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MEDITACIÓN DIARIA
DEL EVANGELIO - FEBRERO 2025
-Por Padre Jesús Antonio Weisensee Hetter-

Intención del papa Francisco para el mes de FEBRERO: Oremos para que la comunidad eclesial acoja los deseos y las dudas de los jóvenes que sienten la llamada a servir la misión de Cristo en la vida sacerdotal y religiosa.

 

SÁBADO 01
Santa Brígida de Irlanda
Hb 11, 1-2.8-19; Sal: Lc 1, 69-75; Mc 4, 35-41

EVANGELIO: Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípu­los: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras bar­cas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».

REFLEXIÓN: Luego de una larga jornada anunciando el Reino, Jesús invita a sus discípulos a pasar a la otra orilla del lago, a tierra de paganos. La escena de hoy, sin embargo, se concentra en la travesía. Una fuerte tempestad los sorprende a mitad de camino, en tanto, Jesús duerme. Parece despreocupado mientras sus discípulos temen por sus vidas. Por eso, lo despiertan con un reproche: «¿No te importa que perezcamos?». Entonces el Señor, con la fuerza de su Palabra, calma el viento, aplaca la tormenta. Es pues en estas situaciones, en las tormentas de la vida donde se pone a prueba nuestra fe-confianza en el Señor. Si caminamos confiados en Él, aunque nos asalte el miedo, no nos derribarán las adversidades.

ORACIÓN: Señor Jesús, fortalece nuestra confianza en ti para que no nos abatan las tribulaciones de la vida.

DOMINGO 02
Presentación del Señor (F)
Ml 3, 1-4; Sal 23, 7-10; Hb 2, 14-18; Lc 2, 22-40; F. B. Lc 2, 22-32

EVANGELIO: Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «Un par de tórtolas o dos pichones». Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con Él.

REFLEXIÓN: El pueblo de Israel estaba convencido de que un día llegaría el Mesías, pero se ignoraba cómo ocurriría. Dos ancianos, sin embargo, ven el cumplimiento de esa promesa en un recién nacido: Jesús. Simón nos ayuda a comprender. Ese Niño —dice— es el esperado, («Mis ojos han visto tu salvación…»). Sí, Él ha venido para ser la luz de las naciones y la gloria de Israel; ante Él no habrá medias tintas, todos tenemos que optar por su proyecto o en contra de este. Ya no habrá posibilidad de disimulo, los pensamientos e intenciones quedarán al descubierto. La profetisa Ana ratifica estas palabras y se convierte en una de las primeras evangelizadoras: a todos les habla de Jesús.

ORACIÓN: Gracias, Padre santo, por mostrarnos tu rostro por medio de tu Hijo. Permite que nuestra vida siga haciendo brillar su luz en el mundo.

 

LUNES 03
Santos Blas, Ob. y Mr. y Óscar, Ob. (ML)
Hb 11, 32-40; Sal 30, 20-24; Mc 5, 1-20

EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuen­tro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre poseído por un espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con grilletes y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los grilletes, y nadie podía dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, vino corriendo, se postró ante él y gritó con fuerza: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes». Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos». Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella región. Había cerca una gran piara de cerdos comiendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: «Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos». Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se precipitó al mar desde lo alto del acantilado y se ahogó en el mar. Los que cuidaban los cerdos huyeron y dieron la noticia en el pueblo y por los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se alejara de su territorio. Mientras se embarcaba, el que había estado endemoniado le pedía estar con Él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti». El hombre se fue y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

REFLEXIÓN: Ya en la otra orilla del lago, Jesús se encuentra con una escena dramática. Un hombre «endemoniado», totalmente deshumanizado, vive entre los muertos y sus fuerzas solo las emplea para autodestruirse. ¿Pero por qué está así o, mejor dicho, quién lo tiene así? El espíritu inmundo se presenta como Legión (el nombre de las milicias romanas), multitud. Las fuerzas del mal que lo oprimen son enormes. Solo un milagro, la Palabra de Jesús puede liberarlo, devolverle su humanidad. Y así ocurre. Ese día el geraseno experimenta cuánta misericordia tiene Dios con Él, que es capaz de levantarlo de las cenizas, de entre las tumbas. Su júbilo y gratitud inicial se transforman luego en testimonio, en evangelización.

ORACIÓN: Gracias, Señor Jesús, por mostrarnos que tú vienes a devolvernos la vida y la dignidad.

