MEDITACIÓN DIARIA
DEL EVANGELIO - MARZO 2025
-Por Padre Jesús Antonio Weisensee Hetter-
Intención del papa Francisco para el mes de marzo: Oremos para que las familias divididas encuentren en el perdón la curación de sus heridas, redescubriendo incluso en sus diferencias las riquezas de cada uno.
SÁBADO 01
San Albino, obispo
Eclo 17, 1-15; Sal 102, 13-18; Mc 10, 13-16
EVANGELIO: En aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí, no se lo impidan; pues de los que son como ellos es el Reino de Dios. En verdad les digo que quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
REFLEXIÓN: ¿Cómo acoger el Reino de Dios? En este pasaje, más que un discurso, Jesús nos responde con un gesto: en vez de alejar a los niños que acuden a Él, los acoge, los abraza y los bendice. Tres acciones que muestran su gran ternura. Pero no perdamos de vista otras dos acciones centrales. Fiel a sus principios y en una sociedad en que era común el rechazo a los niños, Jesús sale en su defensa; y, más importante todavía, los coloca como modelo a seguir. En vez de alejarlos, por tanto, los discípulos debían aprender de ellos, porque solo quienes se hacen como niños pueden entrar en el Reino de Dios. Es decir, necesitamos docilidad, sencillez y confianza plena para acoger el proyecto del Padre.
ORACIÓN: Derriba, Padre de bondad, nuestras pretensiones de grandeza para que siempre nos abandonemos en tus brazos.
DOMINGO 02
VIII del Tiempo Ordinario
Eclo 27, 4-7; Sal 91, 2-3.13-16; 1 Co 15, 54-58; Lc 6, 39-45
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la astillita que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la astillita del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la astillita del ojo de tu hermano. No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian uvas de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal. Porque de la abundancia del corazón habla la boca».
REFLEXIÓN: En este breve pasaje, Jesús nos brinda orientaciones sobre dos tendencias comunes: pretender ser maestros de los demás y querer erigirse como jueces suyos. Para Jesús, la ley suprema es siempre la caridad. No nos toca a nosotros estar de guardianes ni de jueces de nadie. ¿Quién somos para amonestar o corregir a los otros? Todos somos aprendices, discípulos, todos estamos en camino. El único maestro es Jesús, es Él a quien debemos mirar, su Evangelio a lo que debemos prestar oído. La vida cristiana no se expresa en grandes discursos ni menos en andar señalando o condenando a los demás. Lo que vale son los frutos, hacer nuestros los gestos y actitudes de Jesús.
ORACIÓN: Libéranos, Señor, de nuestras mezquindades, limpia nuestros corazones de juicios y prejuicios.
LUNES 03
Santa Catalina Drexel
Eclo 17, 24-29; Sal 31, 1-2.5-7; Mc 10, 17-27
EVANGELIO: En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante Él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús se le quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el Reino de Dios a los que tienen riquezas!». Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
REFLEXIÓN: Seguir a Jesús, como muestra este pasaje, exige de nosotros entrega total, confianza plena, a la vez que valentía para asumir las exigencias del Evangelio. El proyecto de Jesús requiere una respuesta incondicional. Por eso, los discípulos se alarman: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». El Señor es consciente del desafío y aclara que solo es posible con la ayuda de Dios. Es decir, se logra con la apertura a su gracia. Allí tenemos el contraejemplo del joven rico. Lleva una vida correcta, acorde con los mandamientos, y busca a Jesús con sinceridad. Pero no se atreve a dar el siguiente paso, hacerse discípulo. Confía más en la seguridad de sus bienes, que en la gracia de Dios.
ORACIÓN: Señor Jesús, auxílianos con tu gracia para poder vivir según tu Evangelio.
MARTES 04
San Casimiro (ML)
Eclo 35, 1-12; Sal 49, 5-8.14.23; Mc 10, 28-31
EVANGELIO: En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad les digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones—, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».
REFLEXIÓN: Son demandantes las exigencias de hacerse discípulo de Jesús. Pero ¿qué conseguiremos a cambio? Esta es la pregunta que le plantea Pedro a Jesús. Parece una cuestión demasiado humana, hasta interesada. ¿Seguir a Jesús solo esperando algo a cambio, buscando una retribución? El Señor le responde con contundencia: recibirán el ciento por uno, es decir, no existe proporción entre lo que se deja y lo que se recibe, pero añade que esto será en medio de persecuciones. Lo fundamental es la unión y comunión con el Señor y la comunidad. De allí viene la plenitud.
