirlo durante toda nuestra vida, con cada uno de nuestros hermanos. 

 

 
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LAS PIEDRAS
 

7El abuelo, vació una bolsa con piedras en el suelo, y le dijo a su nieto: "Elige las piedras más lindas". Cuando el nieto terminó de hacerlo, el abuelo le dijo: "Nosotros hacemos las cosas de este modo. Buscamos sólo las cosas que son lindas a nuestros ojos. Ahora, veamos cómo Dios hace las cosas". Entonces, el abuelo extendió los brazos hacia ambos lados, y volvió a juntar todas las piedras en un solo lugar. "¿Entiendes? Así es como Dios hace todas las cosas. Para Dios no existe lo lindo, o lo feo. Porque Todo, absolutamente Todo, ha sido Creado por Él".

 
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EL TEMOR
 

8El padre notó que había temor en los ojos de su hija. La niña estaba asustada; tenía angustia. También el padre se sentía un poco así. Pero los progenitores, siempre ven la vida a través de los ojos de sus hijos. Como Dios lo hace con todos nosotros. Por eso, al notar la tristeza de su hija, el padre la alzó en brazos, y le dijo: "Toda esta pandemia que afecta al mundo, es algo feo y triste, hija, lo sé muy bien, y también sé, que da un poquito de miedo. Pero ¿sabes?, Jesús dijo un día, algo muy lindo sobre el miedo" La niña miró a los ojos a su padre, y le preguntó: "¿Qué fue lo que dijo Jesús?" Entonces, el padre le contestó: "No tengas miedo", dijo Jesús, "sólo ten fe."

 
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EL HOMBRE AFLIGIDO
 

La vida del hombre afligido, era un constante tropiezo. Buscaba sol, y hallaba sombra. Buscaba luz, y encontraba tinieblas. Un día, le preguntó a un vecino, cómo hacía para estar feliz. "Hablo con Dios todos los días, y Dios siempre me responde", contestó el vecino. El hombre afligido le dijo: "Yo hago lo mismo, pero a mi Dios nunca me habla". El vecino le replicó: "Dios siempre escucha, y siempre responde. Pero muchas veces, los que no escuchamos somos nosotros".

 
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EL BORRACHO
 

Un muchacho se refugiaba en la bebida para olvidar sus problemas. Pasó un anciano, y le dijo: "La bebida te hará olvidar los problemas por un rato, pero volverán con la lucidez." "¿Qué tengo que hacer?", preguntó el muchacho. "Pide ayuda a Dios", dijo el anciano. "¿Dios me librará de los problemas?", interrogó el muchacho. "No", contestó el anciano. "Pero te ayudará a resolverlos."

 
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EL MILAGRO DEL CIEGO
 

Camino a casa, un hombre de traje se encontró con un ciego de nacimiento. Al escuchar los pasos, el ciego dijo: "Hola... ¡Necesito tu ayuda!" El hombre de traje le preguntó: "¿Cómo puedo ayudarte?" El ciego le contestó: "Necesito un milagro... ¡Quiero que me devuelvas la vista!" El hombre de traje quedó perturbado, y entonces le dijo: "Lo siento mucho, amigo, pero yo no hago milagros. ¡No soy santo!" Pero el ciego le dijo: "¿Qué hay frente a tus ojos? Dime todo lo que ves." Entonces, el hombre de traje, describió minuciosamente todo lo que veía. "Muchas gracias por este milagro de tus ojos", dijo el ciego. "Hoy tus palabras me han devuelto la vista."

 
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RIQUEZA AL CUELLO
 

Un ladrón, asaltó en plena noche a un anciano. Luego lo ató a una silla, y después, buscó por toda la casa las cosas de valor. Pero no encontró nada. Entonces le dijo al anciano: "Si no me dices dónde escondes el dinero, voy a matarte". El anciano le contestó: "No tengo dinero. Lo único que tengo de valor, cuelga de mi cuello." El ladrón lo miró fijamente, y le dijo: "No me tomes por tonto. Eso que tienes en el cuello, es un Rosario. ¡Y un Rosario no tiene ningún valor!" Entonces el anciano le contestó: "Lo que dices, es cierto. Un Rosario que cuelga del cuello no tiene ningún valor. Pero si lo rezas, serás el hombre más rico del mundo."