 

MARTES 04
Beato Eduardo Francisco Pironio
Hb 12, 1-4; Sal 21, 26-28.30-32; Mc 5, 21-43

EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi niña está en las últimas; ven, a imponerle las manos sobre ella, para que se cure y viva». Se fue con él y lo seguía mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con solo tocarle el manto, curaré». Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de Él, se volvió enseguida en medio de la gente y preguntaba: «¿Quién me ha tocado el manto?». Los discípulos le contestaban: «Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: “¿Quién me ha tocado?”». Él seguía mirando alrededor, para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad». Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: «Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe». No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a casa del jefe de la sinagoga y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo: «¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta; está dormida». Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: Talitha qumi (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»). La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y que­daron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

REFLEXIÓN: La bella escena del evangelio de hoy nos presenta la curación de dos mujeres. A una se le esfuma la vida a puertas de integrarse en la sociedad adulta, la otra apenas puede vivir. Con sangrados constantes, está permanentemente impura, impedida de hacer vida social según las normas de ese tiempo. Además, ha acabado sus bienes en médicos, ya no tiene vida. Por otro lado, Marcos destaca en este pasaje el protagonismo de la fe. La mujer hemorroísa tiene una confianza absoluta en Jesús: «Con solo tocarle el manto, curaré», piensa. Y así ocurre. Jairo se acerca al Señor también con plena confianza y, ante la amenaza de la muerte, es la Palabra de Jesús la que sostiene su fe. Lo mismo nos pide a nosotros hoy el Señor, aprender a confiar siempre en Él.

ORACIÓN: Sostén, Señor, nuestra débil fe con la fuerza de tu Palabra para que no nos derriben las adversidades de la vida.

 

MIÉRCOLES 05
Santa Águeda, virgen y mártir (MO)
Hb 12, 4-7.11-15; Sal 102, 1-2.13-14.17-18; Mc 6, 1-6

EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?». Y se escandalizaban a cuenta de Él. Les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa». No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

REFLEXIÓN: A diferencia de Lucas, según Marcos, Jesús vuelve a su pueblo (Nazaret) después de ejercer su ministerio público por un buen tiempo. Su fama ya estaba ampliamente extendida en toda Galilea. Ahora, sus paisanos podían comprobarlo en persona, y se maravillan de Él: «¿De dónde saca todo eso?», se preguntan. Sin embargo, les falta dar el paso principal, el de la fe. No terminan de fiarse de Jesús, lo conocen tanto (eso piensan) que les gana el escepticismo. Se cierran a acoger la gran novedad del Evangelio. Por eso, más que un conocimiento puramente intelectual, Jesús quiere que cultivemos una relación personal con Él. Así se puede mantener viva la llama de la fe.

ORACIÓN: Señor, danos corazones abiertos a la novedad siempre nueva de tu Palabra para que seamos semillas fecundas de tu Reino.

 

JUEVES 06
Santos Pablo Miki y Comps. Mrs. (MO)
Hb 12, 18-19.21-24; Sal 47, 2-4.9-11; Mc 6, 7-13

EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y decía: «Quédense en la casa donde entren hasta que se vayan de aquel sitio. Y si en un lugar no los reciben ni los escuchan, al marcharse, sacudan el polvo de los pies en testimonio contra ellos». Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

REFLEXIÓN: Jesús había elegido a sus discípulos para estar con Él y para hacerlos partícipes de su misión. Ahora vemos concretizado este segundo aspecto del discipulado. El Señor los envía a anunciar el Reino con su misma autoridad: también ellos tienen poder sobre los espíritus inmundos, las fuerzas del mal. Asimismo, les da instrucciones precisas sobre lo que deben llevar (solo bastón y sandalias) y lo que deben dejar. Los discípulos tienen que partir a la misión con la confianza puesta en el Señor más que en los medios materiales. Quedándose en la primera casa en que los acogen también demuestran que lo central es el mensaJe y no su propia comodidad. Lo mismo frente al rechazo, no los gana el desánimo, parten a otros lugares.

ORACIÓN: Señor, alimenta nuestra confianza en ti para que seamos testigos perseverantes de tu Evangelio.

 

VIERNES 07
Beato Pío IX, papa
Hb 13, 1-8; Sal 26, 1.3.5.8-9; Mc 6, 14-29

EVANGELIO: En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de Él. Unos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en Él». Otros decían: «Es Elías». Otros: «Es un profeta como los antiguos». Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado». Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista». Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabe­za de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

REFLEXIÓN: Herodes, como la mayoría de déspotas, demuestra tener los pies de barro; sucumbe ante la palabra empeñada a una muchacha. El texto señala la simpatía que le tenía a Juan el Bautista, pero una promesa absurda lo obliga a ordenar su muerte. La arbitrariedad es absoluta, el testigo de la verdad es asesinado debido a las intrigas de una muchacha y su madre, pero, sobre todo, a causa de la cobardía del rey: «Por el juramento y los convidados no quiso desairarla», dice el texto. Estaba en sus manos evitarlo, mas, antes que la justicia, le interesaba el qué dirán de la gente. Es una situación absurda, pero devela la gran fidelidad de Juan a la verdad. Como auténtico profeta, estuvo dispuesto a dar la vida por ella.

