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LA CIVILIZACIÓN DEL CÉNTUPLO
-Por Luigino Bruni-

Estaba en África, en Nairobi, cuando oí por primera vez la expresión ‘la civilización del céntuplo’. Estábamos lejos de la prosperidad y de la riqueza, me rodeaba tanta pobreza, y sin embargo aquel amigo misionero (Piero) dijo allí mismo: nosotros debemos mostrarle al mundo que existe una civilización del céntuplo, ese céntuplo -‘cien veces más’ – prometido por el Evangelio a los discípulos’. Y desde aquel mayo de 2010 comencé a reflexionar diferente y más sobre aquella primera bienaventuranza, primera y misteriosa: ‘bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos’, y me parece haberlo entendido un poco’.

La pobreza de alegría que Europa y Occidente conocen desde hace tanto tiempo es consecuencia directa de haber olvidado la lógica y la felicidad diferente de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas incorporan y expresan todos aquellos valores desechados y despreciados por nuestro mundo cada vez más construido a imagen y semejanza del dios negocio. La mansedumbre, la construcción de la paz, la pobreza, la misericordia, la pureza, no son palabras de la economía capitalista y sus finanzas.

Durante casi dos milenios, el sermón de la montaña ha tratado de resistir a los ataques de quienes han tratado y tratan de reducirlo a cosas más simples y al sentido común, o incluso buscan de ridiculizarlo. Esta lucha a la simple radicalidad de las bienaventuranzas es particularmente fuerte para la bienaventuranza de los pobres, que no es por casualidad la primera. Una simplificación que comenzó muy pronto, cuando se empezó a enfatizar demasiado ese “de espíritu” que encontramos en el Evangelio de Mateo, dejando demasiado en segundo plano los “pobres normales”. Así hemos, ya a partir de los tiempos de los Padres, escrito y dicho que los ‘bienaventurados’ no son tanto los pobres verdaderos sino que los que experimentan el desapego espiritual de la riqueza, los que comparten los bienes o que los usa para el bien común. Todas cosas verdaderas y presentes también en la Biblia, pero que nos han alejado del simplicísimo y tremendo: ‘bienaventurados los pobres’. Y en cambio esta bienaventuranza va dejada toda a los pobres: al menos es toda y solo para ellos; y si los pobres poseen esta bienaventuranza toda para ellos, entonces no son siempre y solo pobres, porque posen al menos esta riqueza, que es grande. Es de ellos, no se la quitemos.

Después de todos estos siglos nosotros sabemos bien que no es fácil entender y amar esta primera bienaventuranza. ¿Cómo podemos llamar bienaventurados a los pobres cuando los vemos allí víctimas de la miseria, abusados por los poderosos, muriendo en medio del mar, buscando comida entre nuestras basuras? ¿Cuáles bienaventuras conocen? ¿Cómo rechazamos pronunciar ‘bienaventurados los pobres’ mientras estamos sentados con ellos en las descargas de basuras de nuestras ciudades?

Por eso he visto muchas veces que los primeros y más severos críticos de esta primera bienaventuranza son precisamente aquellos que pasan su vida junto a los pobres para liberarlos de su miseria. Los mayores amigos de los pobres acaban a menudo convirtiéndose en los mayores enemigos de la primera bienaventuranza. Y debemos entenderlos, y también agradecerles por su escándalo. Y luego intente llevar la discusión a un terreno nuevo y audaz.

¿Cómo amar y apreciar, entonces el ‘bienaventurados los pobres’? Para ello es necesario atravesar su paradójico y escandaloso terreno – cuántos ‘ricos epulones’ han encontrado en la bienaventuranza de los pobres una coartada para dejar a Lázaro beato en sus condiciones de privación y miseria, y tal vez auto-definiendose ‘pobres de espíritu’ porque daban migajas a los pobres?

El texto de los evangelios nos da algún indicio para entrar en esa paradoja. El primero es bellísimo, es el Reino de los cielos - … porque de ellos es el Reino de los cielos. Quizás entonces la diversa felicidad de los pobres resida entera en vivir ya en el reino, en este reino diferente. El reino “es” de ellos hoy, no “será” de ellos mañana en el cielo. La bienaventuranza de los pobres no tiene necesidad del ‘todavía no’: les basta el ‘ya’.

Los pobres son bienaventurados porque ya son habitantes del Reino de los Cielos. Entre los pobres llamados bienaventurados estaban los rechazados, los sin techo, los que tenían poco o nada para vivir. Había leprosos, viudas (y casi todas mujeres), huérfanos (y casi todos niños), personas que, como es lógico, fueron los principales amigos y compañeros de Jesús durante su vida. La mayoría de sus discípulos que lo habían encontrado en las calles de Palestina eran personas pobres y comunes que habían comenzado a caminar detrás y junto con él. Eran ya pobres o se convertían encontrando otro reino, siguiendo otra felicidad. Al decir ‘bienaventurados los pobres ’ Jesús hablaba a sus amigos, y habla todavía a sus amigos: los miró, los vió, y nació la primera bienaventuranza: bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos.

Los ricos no entran en este reino. No es un castigo, no entran porque simplemente no lo entienden, no lo ven, no lo quieren. Están interesados en los reinos de la tierra y por lo tanto no en los cielos. Si el Reino de los Cielos es de los pobres, no lo es de los ricos, a menos que se empobrezcan dejando atrás sus muchos ídolos. Los pobres están el Reino solo porque son pobres: no deben hacer muchos esfuerzos para entrar, no deben hacerse cristianos, no deben hacerse buenos: no, existen porque y hasta cuando son pobres: no reduzcamos ese ‘bienaventurado los pobres porque de ellos es el reino de los cielos’. En cambio nosotros decimos desde siglos que no todos los pobres están en el reino de los cielos, sino solo aquellos buenos, aquellos que aman, aquellos que viven el evangelio; nosotros podemos decirlo, pero Jesús no lo dijo, solo ha dicho ‘bienaventurados los pobres’, y basta. Bienaventurado es Francisco, que la pobreza eligió, pero bienaventurado es también Job, que no quería la pobreza y solo la padeció. Son ambos habitantes del ese reino diferente, y si queremos entrar también nosotros tenemos un solo camino: convertirnos en pobres.

¿Cómo? Para quien no es pobre, hay dos caminos principales: hacerse pobre y seguir a Jesús (‘joven rico’), o poner en común las riquezas (Hch 4). Sólo los pobres, por elección o destino, son habitantes de ese reino diferente. Así que tratemos de imaginar quiénes viven hoy en el reino de los cielos de Jesús, que ya vino: todos los rechazados, los olvidados, las víctimas, los abusados, los sin derechos, los migrantes en las barcas. Si fuéramos capaces de ver el mundo con los ojos del evangelio, veríamos el mundo de manera diferente, muy diferente, tal vez demasiado para entenderlo realmente. Debe haber algo maravilloso en eso de ‘bienaventurados los pobres’. No entendemos a tantos religiosos y religiosas que hacen voto de pobreza si no los vemos como personas que quieren entrar en ese reino diferente, porque primero lo vieron y lo entendieron, vieron y entendieron y desearon la civilización de cien por uno, que sólo los pobres conocen.

Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos.
 
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