ORACIÓN: Purifica, Señor, nuestras motivaciones para que te sigamos con sinceridad de corazón.
MIÉRCOLES 05
Miércoles de Ceniza (ayuno y abstinencia)
Jl 2, 12-18; Sal 50, 3-6.12-14.17; 2 Co 5, 20—6, 2; Mt 6, 1-6.16-18
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuiden de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tienen recompensa de su Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando ayunen, no pongan cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad les digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».
REFLEXIÓN: Hoy iniciamos la Cuaresma, un tiempo de introspección y reflexión que nos prepara para el acontecimiento central de nuestra fe: la muerte y resurrección de Jesús. El evangelio de hoy nos invita a vivir este tiempo con tres prácticas centrales en el judaísmo del tiempo de Jesús: la limosna, la oración y el ayuno. Pero precisa que no hagamos de ellos ocasiones para vanagloriarnos y buscar los aplausos de la gente. Esto les quita su sentido. Dar para ser vistos, ¿qué mérito tiene? Solo sería otra forma más de egoísmo. El amor a Dios (oración) y al prójimo (limosna y ayuno) deben nacer de un corazón sincero.
ORACIÓN: Ven, Espíritu Santo, llénanos con tu luz para discernir los caminos que nos conducen al Señor.
JUEVES 06
Santa Rosa de Viterbo
Dt 30, 15-20; Sal 1, 1-4.6; Lc 9, 22-25
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Entonces decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
REFLEXIÓN: Durante este tiempo, estamos llamados a mirarnos a nosotros mismos, a sondear nuestros corazones. ¿Hacia dónde estamos yendo? ¿Lo que hago y como vivo me permite encarnar los valores del Evangelio? Jesús es claro en plantear el camino que le espera a Él y a sus discípulos. Su partida a Jerusalén terminará en la cruz. Por eso, sus seguidores tampoco pueden esperar algo distinto, tienen que estar abiertos a negarse a sí mismos y abrazar su cruz. Esto es, vaciarse de sí mismos, dejar de ser el centro para que este lugar lo ocupe Jesús, el Cristo crucificado, Aquel que dio todo para mostrarnos cuánto ama Dios al mundo.
ORACIÓN: Señor, danos tu gracia, porque solo tú transformas nuestras debilidades en fortalezas.
VIERNES 07 (abstinencia)
Sta María Antonia de Paz y Figueroa (Mama Antula), Santas Perpetua y Felicidad, mártires (MO)
Is 58, 1-9a; Sal 50, 3-6.18-19; Mt 9, 14-15
EVANGELIO: En aquel tiempo, los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».
REFLEXIÓN: Viernes, es tradición que este día se practique el ayuno durante la Cuaresma. Se busca motivar a vivir según el corazón de Dios. Pero la penitencia no es una finalidad en sí misma, sino un medio para el encuentro; por eso, vale discernir con cuidado nuestras motivaciones. Está bien ayunar, pero nunca como exhibicionismo o para ganar méritos ante el Señor. La finalidad del ayuno es, por un lado, disponernos a que el Señor pueda vivificarnos y transformarnos con su amor y, por otro, guardar pan para compartirlo con quienes pasan necesidad. Por eso, se lo vive con alegría, con signos de fiesta, no de luto.
ORACIÓN: Señor, sana nuestras indiferencias y danos un corazón generoso hacia aquellos que pasan necesidad.
SÁBADO 08
San Juan de Dios, religioso (ML)
Is 58, 9b-14; Sal 85, 1-6; Lc 5, 27-32
EVANGELIO: En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús: «¿Cómo es que comen y beben con publicanos y pecadores?». Jesús les respondió: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».
REFLEXIÓN: En este pasaje se enfatiza un aspecto clave de la espiritualidad cuaresmal: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». Lo que la Iglesia busca durante este tiempo es que vivamos según el corazón de Dios. Eso exige de nosotros tomar una decisión, quitar de nosotros lo que impide que vivamos el Evangelio y que, al identificar aquello que debemos cambiar, decidamos volver al Señor, seguros de que seremos acogidos. Jesús no teme ni se avergüenza de nuestras debilidades, más bien quiere rescatarnos de nuestras cenizas como hizo con Leví.
ORACIÓN: Señor, has venido a llamar a pecadores, aquí nos tienes, haznos volver a ti.