ORACIÓN: Señor, infúndenos la valentía de tu hijo Juan para que seamos testigos fieles de la verdad de tu Evangelio.

 

SÁBADO 08
Santa Josefina Bakhita, virgen (ML)
Hb 13, 15-17.20-21; Sal 22, 1-6; Mc 6, 30-34

EVANGELIO: En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: «Vengan ustedes a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.

REFLEXIÓN: Los discípulos retornan del envío misionero y relatan jubilosos a Jesús todo lo que han vivido y enseñado. El Señor valora el esfuerzo de sus misioneros, les dedica tiempo y quiere pasar unas jornadas de descanso con ellos. Necesitaban recobrar fuerzas y contar con un espacio para compartir las experiencias vividas, pues las exigencias de la misión eran muchas, hasta les faltaba tiempo para comer. Sin embargo, el plan inicial se ve frustrado por la urgencia de la evangelización: una muchedumbre los espera en su lugar de destino. ¿Qué hacer? ¿Despedirlos o irse a otro lugar? Ese no es el estilo de Jesús ni de sus discípulos. Él —ese es el ejemplo que nos deja— solo puede acogerlos y dedicarse a enseñarles.

ORACIÓN: Padre de bondad, danos entrañas compasivas como las de tu Hijo para que siempre seamos sensibles a las necesidades de nuestro prójimo.

DOMINGO 09
V del Tiempo Ordinario
Is 6, 1-2a.3-8; Sal 137, 1-5.7-8; 1 Co 15, 1-11; F. B. 1 Co 15, 3-8.11; Lc 5, 1-11

EVANGELIO: En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrede­dor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando Él a orillas del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de la orilla. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echen las redes para pescar». Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado toda la noche trabajando y no hemos sacado nada; pero, si tú lo dices, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a darles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

REFLEXIÓN: Una pesca milagrosa que transforma la vida de unos pescadores. Ellos estaban limpiando sus redes después de una jornada infructífera. Pero un predicador los invita a confiar en su Palabra y volver a echar las redes a pleno día. ¿No era absurdo? ¿Qué podían pescar a esa hora? Simón, sin embargo, se fía de Él: «Si tú lo dices, echaré las redes». He aquí el secreto de la vida cristiana, caminar bajo la dirección de la Palabra del Señor. Los frutos los vemos enseguida: una enorme redada, que abre camino a la hermandad, al compartir. Pero más importante aún que los peces es el inicio de una vocación común: «Desde ahora serás pescador de hombres». Es en esto en lo que nos convierte el encuentro con Jesús.

ORACIÓN: Señor, transformamos también como a Simón y sus compañeros para que seamos partícipes de tu misión.

 

LUNES 10
Santa Escolástica, virgen (MO)
Gn 1, 1-19; Sal 103, 1-2.5-6.10.12.24.35; Mc 6, 53-56

EVANGELIO: En aquel tiempo, terminada la travesía, Jesús y sus discípulos llegaron a Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas. En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban.

REFLEXIÓN: He aquí el Jesús andariego, que va por aldeas y ciudades anunciando la Buena Noticia. Pero la gente no solo anhelaba escucharlo, sino, además, participar de su fuerza sanadora. Por eso, acuden a Él de todas partes llevándole sus enfermos. Su fe en Jesús es tan grande que solo les basta tocar el borde de su manto para ser sanados. Sí, deseaban escuchar al Señor, pero también esperaban que Él les devolviera la salud. Jesús los atrae con las sanaciones que realiza, pero no se queda allí, va más a fondo, les anuncia la novedad de su mensaje de salvación.

ORACIÓN: Señor Jesús, ayúdanos a crecer en la fe para que dejemos moldear nuestras vidas por la fuerza de tu Evangelio.

 

MARTES 11
Bienaventurada Virgen María de Lourdes (ML)
Gn 1, 20—2, 4a; Sal 8, 4-9; Mc 7, 1-13

EVANGELIO: En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Y los fariseos y los escribas le preguntaron: «¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?». Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres». Y añadió: «Anulan el mandamiento de Dios por mantener su tradición. Moisés dijo: “Honra a tu padre y a tu madre y el que maldiga a su padre o a su madre es reo de muerte”. Pero ustedes dicen: “Si uno le dice al padre o a la madre: los bienes con que podría ayudarte son corbán, es decir, ofrenda sagrada”, ya no le permiten hacer nada por su padre o por su madre; invalidando la Palabra de Dios con esa tradición que ustedes se transmiten; y hacen otras muchas cosas semejantes».

