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CULTURA DE LA MISIÓN DIGITAL
-Por padre Pablo Padrini-

Uno de los temas en los que se centra el camino sinodal es la” misión digital”. Un documento reciente (14 de marzo de 2024) de la Secretaría General del Sínodo habla específicamente expresándose así: «Hay que captar la importancia que tiene para la Iglesia llevar a cabo la misión de anunciar el Evangelio también en el entorno digital, que implica todos los aspectos de la vida humana y, por tanto, debe ser reconocido como UNA CULTURA y no sólo como un ámbito de actividad. Sin embargo, a la Iglesia le cuesta reconocer la acción en el entorno digital como una dimensión crucial de su testimonio en la cultura contemporánea (cf. Relación de Síntesis, 17b)».

Cuando hablamos de “misión digital” – así lo deja entender el documento cuando habla de “cultura” y no sólo de actividad- no hablamos de ella en una perspectiva de misión como acción a realizar ad extra, hacia los demás, sino ante todo en una dimensión de camino cristiano personal y eclesial que, en esencia, es el camino de quien “está con Jesús”, junto a Él por los caminos del mundo. Por lo tanto, desde el punto de vista del método de la “misión digital” antes de ser una “tarea” y una dimensión en la que vivir.

No estamos llamados a encontrar la manera de llevar a Jesús al mundo digital. Estamos llamados a vivir la dimensión misionera de la experiencia cristiana en un mundo en el que el entorno vital es ahora un entorno analógico-digital. Esto es lo que se puede entender por “misión digital”. Reflexionando sobre este tema propongo aquí, evidentemente sin ninguna pretensión de exhaustividad, algunas líneas de reflexión para un camino cristiano en la dimensión de la misión digital.

Dimensión “pastoral”

Toda experiencia de vida, de misión, que sea verdaderamente cristiana, sólo puede vivirse en compañía de Jesús, siguiéndolo. “Estar con él” significa vivir cada experiencia en entornos digitales como una experiencia “cristica”, que es siempre una expresión de nuestro vivir con Jesús. No estamos llamados simplemente a llevar a Jesús a lo digital, sino a vivir como discípulos suyos en el entorno digital (también), no desaprovechando ninguno de los encuentros que en él tienen lugar para que se conviertan realmente en “encuentros de salvación”.

Ciertamente, cualquier entorno que se quiera habitar de forma consciente requiere “claves de acceso”, competencia cultural y lingüística, y todo lo necesario para vivirlo de forma responsable y competente. Pero todo esto no puede confundirse con un enfoque tecnicista o, peor aún, funcional. Cada aliento que respiramos debe ser una expresión de fe, porque la fe es siempre vital («la fe sin las obras está muerta»).

Dimensión “espiritual”

La vida nueva en el Espíritu sólo puede estar en la base de todas nuestras acciones, ya que, en realidad, la “primera acción”, que estamos llamados a realizar: para nosotros, vivir es Cristo. Por eso también la misión digital sólo puede vivirse como una “desbordamiento” del Amor de Cristo que llena nuestros corazones. Para ser misioneros digitales debemos ser, por tanto, hombres y mujeres que viven en Cristo, que oran, que se confían a Él, Aquel que verdaderamente actúa a través de nuestras pobres manos. Este principio responsabiliza aún más nuestras acciones, porque no puede haber lugar, encuentro que pueda/deba convertirse en lugar de encuentro con Cristo; y, por tanto, no puede haber ambiente que no deba ser habitado por misioneros de su Espíritu de Amor.

Dimensión “personal”

Decir que estamos conectados en red en el mundo digital no es pensar en un entorno caótico, sin referencias, sin rumbo, sin sentido. Este “sentido” es siempre Él: Cristo que nos atrae hacia Sí. Y esta atracción es siempre un encuentro personal vivido en el corazón de la Iglesia. Por tanto, es necesario salir de la lógica del aplanamiento y del “ruido relacional” que a menudo se produce en la web, para buscar siempre un encuentro que sea verdadero, personal, directo. Un encuentro que pueda abrir a las otras puertas del Encuentro (con E mayúscula): el de Jesús. Un encuentro que se realiza concretamente a través de nuestro rostro capaz de “mirar a los ojos” con la profundidad del amor y de la fraternidad. Encuentro que también pide ser llevado a la experiencia concreta de la vida, hecha de entornos digitales pero también no digitales: no tanto para salir del mundo digital como para vivirlo en una dimensión integrada hecha -como necesaria- de contacto físico, de compartir experiencias, de relaciones personales, directas, íntimas.

Dimensión “saludable”

¿Cómo podemos vigilar esta exigencia de “vida integrada” a internos de los distintos ambientes? Recordándonos siempre que nuestra misión es un encuentro no tanto con el otro, sino con nuestro hermano. Cada acto de comunicación no es una piedra arrojada a la red, sino un acontecimiento significativo con el que respondemos en la fe al don del encuentro con un hermano; un don que hay que custodiar, del que debemos sentirnos responsables y sobre cuya sacralidad debemos velar constantemente para que ya no exista el otro, sino siempre el hermano. Un hermano con el que tejer relaciones verdaderas, al que abrir lugares de acogida, al que ofrecer palabras de verdad (y no sólo condescendientes) que siempre saben cambiar el corazón, abrir caminos de conversión, curar heridas. Pensemos en cuántos malestares se expresan online y en cuánto la misión digital puede ser un “hospital de campaña” donde tantos sufrimientos (a menudo ocultos) pueden ser aliviados con el óleo del Amor.

 

 
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