DOMINGO 09
I de Cuaresma
Dt 26, 1-2.4-10; Sal 90, 1-2.10-15; Rm 10, 8-13; Lc 4, 1-13
EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. No comió nada durante esos días, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si Tú eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». Después, llevándolo a un lugar más alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Jesús le contestó: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”». Jesús le contestó: «Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
REFLEXIÓN: El objetivo final del tentador es siempre el mismo: separarnos del Señor, hacer que rompamos nuestro vínculo con Él. Las tentaciones de Jesús reflejan a la perfección el modo de proceder del tentador: 1) meter desconfianza en Dios, 2) inducir a usarlo en beneficio propio o 3) buscar sustituir a Dios con un ídolo. Al tomar conciencia de nuestras tentaciones, tenemos resuelto la mitad del problema. Lo siguiente es ver cómo las manejamos. Para esto, tenemos allí el ejemplo de Jesús. Él, iluminado por la Sagrada Escritura, derrota las distintas voces que vienen de las fuerzas del mal.
ORACIÓN: Padre bueno, llénanos de la sabiduría de tu Hijo para que nosotros también sepamos vencer las insinuaciones del mal.
LUNES 10
San Simplicio, Papa
Lv 19, 1-2.11-18; Sal 18, 8-10.15; Mt 25, 31-46
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre, y todos los ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante Él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Vengan ustedes, benditos de mi Padre; hereden el Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad les digo que cada vez que lo hicieron con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”. Entonces dirá a los de su izquierda: “Apártense de mí, malditos, vayan al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me dieron de comer, tuve sed y no me dieron de beber, fui forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y en la cárcel y no me visitaron”. Entonces también estos contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Él les replicará: “En verdad les digo: lo que no hicieron con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicieron conmigo”. Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».
REFLEXIÓN: Nuestra experiencia de Dios se mide en nuestro trato con el prójimo, pues «quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4, 20). La parábola del juicio final, que leemos hoy, ilustra perfectamente este principio. Dios está entre nosotros en aquellos que nos rodean; mejor dicho, Él está en los más necesitados, en los últimos de este mundo. Por eso, cada cosa que hagamos o dejemos de hacer por ellos, en realidad, se lo hacemos a Dios mismo. Ya lo sabemos entonces, Jesús nos deja claro en quiénes podemos encontrarlo.
ORACIÓN: Limpia, Señor, nuestras cegueras, cura nuestras indiferencias para que hallemos tu rostro siempre en nuestros hermanos necesitados.
MARTES 11
San Eulogio
Is 55, 10-11; Sal 33, 4-7.16-19; Mt 6, 7-15
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recen, no usen muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No sean como ellos, pues su Padre sabe lo que les hace falta antes de que lo pidan. Ustedes oren así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Porque si perdonan a los hombres sus ofensas, también a ustedes los perdonará su Padre celestial, pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre perdonará sus ofensas».
REFLEXIÓN: En la oración del padrenuestro, Jesús nos revela una de las características fundamentales de Dios: Él es Padre. De allí que nuestra relación con Él deba basarse en la confianza filial. Le pedimos que nos cuide y proteja de las acechanzas del mal y de las carencias de la vida. Pero vivir como hijos suyos también exige que tengamos sus mismos sentimientos y actitudes. Por ello, Jesús insiste en la centralidad del perdón. Mientras a nosotros suele dominarnos la tendencia a la venganza, a Dios lo caracteriza la misericordia. En consecuencia, debemos perdonar siempre, tal como Él lo hace con nosotros.
ORACIÓN: Señor Jesús, como tú, ayúdanos a vivir la alegría y el gozo de ser hijos de Dios.
MIÉRCOLES 12
San Inocencio I, papa
Jon 3, 1-10; Sal 50, 3-4.12-13.18-19; Lc 11, 29-32
EVANGELIO: En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y Él se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del Hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás».
REFLEXIÓN: ¿Qué buscamos en Jesús? ¿Qué esperamos de Dios? A veces solo tomamos en cuenta al Señor como una salida a nuestros problemas, como un milagrero. Nos encanta el espectáculo, los «fuegos artificiales», queremos ver prodigios. Si Dios no demuestra sernos útil, entonces, ¿para qué creer en Él? Así, la fe, en ocasiones, no es más que la expresión de nuestros egoísmos. Jesús, sin embargo, no cede a chantajes. Nos enrostra que, a veces, quienes menos esperamos dan mayores muestras de fe que nosotros, que nos decimos discípulos suyos. Bien vale reflexionar sobre esto en este tiempo de Cuaresma.