REFLEXIÓN: Este pasaje ilustra uno de los motivos del enfrentamiento de Jesús con los fariseos y escribas: las tradiciones de los antepasados. La causa de la disputa es el lavado de manos no por razones higiénicas, sino como un rito de purificación. Por eso, Jesús se opone, porque es solo una forma de honrar a Dios con los labios mientras se mantiene el corazón lejos de Él. Es un tema tan actual, ya que es mucho más fácil una religiosidad externa que adherirse vivencialmente al Evangelio. El gran riesgo es limitar la fe a ritos vacíos, a celebraciones sin vida. Seguir a Jesús, en cambio, implica asumir su forma de ser y actuar, hacer vida su Buena Nueva, vivir según el corazón del Padre. 

ORACIÓN: Señor Jesús, tú buscas que tu mensaje cale en lo hondo de los corazones. Danos la apertura y valentía de dejarte entrar en nuestras vidas.

 

MIÉRCOLES 12
Santa Eulalia, mártir
Gn 2, 4b-9.15-17; Sal 103, 1-2.27-30; Mc 7, 14-23

EVANGELIO: En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchen y entiendan todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre». Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo: «¿También ustedes siguen sin entender? ¿No comprenden? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón, sino en el vientre y se echa en la letrina» (Con esto declaraba puros todos los alimentos). Y siguió: «Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».

REFLEXIÓN: Algunas normas de pureza buscan resguardar la sa­lud de la gente, pero, cuando se las emplea para dividir entre cosas y personas puras e impuras, pierden su sentido. Jesús, en cambio, es claro en su planteamiento, lo impuro no viene de fuera, nace de dentro, del propio corazón. Por lo tanto, no pueden existir alimentos impuros porque estos van al estómago y luego al excusado. Estamos ante una invitación a sintonizar con toda la creación (toda ella es «pura») y a darse cuenta de que, al ser un don de Dios, ella es un medio para el encuentro con Él. En cambio, lo que contamina al ser humano nace de su propia interioridad, pues allí se gestan aquellas intenciones y actitudes que lo llevan a causar daño a los demás y a la creación.

ORACIÓN: Purifica, Señor, nuestros corazones con el fuego de tu Espíritu para que nazcan de él gestos de amor más que de destrucción.

 

JUEVES 13
Santa Beatriz
Gn 2, 18-25; Sal 127, 1-5; Mc 7, 24-30

EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella replicó: «Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Él le contestó: «Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija». Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.

REFLEXIÓN: Una mujer pagana (sirofenicia) acude a Jesús en busca de salud para su hija. En Marcos esta es la primera escena en que Jesús no aborda al demonio cara a cara. Aquí todo ocurre por la fuerza de la fe. Al inicio, sin embargo, el Maestro se muestra un tanto despectivo con la mujer. Le repite, al parecer, un viejo dicho con que los israelitas se referían a los paganos. Pero la mujer lo gana con la fuerza de su fe y le contesta: también los perritos comen las migajas que caen de la mesa. Su insistencia demuestra su total confianza (fe) en Jesús y eso lleva a que expulse a distancia las fuerzas del mal que oprimen a su hija: «Por eso que has dicho [su fe e insistencia] —le asegura—, el demo­nio ha salido de tu hija». Este pasaje nos muestra cuánto puede la fe en Jesús.

ORACIÓN: Señor, ayúdanos a creer y confiar en ti siempre por más que haya voces que digan que no vale la pena.

 

VIERNES 14
Stos. Valentín, Cirilo y Metodio, monje y ob. (MO)
Gn 3, 1-8; Sal 31, 1-2.5-7; Mc 7, 31-37

EVANGELIO: En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es: «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

REFLEXIÓN: La creatividad de Jesús es significativa. Cura de distintas maneras, toca a los leprosos, unta de barro en los ojos del ciego y, ahora, recurre a unos gestos y palabras. Mete los dedos en los oídos del sordo y moja su lengua con saliva (se pensaba que la sali­va era una forma concentrada del espíritu). Estos gestos van acompañados con una palabra contundente: «¡Effetá!, ábrete». Eran gestos comunes entre los curanderos o taumaturgos de ese tiempo. De esta forma, escenifica Jesús la fuerza de su autoridad que le devuelve el oído y la palabra al sordomudo. La admiración de la gente es general. «Todo lo ha hecho bien —exclaman—, hace oír a los sordos y hablar a los mudos». Claramente, Dios ha visitado a su pueblo.

ORACIÓN: Señor Jesús, abre nuestros oídos para escuchar tu Palabra, cura nuestros labios para saber comunicarla a los demás.