 
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JUAN BENDITO
 

9Conocí un pájaro, y le pregunté si era feliz viviendo en un árbol.
El pájaro me dijo: "Tengo comida y agua todos los días... Y además puedo volar. ¿Crees que soy feliz?"
"Creo que tienes todo lo necesario... así que de seguro eres feliz", le contesté.
El pájaro, dijo: "En mi pueblo, vivía un pájaro llamado Juan Bendito.
Vivía rodeado por la naturaleza, y por muchos pájaros amigos que lo acompañaban. Amaba los árboles y las plantas, y disfrutaba el cantar de un río que día y noche, entonaba melodías para él y sus amigos.
Una tarde, encontró una compañera, y con ella tuvieron siete hijos. La vida de Juan Bendito estaba realmente favorecida.
Pero pasaron los años, y los hijos crecieron y comenzaron a emigrar. Entonces, Juan Bendito y su compañera se quedaron solos en el nido. Pero aun así, eran inmensamente felices. Todavía podían escuchar el cantar del río, y  volar libremente entre los árboles y las plantas.
Un día, sin previo aviso, llegaron unos hombres y cortaron el árbol de Juan Bendito. Su compañera, no soportó el disgusto y murió de tristeza. De este modo, Juan Bendito comenzó a sentir que su vida ya no era tan fértil.
Al enterarse de la desgracia, algunos hijos volvieron para ayudar. Y se llevaron a Juan Bendito a otros lugares, y le consiguieron otros árboles donde vivir. Pero ninguno de esos árboles, le devolvió a Juan Bendito la felicidad. El tiempo, le fue sumando años a sus plumas y restando fuerzas a sus alas.
A veces, cuando algún hijo no estaba tan ocupado, lo llevaban a visitar a sus buenos amigos; y otras veces, lo llevaban temprano hasta la orilla del río, y volvían a buscarlo al atardecer.
Finalmente, Juan Bendito se quedó a vivir en un árbol. Muy cerca de uno de sus hijos, pero muy lejos del río".
Ahora dime una cosa, dijo el pájaro: "¿Piensas que Juan Bendito era feliz?"
"No", le contesté. "No sólo la vida le quitó a su compañera y a sus hijos, que muchas veces es parte de la vida misma; sino que además, Juan Bendito perdió a sus amigos, y sobre todo, el dulce cantar de las aguas del río".

"Has entendido bien", dijo el pájaro. "Ahora sabes cómo me siento".
 
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PARA SER BUENO, SOLO TIENES QUE SERLO
 

10Yo era un lobo malo. Muy malo. Más malo que el lobo que se comió a Caperucita Roja y su abuelita.
Pero un día, se me apareció un cordero de la nada, y me dijo:
"¿Qué vas a hacer? ¡Eso está mal!"
Yo estaba por comerme una oveja. Esa tierna oveja sería mi almuerzo. Pero al ver el susto en sus ojos, la dejé escapar.
Desde ese día, ya no he vuelto a comer ovejas.
Una tarde, encontré una granja. Era enorme, y estaba llena de gallinas. Iba a entrar a robar huevos, cuando nuevamente se me apareció el cordero, y me dijo:
"¿Qué vas a hacer? ¡Eso está mal!"
Yo me enojé mucho, porque realmente estaba muerto de hambre. Pero después entendí que no era bueno robar.
Así que desde ese día, no he vuelto a robar huevos de gallina.
Pasado de hambre y de sueño, decidí regresar a mi cueva. En el camino, me crucé con un pomposo conejo. Inmediatamente, pensé en comerlo. Pero entonces, escuché la voz del cordero hablando dentro de mi cabeza:
"¿Qué vas a hacer? ¡Eso está mal!"
Esa fue la última vez que escuché la voz del cordero dentro de mi cabeza. Porque ya no están ahí. Ahora están en mi corazón. Han pasado muchos años desde entonces. Hoy en día, me alimento de frutas y plantas silvestres que encuentro por ahí. Ya no voy por el bosque comiendo criaturitas de Dios.
Ahora soy un lobo bueno, y me porto muy bien. Y créeme: no es tan difícil lograrlo...

Para ser bueno, sólo tienes que serlo.

 

 
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