ORACIÓN: Padre santo, purifica nuestras motivaciones para que nuestra fe en ti esté movida por la gratitud más que por intereses.
JUEVES 13
San Rodrigo de Córdoba
Est 14, 1.3-5.12-14 (Est 4, 17k.l-z); Sal 137, 1-3.7-8; Mt 7, 7-12
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de ustedes le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si ustedes aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden! Así, pues, todo lo que quieran que los demás hagan con ustedes, háganlo ustedes con ellos; pues esta es la ley y los profetas».
REFLEXIÓN: No todo depende de nuestras fuerzas, lo sabemos, pero nuestras limitaciones son oportunidades para que la gracia de Dios actúe en nosotros. Sin oración no hay salvación, ni transformación, ni vida en el Espíritu. Es la apertura a la gracia lo que las hace posible. Por eso, Jesús insiste: pidan, busquen, llamen, pero háganlo con la confianza, con la fe de que serán atendidos. ¿Qué mayor ejemplo que la de un padre o una madre que procura dar lo mejor a sus hijos? ¿Cuánto más nuestro Padre Dios hará por nosotros, sus criaturas? Él siempre nos escucha y atiende, nos acompaña y provee. Somos sus hijos, su amor nos acompaña en todo momento.
ORACIÓN: Padre misericordioso, nuestra fe es débil, fortalécela con la fuerza de tu Espíritu.
VIERNES 14 (abstinencia)
Santa Matilde
Ez 18, 21-28; Sal 129, 1-8; Mt 5, 20-26
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Han oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo les digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será proesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil” tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna”, del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras van todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo».
REFLEXIÓN: Nuestra experiencia de Dios se expresa en las relaciones que establecemos con quienes nos rodean. Por eso, Jesús es tajante, sus enseñanzas van mucho más allá de la letra de la ley. Así, para Él, la prohibición de matar no solo impide atentar contra la vida del prójimo, sino todo aquello que melle su dignidad: el maltrato, el enojo, los insultos… Sabemos cuánto pueden «matar» las palabras, dejan heridas sangrantes que nos impiden crecer, voces que nos hacen sentir inferiores a los demás, una muerte lenta. Por eso, para Jesús, no se puede rendir culto a Dios si se tiene cuentas pendientes con los demás. Para adorarlo, primero necesitamos estar reconciliados con nuestros hermanos. Entonces podemos acudir al Señor como lo que somos, hijos suyos.
ORACIÓN: Sana, Señor, nuestras heridas para que sepamos dar amor a las personas que nos rodean, y nunca malos tratos.
SÁBADO 15
Santa Luisa de Marillac
Dt 26, 16-19; Sal 118, 1-2.4-5.7-8; Mt 5, 43-48
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo les digo: amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para que ustedes sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si aman a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto».
REFLEXIÓN: «Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto», una expresión extraña, que a menudo la asociamos con la carencia de defectos o fallas. Sin embargo, Jesús mismo nos explica el sentido de sus palabras: sean como el Padre «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos». No es, pues, el Dios justiciero, listo para enviar sus castigos ante el mínimo error nuestro. La perfección a la que Jesús nos invita aquí es aquella de la compasión, la misericordia. ¿Qué mayor expresión de esta que el amor a los enemigos y la oración por nuestros perseguidores? Dejar de atizar el fuego de los odios y venganzas puede ser la semilla para futuras relaciones auténticamente fraternas.
ORACIÓN: Aplaca, Señor, nuestros impulsos de venganza, para que nunca devolvamos mal por mal.
DOMINGO 16
II de Cuaresma
San José Gabriel del Rosario Brochero
Gn 15, 5-12.17-18; Sal 26, 1.7-9.13-14; Flp 3, 17—4, 1; F. B. Flp 3, 20—4, 1; Lc 9, 28b-36
EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco. De repente, dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo revestidos de gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumarse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; pero permanecieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras estos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Haremos tres carpas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, mi elegido; escúchenlo». Cuando se oyó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
REFLEXIÓN: La transfiguración es la habilitación «oficial» del Padre a Jesús, su Hijo, el elegido. Desde la nube, deja un eco que se oirá por siempre: ¡Escúchenlo! Luego de haberse revelado en el Antiguo Testamento, ahora Dios mismo se hace Palabra en su Hijo, quien en adelante es el encargado de darlo a conocer, de revelarnos su identidad y su manera de ser. Jesús es el rostro vivo de Dios; para conocerlo, debemos acercarnos a Él y a su Palabra. El discípulo es, pues, el oyente de su Palabra; nuestra fe se funda en la escucha del Evangelio.