 

SÁBADO 15
San Claudio de la Colombière
Gn 3, 9-24; Sal 89, 2-6.12-13; Mc 8, 1-10

EVANGELIO: Por aquellos días, como de nuevo se había reunido mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compa­sión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y, si los despido a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido desde lejos». Le replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?». Él les preguntó: «¿Cuántos panes tienen?». Ellos contestaron: «Siete». Mandó que la gente se sentara en el suelo, tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; y Jesús pronunció sobres ellos la bendición, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar saciada y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil y los despidió; y enseguida montó en la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.

REFLEXIÓN: Nuevamente vemos en acción la compasión de Jesús. La multitud lo viene acompañando por tres días, se les han acabado sus provisiones. ¿Cómo podía despedirlos Jesús en esas condiciones? Desfallecerían por el camino. Por eso, otra vez realiza el milagro del compartir. Su sensibilidad de pastor lo lleva a buscar soluciones, pide a sus discípulos verificar lo que tienen y hallan siete panes (un número que indica totalidad). La buena disposición para compartir y la acción de gracias de Jesús —es decir, la bendición del Padre— hacen posible que el pan alcance para todos y hasta sobre. Este pasaje revela el corazón de Jesús, su compasión por los necesitados, su forma peculiar de educar a sus discípulos.

ORACIÓN: Gracias, Señor Jesús, por el pan de tu Palabra y de la Eucaristía. Que ellos sean nuestro alimento para ser compasivos como tú.

DOMINGO 16
VI del Tiempo Ordinario
Jr 17, 5-8; Sal 1, 1-4.6; 1 Co 15, 12.16-20; Lc 6, 17.20-26

EVANGELIO: En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se detuvo en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora tienen hambre, porque quedarán saciados. Dichosos los que ahora lloran, porque reirán. Dichosos ustedes, cuando los hombres los odien, y los excluyan, y los insulten, y desprecien el nombre de ustedes como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. Eso es lo que hacían sus padres con los profetas. Pero, ¡ay de ustedes, los ricos!, porque ya tienen su consuelo. ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados!, porque tendrán hambre. ¡Ay de los que ahora ríen!, porque harán duelo y llorarán. ¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes! Eso es lo que hacían sus padres con los falsos profetas».

REFLEXIÓN: Las cuatro bienaventuranzas de Lucas están dirigidas a los pobres, a quienes pasan hambre y a los afligidos. Jesús les indica que, más allá de su sufri­miento actual, está la promesa de Dios de que un día cambiará su situación. Estas frases, pues, no se agotan en el diagnóstico, más bien, aseguran que Dios está actuando en la historia. Los cuatro ayes, por su parte, son una advertencia para aquellos que se sienten seguros y están tranquilos con su posición social. Son los ricos, los que no tienen necesidades materiales. Lo que se condena de ellos es su indiferencia, su apatía ante el dolor ajeno, su inacción para cambiar el mundo.

ORACIÓN: Señor Jesús, danos un corazón generoso y compasivo como el tuyo, para no ser indiferentes a los sufrimientos del prójimo.

LUNES 17
Siete santos fundadores de los Siervos de María (ML)
Gn 4, 1-15.25; Sal 49, 1.8.16-17.20-21; Mc 8, 11-13

EVANGELIO: En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué esta generación reclama un signo? En verdad les digo que no se le dará un signo a esta generación». Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.

REFLEXIÓN: Nuevamente los fariseos buscando un motivo para condenar a Jesús. Ahora le piden, que, cual mago, realice un milagro ante ellos. No han comprendido que estos son signos del amor de Dios en favor de quienes sufren; expresiones de su misericordia, no un espectáculo para entretener a la gente. Jesús, sin embargo, los confronta con contundencia: ningún signo les será dado porque a ellos les falta lo principal, la fe. Esta no se funda en certezas, en demostraciones, sino en la confianza plena en Dios, a quien no podemos ver, aunque nos ha dejado su Palabra para fortalecer nuestra fe.

ORACIÓN: Señor Jesús, no te pedimos una señal como los fariseos, sino que cada día fortalezcas más nuestra confianza en ti para que te sigamos con fidelidad.

 

MARTES 18
San Eladio, obispo
Gn 6, 5-8; 7, 1-5.10; Sal 28, 1-4.9-10; Mc 8, 14-21

EVANGELIO: En aquel tiempo, a los discípulos se les olvidó llevar pan, y no tenían más que un pan en la barca. Y Jesús les ordenaba diciendo: «Estén atentos, eviten la levadura de los fariseos y de Herodes». Y discutían entre ellos sobre el hecho de que no tenían panes. Dándose cuenta, les dijo Jesús: «¿Por qué andan discutiendo que no tienen pan? ¿Aún no entienden ni comprenden? ¿Tienen el corazón embotado? ¿Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen? ¿No recuerdan cuántos cestos de sobras recogieron cuando repartí cinco panes entre cinco mil?». Ellos contestaron: «Doce». «¿Y cuántas canastas de sobras recogieron cuando repartí siete entre cuatro mil?». Le respondieron: «Siete». Él les dijo: «¿Y no acaban de comprender?».

