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CAMINAR JUNTOS
-Por Hna. Anna Caiazza, fsp-

Me surge invitar a la lectura “contemplativa” de nuestra historia y de la realidad que vivimos en los últimos años para descubrir que el soplo del Espíritu ha seguido flotando en nosotros y a través de nosotros. Como decía la venerable hermana Tecla Merlo: «Es necesario decir que es el Espíritu el que da vida, inspira, guía e ilumina.»

Si se está abierto al Espíritu, si uno se deja transformar por el Espíritu, se camina juntos y se genera vida. Por el contrario, se corre el riesgo de la esterilidad. El riesgo de esterilidad, que ciertamente no es sólo biológico sino también existencial, afecta a todos, hombres y mujeres, laicos y consagrados, especialmente hoy.

Se es estéril cuando uno se deja bloquear por el “siempre se ha hecho así”, por las muchas y tristes zonas de confort, por los límites infranqueables de competencias y tareas, para ir cada uno por su lado... Se es estéril cuando no hay interés por las grandes propuestas eclesiales o congregacionales, cuando se rechaza lo nuevo porque “el vino viejo es mejor”, cuando se renuncia a soñar -y por tanto a profetizar-, cuando se deja vencer por el cansancio o la resignación. «La resignación – dijo el Papa Francisco– es un gusano que entra en el alma, amarga el corazón».

«¿El remedio? La inquietud del amor. He aquí, entonces, la inquietud del amor: buscar siempre, sin descanso, el bien del otro, de la persona amada, con esa intensidad que lleva incluso a las lágrimas. (...) ¿Cómo estamos con la inquietud del amor? ¿Creemos en el amor a Dios y a los demás? ¿O somos nominalistas en esto? No de modo abstracto, no sólo las palabras, sino el hermano concreto que encontramos, ¡el hermano que tenemos al lado! ¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o nos quedamos encerrados en nosotros mismos, en nuestras comunidades, que muchas veces es para nosotros “comunidad-comodidad”? A veces se puede vivir en un condominio sin conocer a quien tenemos al lado; o bien se puede estar en comunidad sin conocer verdaderamente al propio hermano: con dolor pienso en los consagrados que no son fecundos “solterones”. La inquietud del amor impulsa siempre a salir al encuentro del otro, sin esperar que sea el otro quien manifieste su necesidad. La inquietud del amor nos regala el don de la fecundidad pastoral, y nosotros debemos preguntarnos, cada uno de nosotros: ¿cómo va mi fecundidad espiritual, mi fecundidad pastoral?» (Papa Francisco a los Agustinos, 28 agosto 2013).

Nuestro fundador, el beato padre Alberione parece hacerse eco de las palabras del Papa: «Comprenderse y amarse: “Congregavit nos amor Christi unus”; ayudarse mutuamente en la oración y en la colaboración. El egoísmo personal destruye la vida comunitaria; el egoísmo social, político, familiar destruye incluso los institutos, o al menos los condena a la esterilidad.»

El padre Alberione nos ha dejado el ejemplo de un corazón inquieto, que se hace preguntas constante, pero no para sí («¿Dónde camina, cómo camina, hacia qué meta camina esta humanidad que siempre se renueva sobre la faz de la tierra?»), que no se contenta de las respuestas de “tiempo atrás...” sino que, en escuchando al Espíritu, elabora un discernimiento que “acompaña el tiempo”.

Padre Alberione fue un hombre del Espíritu. El Espíritu lo empujó, y el caminó, rápido: «cuando se tiene fuego en el corazón...». El Espíritu le hizo oír «cosas nuevas» y le dio un conocimiento nuevo y más profundo de las cosas ya escuchadas (cf. Is 48,6-8). Un hombre de Espíritu, y por eso traspasó todas las fronteras. Él no tiene límites. Como el Espíritu, que «no sabes de dónde viene ni adónde va» (Jn 3,8). Lo mismo ocurre con aquellos que son guiados por el Espíritu.

Por vocación, estamos llamados, pues, a ser personas del Espíritu, corazones abiertos al Espíritu, siempre esperando la hora del Espíritu, que no sabemos cuándo llegará. Lo notas cuando tu respiración se calma y tu corazón se aleja. Porque el Espíritu mueve los sueños, enciende las fantasías, pone en pie las acciones, crea belleza. No tienes que preocuparte por si eres tanto o tan poco, si tienes dinero o no... Sólo debes hacerlo siguiendo la ligera brisa de tu inspiración.

Y, en cambio, la tentación es dudar, no tener fe, no poder verlo actuar, sentirse perpetuamente inadecuado, desesperarse... Es cierto, en los próximos años no seremos más que como somos ahora, nuestra edad media disminuirá, no seremos autosuficientes económicamente, no podremos presumir de potentes medios ni de una gran profesionalidad... Pero, curiosamente, esto debería tranquilizarnos, no llevarnos a desesperación. Porque este es el momento del invierno fructífero, del retorno a lo esencial, de la utopía evangélica, del signo significativo de una fragilidad habitada por la energía de Dios.

Por eso no renunciaremos a nuestra búsqueda y a nuestro deseo de renovación, convencidos de que la Iglesia y el mundo no serían lo mismo sin nosotros, sin la “música” de nuestro corazón. Nuestros hermanos y hermanas – en este mundo tan bello y tan desesperado – necesitan de nosotros, de nuestra profecía, de nuestra audacia, de nuestra esperanza. Nuestras comunidades necesitan esperanza. Nuestros jóvenes tienen necesidad de visión. «Si guardas en tu corazón el arrepentimiento de ayer y el miedo de mañana, nunca verás nada más y tu propia oración no te salvar», dijo Charles de Foucauld.

Tenemos una historia gloriosa que contar (cf. VC 110), pero no pasaremos la vida simplemente contando el pasado. Tenemos un presente y un futuro, abierto y nuestro, que construir. Queremos mirar a este futuro, a este tiempo de gracia en el que el Espíritu nos proyecta para hacer todavía grandes cosas con nosotros.

¿Qué debemos dejar atrás? ¿Qué cosas necesitamos para aligerar nuestro equipaje y poder caminar rápido? Los peregrinos experimentan lo poco que necesitan para vivir, para caminar, para llegar a su destino, a su sueño. Sólo una calderilla, un trozo de pan y mucha solidaridad de los peregrinos que caminan con ellos, de la gente que encuentran por el camino…

 
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