ORACIÓN: Padre santo, danos oídos atentos al Evangelio de tu Hijo para que, de verdad, sepamos seguir el camino que nos conduce a ti.
LUNES 17
San Patricio, obispo (ML)
Dn 9, 4b-10; Sal 78, 8-9.11.13; Lc 6, 36-38
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso; no juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados; den, y se les dará, les verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midan se les medirá a ustedes».
REFLEXIÓN: Como Jesús se identificó plenamente con el Padre, quiere que sus discípulos hagamos lo mismo. Una cualidad principal lo define: la misericordia. Por eso, la mayor aspiración del creyente no puede ser otra que ser «misericordiosos como su Padre es misericordioso». Jesús mismo es la encarnación, el rostro viviente del Dios de la compasión, que, más que a las faltas de sus criaturas, está atento a sus sufrimientos. Y eso mismo nos pide a nosotros: que sabiéndonos amados por Él, también seamos compasivos con los demás.
ORACIÓN: Padre bueno, haz nuestros corazones semejantes al tuyo, para que tu amor sea la fuerza que mueve nuestras vidas.
MARTES 18
San Cirilo de Jerusalén, obispo y doctor (ML)
Is 1, 10.16-20; Sal 49, 8-9.16-17.21.23; Mt 23, 1-12
EVANGELIO: En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a los discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: hagan y cumplan todo lo que les digan; pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbí”. Ustedes, en cambio, no se dejen llamar “rabbí”, porque uno solo es su maestro y todos ustedes son hermanos. Y no llamen padre de ustedes a nadie en la tierra, porque uno solo es su Padre, el del cielo. No se dejen llamar maestros, porque uno solo es su maestro, el Mesías. El primero entre ustedes será su servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
REFLEXIÓN: A menudo, lo que se predica está lejos de lo que se hace. Esto es lo que Jesús cuestiona a los escribas y fariseos, los de su tiempo y los de ahora. Sus críticas son un llamado a mirarnos a nosotros mismos, ya que es muy fácil predicar sin mover un dedo para poner en práctica cuanto se enseña; imponer cargas a otros, menos a uno mismo, peor cuando se cuenta con algo de poder. Nos encanta llamar la atención, vivir a costa de apariencias, buscar reconocimiento (que nos llamen rabí, maestro). Distinto, en cambio, es cuando la medida de nuestras aspiraciones es el servicio. Este tiene la fuerza de echar por tierra nuestras vanidades, los criterios de grandeza de este mundo.
ORACIÓN: Gracias, Jesús, porque nos enseñaste el camino de la verdadera grandeza: el servicio, el amor.
MIÉRCOLES 19
San José, esposo de la Virgen María (S)
2 S 7, 4-5a.12-14a.16; Sal 88, 2-5.27.29; Rm 4, 13.16- 18.22; Mt 1, 16.18-21.24a; o bien Lc 2, 41-51a
EVANGELIO: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
REFLEXIÓN: José, el hombre justo, no halla otra explicación al embarazo de María que la traición. Su razonamiento es lógico, pero no se deja arrastrar por la ira. Prefiere alejarse sin hacer alboroto y asumir él la culpa de la situación. Entonces interviene el Señor para poner luz donde solo parece haber noche. Le explica el verdadero origen del niño y le asigna una misión: ponerle su nombre y cuidar de Él y de su madre. Al despertar, no hace más conjeturas, inmediatamente asume lo que Dios le ha pedido. José, pues, pasó su vida haciendo lo ordinario de manera extraordinaria, buscando siempre y en todo cumplir la voluntad del Padre. Llegó a la santidad en el anonimato y el silencio.
ORACIÓN: San José, danos una fe sencilla como la tuya para que, como tú, seamos fieles a la misión que Dios nos ha dado.
JUEVES 20
Beato Francisco Palau y Quer
Jr 17, 5-10; Sal 1, 1-4.6; Lc 16, 19-31
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahám. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahám, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahám, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahám le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males, por eso, ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y ustedes se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia ustedes no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahám le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahám. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahám le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
REFLEXIÓN: La parábola del rico epulón y Lázaro es una advertencia contra nuestra indiferencia frente a los demás, sobre todo, ante los necesitados. Es curioso que, en lugar del rico, como es lo usual, solo el mendigo tenga nombre. Jesús, pues, nos invita a mirar la realidad desde su perspectiva. Lo vemos recostado a la puerta de un ricachón que, entretenido en sus banquetes, ni nota su presencia. Mientras él se atiborra de comida con sus amigos, Lázaro espera siquiera las migajas de su mesa. Al morir, se dividen sus caminos, y solo entonces el rico nota a Lázaro. Pero ya es tarde, el abismo de la indiferencia es tan profundo que ya no puede haber contacto entre ellos. El rico, como todos nosotros, tenía a mano la Palabra de Dios, pero no la quiso escuchar. Allí hubiera descubierto que Dios prefiere a los últimos y pequeños de este mundo y nos invita a ser como Él.