REFLEXIÓN: Para sintonizar con el proyecto de Jesús, debemos embarcarnos en un proceso de identificación con Él y con su Evangelio; una adhesión desde la vida, no solo desde el intelecto. De lo contrario, es fácil dejarse contaminar por la levadura de los fariseos (el legalismo y la hipocresía) y la de Herodes (el afán de poder, la prepotencia). Los discípulos, sin embargo, no comprenden la metáfora. Andan preocupados por el pan, por las necesidades materiales. Por eso, Jesús les cuestiona su dureza de corazón, su incapacidad para vivir en sintonía con su proyecto. Lo que Él espera es un cambio de paradigma, una nueva manera de vivir y pensar, que exige modificar nuestros valores y perspectivas de acuerdo con los de su Evangelio.

ORACIÓN: Señor, ilumina nuestra mente y corazón con la luz de tu Palabra para que sigamos tus criterios, no los nuestros.

 

MIÉRCOLES 19
San Álvaro, religioso
Gn 8, 6-13.20-22; Sal 115, 12-15.18-19; Mc 8, 22-26

EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «Ves algo?». Levantando los ojos dijo: «Veo hombres, me parecen árboles, pero andan». Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.

REFLEXIÓN: Este milagro de Jesús, también es un poco extraño: recurre a la saliva y la imposición de manos, un ritual que no vemos en la mayoría de sus curaciones. Estos gestos, sin embargo, eran comunes entre los taumaturgos de esa época. Pero, al parecer, Jesús también busca evitar el sensacionalismo, y por eso saca al ciego fuera del pueblo. No quiere que lo tomen por curandero, los gestos que realiza son signos de la presencia del Reino. La curación, asimismo, es progresiva, como nuestro camino de fe. Nos da oportunidad para ir iluminándonos de a poco bajo la luz de su Evangelio.

ORACIÓN: Sana, Señor, nuestras cegueras e ilumínanos para que acojamos y dejemos resplandecer la luz de tu Palabra en nuestras vidas.

 

JUEVES 20
Ss. Francisco y Jacinta Marto, videntes de Fátima
Gn 9, 1-13; Sal 101, 16-21.29.22-23; Mc 8, 27-33

EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?». Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías». Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero Él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

REFLEXIÓN: Este pasaje es el corazón del Evangelio de Marcos. Después de un largo tiempo enseñando y sanando a las personas, Jesús quiere averiguar si la gente está comprendiendo su mensaje. ¿Qué dicen de Él? No hay duda, todos lo identifican como un gran profeta, pero nada más. Les lanza la misma pregunta a sus discípulos y espera una respuesta más madura. Pedro, en nombre de todos, res­ponde correctamente, pero solo en la forma. Sí, Jesús es el Cristo, el Mesías triunfante del que hablaban las tradiciones, alguien que un día los hará partícipes de su poder. Un Mesías sufriente, en cambio, lo desconcierta, le resulta intolerable. Jesús nos lanza hoy la misma pregunta, ¿pero estamos dispuestos a aceptar un Salvador crucificado?

ORACIÓN: Señor Jesús, ayúdanos a aceptarte tal como te has revelado a nosotros, no según la medida de nuestras ambiciones.

 

VIERNES 21
San Pedro Damiani, obispo y doctor (ML)
Gn 11, 1-9; Sal 32, 10-15; Mc 8, 34—9, 1

EVANGELIO: En aquel tiempo, llamando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles». Y añadió: «En verdad les digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el Reino de Dios en toda su potencia».

REFLEXIÓN: Luego de revelar el destino que le espera en Jerusalén (la cruz), Jesús dirige su llamado a seguirlo a toda la gente. Sin embargo, no anda con falsas promesas, es claro en sus exigencias: negación de uno mismo, cruz y seguimiento. Menos de uno mismo para que haya más lugar para Él y su proyecto en nuestra vida. Y, por supuesto, en este camino, la cruz es inevitable, como le ocurrió a Él. Además, lo esencial es el seguimiento, ya que el cristiano siempre es discípulo, solo Jesús es el Maestro. Seguirlo significa cultivar una relación personal y comunitaria con Él, crecer cada día en la asimilación de su Evangelio y su proyecto del Reino de Dios.

ORACIÓN: Señor Jesús, infúndenos tu gracia y fortaleza para que las exigencias de ser discípulos tuyos no nos desanimen.

 

SÁBADO 22
Cátedra de San Pedro, apóstol (F)
1 P 5, 1-4; Sal 22, 1-6; Mt 16, 13-19

EVANGELIO: En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo».

REFLEXIÓN: El pasaje de hoy es central para comprender una dimensión de la Iglesia: ella ha sido instituida sobre Pedro, como piedra visible, fundamento y vínculo de comunión entre los discípulos de Jesús. Para poder realizar esta misión, el Señor le concedió las «llaves del Reino de los Cielos», la fuerza y dinamismo que nace de su Evangelio. Este es el sentido de esta fiesta en que celebramos el rol de Pedro como cabeza visible de la Iglesia, en quién ella adquiere su cohesión. Celebramos la unidad de la Iglesia, unidad en Cristo, pero que peregrina en la tierra guiada por el sucesor de Pedro.

ORACIÓN: Protege y llena de sabiduría, Señor, al Santo Padre para que siga dirigiendo tu Iglesia bajo la luz de tu Evangelio.

DOMINGO 23
VII del Tiempo Ordinario
1 S 26, 2.7-9.12-13.22-23; Sal 102, 1-4.8.10.12-13; 1 Co 15, 45-49; Lc 6, 27-38

EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, oren por los que los injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Pues, si aman solo a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen el bien solo a los que les hacen el bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores lo hacen. Y si prestan solo cuando esperan cobrar, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. Más bien, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada; tendrán ustedes un gran premio y serán hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sean compasivos como es compasivo su Padre; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará: recibirán una medida generosa, colmada, re­mecida, rebosante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».

REFLEXIÓN: En el sermón del llano, que equivale al sermón de la montaña de Mateo, Jesús presenta el mensaje central de su Evangelio: sean misericordiosos como el Padre es misericordioso. Este es el pilar de la vida cristiana, ser partícipes del amor del Padre hacia todos sus hijos, hacia todas sus criaturas. Por eso, seguir a Jesús implica adhesión y comunión existencial con Él para realizar el proyecto de amor de Dios. Entonces seremos de verdad «hijos del Altísimo». La vida cristiana, en consecuencia, es comunión con el Padre en el Hijo, pues ¿quién más que Jesús nos enseña a ser misericordiosos como lo es Dios?

ORACIÓN: Padre de bondad, llena nuestros corazones de tu amor para que, de verdad, seamos compasivos con los demás como lo eres tú.

 

LUNES 24
San Rubén
Eclo 1, 1-10; Sal 92, 1-2.5; Mc 9, 14-29

EVANGELIO: En aquel tiempo, cuando Jesús y los tres discípulos bajaron de la montaña, al llegar adonde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor, y a unos escribas discutiendo con ellos. Al ver a Jesús, la gente se sorprendió, y corrió a saludarlo. Él les preguntó: «¿De qué discuten?». Uno le contestó: «Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no le deja hablar y, cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces». Él, tomando la palabra, les dice: «¡Generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo los tendré que soportar? Tráiganmelo». Se lo llevaron. El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; cayó por tierra y se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?». Contestó él: «Desde pequeño. Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua, para acabar con él. Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos». Jesús replicó: «¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe». Entonces el padre del muchacho se puso a gritar: «Creo, pero ayuda mi falta de fe». Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: sal de él y no vuelvas a entrar en él». Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió. El niño se quedó como un cadáver, de modo que muchos decían que estaba muerto. Pero Jesús lo levantó, tomándolo de la mano, y el niño se puso en pie. Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: «¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?». Él les respondió: «Esta especie solo puede salir con oración».

REFLEXIÓN: Al bajar de la montaña, después de la transfiguración, Jesús se encuentra con una escena desesperada: sus discípulos no pueden curar a un niño epiléptico, enfermedad que, según se pensaba, la provocaba un espíritu inmundo. La multitud y el padre corren hacia Jesús. Al verlo se les despierta la esperanza, saben que Él sí puede sanarlo. Jesús, sin embargo, hace un diagnóstico rápido de la situación: el fallo se debe a la poca fe de la gente, aún deben aprender a confiar. Así lo reconoce el padre con total humildad: «Creo, pero ayuda mi poca fe». Es consciente de sus limitaciones y se abre al auxilio de la gracia. Entonces Jesús le devuelve la salud y la libertad al muchacho, alivia su sufri­miento. Más que perfección, Él nos pide buena disposición.

ORACIÓN: Señor Jesús, nuestra fe también es limitada, pero auxílianos con la fuerza de tu gracia.

 

MARTES 25
Beata Ludovica de Angelis
Eclo 2, 1-11; Sal 36, 3-4.18-19.27-28.39-40; Mc 9, 30-37

EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué discutían por el camino?». Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abra­zó y les dijo: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».