ORACIÓN: Señor, cura nuestra dureza de corazón para que siempre sepamos ver y socorrer a quienes pasan necesidad.
VIERNES 21 (abstinencia)
San Nicolás de Flue
Gn 37, 3-4.12-13a.17b-28; Sal 104, 16-21; Mt 21, 33-43.45-46
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: “Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: vengan, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”». Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No han leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso les digo que se les quitará a ustedes el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y, aunque intentaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta.
REFLEXIÓN: Se agudiza el enfrentamiento de Jesús con las autoridades judías. Mientras estas ven en Él un adversario, el pueblo lo reconoce como un profeta. Por eso, Jesús contesta con la parábola de los viñadores homicidas. A lo largo de la historia, Dios se manifestó por medio de sus profetas, pero el pueblo lo había rechazado en diversas ocasiones. Jesús les achaca de lo mismo a los jefes judíos, ellos siguen la tradición de sus padres. La diferencia es que ahora rechazan al Hijo mismo. En su ceguera, no se dan cuenta de que a esta piedra rechazada (Jesús), Dios la ha constituido en piedra angular, el pilar sobre el que se erigirá el nuevo pueblo de Dios.
ORACIÓN: Señor Jesús, ablanda nuestros corazones para que te dejemos entrar en nuestras vidas.
SÁBADO 22
Santa Lía
Mi 7, 14-15.18-20; Sal 102, 1-4.9-12; Lc 15, 1-3.11-32
EVANGELIO: En aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se levantó y vino adonde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen enseguida la mejor túnica y vístansela; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y sacrifíquenlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos. En cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
REFLEXIÓN: Esta hermosa parábola, todos lo sabemos, tiene una riqueza enorme y suscita una serie de reflexiones. Por ahora, centrémonos en la actitud frente a la persona que se equivoca. Ciertamente, lo más fácil es reprochar, criticar, ¿cómo ha podido llegar a tanto? Eso mismo esperamos del padre cuando ve a la distancia a ese hijo malagradecido que despreció su amor. Sin embargo, Jesús nos desconcierta. En lugar de reproches, el anciano lo recibe con abrazos y besos; en vez de una simple comida junto con los jornaleros, un banquete con el ternero cebado. ¿Quién de nosotros, honestamente, puede verse reflejado en este padre? El impulso más común es el del hermano mayor: indignarse por semejante recibimiento a un sinvergüenza. Sin embargo, Jesús nos invita a cambiar de perspectiva, a dejar de mirar la falta y ver una vida rescatada, restaurada.
ORACIÓN: Señor Jesús, ayúdanos a ser como tú, que, en lugar de condenar, ofreces a todos el perdón de Dios y la posibilidad de una vida renovada.
DOMINGO 23
III de Cuaresma
Ex 3, 1-8a.13-15; Sal 102, 1-4.6-8.11; 1 Co 10, 1-6.10-12; Lc 13, 1-9
EVANGELIO: En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre Pilato mezcló con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les comentó: «¿Piensan ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Les digo que no; y, si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les digo que no; y, si ustedes no se convierten, todos perecerán de la misma manera». Y les dijo esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Por qué ha de ocupar terreno inútilmente?”. Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré, a ver si comienza a dar fruto. Y si no da, la cortas”».
REFLEXIÓN: ¿Por qué le suceden desgracias a la gente? Tradicionalmente se pensaba que era a causa de sus pecados (sean conocidos u ocultos). Sin embargo, Jesús nos pide que, en vez de andar especulando sobre la moralidad de los demás, nos empeñemos en la propia coversión. Para animarnos y, a la vez, sacudirnos nos narra la parábola de la higuera. Abrazar los valores del Reino de Dios, vivir el Evangelio es exigente, pero no estamos abandonados a nuestras solas fuerzas. El Señor nos ofrece el abono de su gracia para que podamos fructificar, basta que lo dejemos actuar.
ORACIÓN: Alimenta, Señor, nuestras vidas con la fuerza de tu Espíritu para que demos frutos abundantes.
LUNES 24
San Óscar Arnulfo Romero, mártir
2 R 5, 1-15a; Sal 41, 2-3; 42, 3-4; Lc 4, 24-30
EVANGELIO: Habiendo llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga: «En verdad les digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo asegurarles que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
REFLEXIÓN: Jesús se hallaba en su pueblo y había acudido a la reunión del sábado en la sinagoga. Lucas sitúa esta escena al inicio del ministerio público del Señor. Va a su tierra natal para presentar el programa de su misión. No obstante, luego de la sorpresa inicial, sus paisanos se dejan dominar por el escepticismo. No daban crédito a las palabras del hijo del carpintero. ¿Cómo podía ser Él el Mesías esperado? Jesús se percata de su incredulidad y los reprocha con dos ejemplos de la tradición, dos personas paganas que mostraron mayor fe que los mismos israelitas. Eso desata la furia de la gente y así queda claro que el Evangelio siempre navegará entre aguas en contra.
ORACIÓN: ¡Ay si todos nos aplauden!, nos advertiste, Señor Jesús. Por eso, más que a los aplausos, ayúdanos a ser fieles a tu Evangelio.
MARTES 25
La Anunciación del Señor (S)
Is 7, 10-14; 8, 10b; Sal 39, 7-11; Hb 10, 4-10; Lc 1, 26-38
EVANGELIO: A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.
REFLEXIÓN: El amor de Dios nos sobrepasa, simplemente es insondable. «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único», nos dice san Juan (Jn 3, 16). Este es el misterio que celebramos hoy: la encarnación del Verbo. Después de haberse manifestado por medio de mensajeros, ahora el Padre manda a su Unigénito como uno más de nosotros. En Él, Dios asume nuestra materialidad y nuestras debilidades, todo lo que somos, salvo el pecado. En adelante, podemos decir que, efectivamente, Él es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Por otro lado, tenemos el ejemplo de María. Su sí es, a la vez, modelo y proyecto, nos da ejemplo de disponibilidad a la Palabra del Señor y nos muestra cómo ser discípulos de su Hijo.
ORACIÓN: Dios nuestro, te damos gracias porque tú no te avergüenzas de tus criaturas, en tu Hijo has abrazado toda nuestra humanidad.
MIÉRCOLES 26
San Braulio
Dt 4, 1.5-9; Sal 147, 12-13.15-16.19-20; Mt 5, 17-19
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No crean que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar pleno cumplimiento. Les aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el Reino de los Cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será considerado grande en el Reino de los Cielos».
REFLEXIÓN: La revelación es siempre gradual, como círculos concéntricos que van profundizando cada vez más en el conocimiento de Dios y de su proyecto de amor. En este sentido, Jesús no ha venido a cancelar lo anterior, sino, como Él mismo lo dice, a llevarlo a su plenitud. En Jesús confluye y, a la vez, desde Él se irradia toda la revelación, Él es la expresión máxima de la manifestación de Dios. Por eso, en Él conocemos vivencialmente la voluntad del Padre y sus mandatos, su ley. En ese sentido, será grande quien enseñe a cumplir la ley del Reino.
ORACIÓN: Danos sabiduría, Señor Jesús, para hacer de tu Evangelio la luz de nuestras vidas.
JUEVES 27
San Ruperto
Jr 7, 23-28; Sal 94, 1-2.6-9; Lc 11, 14-23
EVANGELIO: En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues ustedes dicen que yo echo los demonios con el poder de Belcebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belcebú, los hijos de ustedes, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama».
REFLEXIÓN: A lo largo de la vida pública de Jesús, el enfrentamiento con las autoridades judías tuvo varias idas y venidas. En diferentes momentos, buscaron desacreditarlo ante la gente. Ahora, que le devuelve el habla a un hombre mudo, lo tachan de actuar bajo el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios. Pero su argumento carece siquiera de lógica. ¿Cómo el mal va a enfrentarse a sí mismo? Sería su final. Sin embargo, Jesús no quiere medias tintas, desea que nos definamos si estamos con Él o en contra suya; es imposible permanecer imparciales. Siempre necesitamos hacer un alto para revisar nuestra vida y optar realmente por Jesús y su Evangelio.
ORACIÓN: Señor Jesús, líbranos de nuestras tibiezas y ayúdanos a comprometernos con tu Evangelio.