REFLEXIÓN: Hoy leemos el segundo anuncio de la pasión. Jesús insiste sobre el destino que le espera en Jerusalén. Él no es el Mesías que esperan, el del poder y la gloria; al contrario, Él será entregado, lo matarán y resucitará. Los discípulos no pueden aceptarlo, no han renunciado a todo para un final así. Por eso, muestran una falta total de empatía con su Maestro; prefieren seguir con sus sueños de grandeza. Así lo confirma su disputa por los primeros puestos. Pero también en esto Jesús derrumba sus criterios de grandeza: en la comunidad cristiana, grande es aquel que se hace servidor de todos, primero es el que se hace último. ¿Están dispuestos ellos (y nosotros) a asumir este camino?

ORACIÓN: Señor Jesús, con tu entrega nos has enseñado la auténtica grandeza que esperas de nosotros.

 

MIÉRCOLES 26
San Alejandro
Eclo 4, 11-19; Sal 118, 165.168.171-172.174-175; Mc 9, 38-40

EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». Jesús respondió: «No se lo impidan, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro».

REFLEXIÓN: Una tentación del cristiano es pretender la exclusividad del Señor. Pero ¿qué pasa cuando otros fuera del grupo también practican el bien en nombre de Jesús? Aquí Juan le comenta orgulloso a Jesús de que han impedido a alguien que use su nombre para curar a las personas, y espera que lo feliciten por su celo. Sin embargo, Jesús le expresa otros criterios: quien recurre a su nombre para llevar salud a otros es porque reconoce su fuerza salvífica y, además, en lugar de competidores, los cristianos están llamados a formar redes de personas que luchen por el bien del prójimo. Si todos buscamos el mismo objetivo, ¿por qué no unirnos?

ORACIÓN: Señor Jesús, libéranos de nuestros egoísmos para que, en vez de muros, edifiquemos puentes que unan a quienes buscan practicar el amor al prójimo.

 

JUEVES 27
San Gabriel de la Dolorosa, religioso
Eclo 5, 1-8; Sal 1, 1-4.6; Mc 9, 41-50

EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que les dé a beber un vaso de agua porque son de Cristo en verdad les digo que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te induce a pecar, córtatela: más te vale entrar manco en la vida, que ir con las dos manos a la «gehena», al fuego que no se apaga. Y, si tu pie te induce a pecar, córtatelo; más te vale entrar cojo en la vida, que ser echado con los dos pies a la «gehena». Y, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo; más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser echado con los dos ojos a la «gehena», donde el gusano no muere y el fuego no se apaga. Todos serán salados a fuego. Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? Tengan sal entre ustedes y vivan en paz unos con otros».

REFLEXIÓN: Este pasaje reúne una serie de advertencias de Jesús totalmente vigentes. 1) Jesús se identifica con sus enviados a tal punto de que incluso quienes les dan un vaso de agua recibirán su recompensa, pues se están implicando en la misión del Señor. 2) También pide no ser piedra de tropiezo (escándalo) para los demás, esto es, un obstáculo que les impida llegar o seguir a Jesús. 3) En relación con esto, solicita evitar toda ocasión de pecado (escándalo). La gravedad de esta exigencia lo grafica con tres imágenes: quitarse los ojos, los pies o las manos, es decir, arrancarse todo aquello que ocasione la ruptura con el Señor y con los demás. Esto es preferible a ser arrojado con todos los miem­bros (sin haber evitado el pecado) a la gehena, el fuego que no se apaga. 4) Solo así podemos mantener el sabor de la sal, la fecundidad de la fe.

ORACIÓN: Padre de bondad, mantén viva la llama de nuestra fe en tu Hijo con el fuego de tu Espíritu.

 

VIERNES 28
Beato Daniel Brottier
Eclo 6, 5-17; Sal 118, 12.16.18.27.34-35; Mc 10, 1-12

EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús se marchó a Judea y a Transjordania; otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba. Acercándose unos fariseos y le preguntaban, para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». Él les replicó: «¿Qué les ha man­dado Moisés?». Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Por la dureza de su corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

REFLEXIÓN: Los fariseos le plantean a Jesús la cuestión del divorcio. No es que tengan dudas, saben que la ley de Moisés lo permite, pero quieren ponerlo a prue­ba. ¿Qué puede decir este hombre sin instrucción? Pero Él, el nazareno desenmascara la causa real de esa norma: la dureza de corazón del pueblo elegido y, en lugar de eso, remite al plan original del Creador: hacer del hombre y la mujer que se unen una sola carne, un solo cuerpo. Nadie debería romper, separar este lazo. De lo contrario, tanto el varón como la mujer que se separen y se unan a otra persona cometen adulterio. Hoy, que el matrimonio está en crisis, más que nunca vale recordar y aferrarse al proyecto original del Padre.

ORACIÓN: Señor, cambia nuestros criterios mezquinos y fortalece los lazos que unen a nuestras familias.

 

 

 

 

 
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