VIERNES 28 (abstinencia)
San Octavio
Os 14, 2-10; Sal 80, 6-11.14.17; Mc 12, 28b-34
EVANGELIO: En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
REFLEXIÓN: En tiempos de Jesús, la ley judía estaba compuesta por 613 normas, una cantidad exorbitante, casi imposible de cumplir. Por eso, es razonable la pregunta del escriba (un experto en la ley): entre tantos mandatos, ¿qué era lo esencial? Jesús responde remitiendo a la doble vertiente del amor. Quien ama a Dios necesariamente debe amar al prójimo. Por eso, si a Dios se le ama con todo lo que uno es, con el cuerpo y el alma, con toda nuestra existencia; a quien tenemos al lado, lo debemos amar como a nosotros mismos. Existe, pues, una unión inseparable entre ambas formas de amor.
ORACIÓN: Señor Jesús, ayúdanos a aprender de ti, que nos mostraste cómo se ama a Dios amando a nuestro prójimo.
SÁBADO 29
San Guillermo
Os 6, 1-6; Sal 50, 3-4.18-21; Lc 18, 9-14
EVANGELIO: En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”. Les digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
REFLEXIÓN: Esta parábola nos sitúa ante dos perspectivas religiosas, una, la que se basa en el mérito y la otra, en la gratuidad. El fariseo, una persona estrictamente observante de su religión, se acerca al templo para enorgullecerse de su rectitud. Por eso, en vez de presentarse con humildad, le echa en cara a Dios todas sus virtudes y méritos. Su religiosidad solo alimenta su propio ego y, en vez de amor al prójimo, es causa de desprecio a los demás. El publicano, en cambio, no tiene méritos que ofrecer. Es traidor de su propio pueblo y, si Dios lo acoge, solo puede ser por pura gracia, gratuidad. Por eso, él sale justificado, deja de ser él el centro y permite que ese lugar lo ocupe Dios.
ORACIÓN: Padre santo, danos sencillez de corazón para saber reconocer tu presencia en nuestras vidas.
DOMINGO 30
IV de Cuaresma (Laetare)
Jos 5, 9a.10-12; Sal 33, 2-7; 2 Co 5, 17-21; Lc 15, 1-3.11-32
EVANGELIO: En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde”. El padre les repartió los bienes. Pocos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, partió a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y comenzó a pasar necesidad. Fue entonces a servir a casa de un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; pero nadie le daba de comer. Entonces recapacitó y se dijo: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Ahora mismo me pondré en camino e iré a la casa de mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus trabajadores”. Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y corrió a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido encontrado”. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando, al volver, se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas, haces matar, para él, el ternero más gordo”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido encontrado”».
REFLEXIÓN: Leemos nuevamente la parábola del hijo pródigo, pero, por ahora, fijémonos solo en la figura del padre, que representa a Dios. Este Padre —es decir, Dios— siempre nos da espacio y libertad para tomar nuestras propias decisiones. Podemos permanecer a su lado, pero también marcharnos. No nos impide alejarnos de Él, pero nunca nos abandona, siempre estará pendiente de nuestro regreso. Y, cuando volvamos, nos recibe no con juicios y condenas, sino con abrazos y fiesta, es así como nos devuelve nuestra dignidad de hijos. Más que en ofensas pasadas, Él se fija en la vida rescatada, levantada de entre las tumbas. Su perdón es una fiesta, un nuevo nacimiento.
ORACIÓN: Gracias, Padre misericordioso, porque, al volver a ti, vamos seguros de que seremos acogidos.
LUNES 31
San Benjamín
Is 65, 17-21; Sal 29, 2.4-6.11-13; Jn 4, 43-54
EVANGELIO: En aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea. Jesús mismo había atestiguado: «Un profeta no es estimado en su propia patria». Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios, no creen». El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño». Jesús le contesta: «Anda, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre». El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.
REFLEXIÓN: La actitud del padre en este relato es programática, nos muestra un camino de fe. Él confía, pide e insiste y, finalmente, cree en el Señor (él y toda su familia). El punto de partida es la confianza en que Dios puede actuar; luego, pedir, que ya es de por sí un acto de fe, aunque imperfecto o interesado; la insistencia, a su vez, demuestra la convicción de que el Señor puede actuar. Después, da el paso decisivo, cree en Jesús y contagia su fe a toda su familia. Este debe ser también el proceso que la Cuaresma debería suscitar en nosotros que buscamos al Señor.
ORACIÓN: Fortalece, Señor Jesús, nuestra fe en ti para que afrontemos las vicisitudes de la vida con confianza.
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