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REENCUENTRO INESPERADO
-Por Marcelo E. Miraglia-

Esta hermosa historia que supera el tiempo y la distancia que no siempre separa, puede ser tal vez reflejo de alguna experiencia nuestra vivida al respecto.

Hace veinticinco años que nos conocemos con Osvaldo. Él es -a mi juicio- muy respetuoso, atento y excelente persona. Ambos dialogamos asiduamente pero por lo general de cosas cotidianas, superficiales e intrascendentes. Hay muchos detalles que no sabemos sobre la vida de nuestros semejantes y debemos respetar esos silencios ajenos.

Una  mañana de franca charla lo percibí distinto, por lo tanto me animé a preguntarle: “¿Cómo estás hoy Osvaldo? porque te noto un poco ansioso”. Después de un breve silencio y una profunda respiración por su parte, me respondió con una gran sonrisa acompañada de carcajadas. Esa actitud suya fuera de lo habitual logró que no supiera que decirle. Él agregó: “Hoy quiero contarte algunas cosas que considero muy importantes en mi vida”. Entonces me  dispuse a escuchar con suma atención su magnífico relato y que podría resumirlo así:

La infancia de Osvaldo transcurrió en una localidad de las afueras de esta gran ciudad. Allí el ambiente es más bucólico: el aire es puro y fresco, los ruidos casi no existen, sólo se escucha el hermoso trino de los  pájaros. Las casas poseen grandes jardines con flores multicolores. Se vive en permanente contacto con la naturaleza. Los vecinos se conocen y tratan de ayudarse mutuamente. Por el año 1955 la familia de Osvaldo era muy amiga de un matrimonio vecino, que tenía una hija de 7 años llamada Cristina. Ella siempre jugaba con Osvaldo que también  tenía la misma edad. Ya nos podemos imaginar esos dos niños corriendo, saltando, jugando a la pelota, andando en bicicleta, subiendo y bajando de los árboles a risas y gritos de manera incansable. Cristina lo cuidaba mucho a su amiguito y le indicaba que camino debía seguir para no lastimarse. La mamá de Osvaldo sin embargo estaba muy preocupada, ponía mucha atención para que no sufriera ningún accidente ya que Osvaldo era ciego. Pero esto no era impedimento alguno para que ambos fueran felices como muchos niños y niñas de su edad. Cristina podríamos decir que, en cierto sentido, se olvidaba de la ceguera de Osvaldo y él lo veía todo con los ojos del alma.

En 1960 la familia de Cristina se mudó a otra ciudad y nunca más supieron de ellos. Por ese entonces Osvaldo ya tenía 12 años. Nunca olvidó esos momentos vividos porque, además de ser tan feliz, aprendió a manejarse con una mayor soltura y seguridad durante toda su vida. Para cualquier persona es muy importante sentirse seguro; mucho más lo es para quien ha perdido el sentido de la vista.

Cursó sus estudios en la “Escuela para ciegos”. Fue allí donde nació en él su amor por la música. Estudió piano y luego de mucho esfuerzo y dedicación llegó a ser concertista. Osvaldo siempre fue una persona creyente y a partir del año 1971 logró expresar su fe gracias a su arte y a la oportunidad que se le brindó para tocar el armonio en una capilla cercana a su casa. Lo hacía verdaderamente con sumo gusto y placer. Esto lo insentivó a obtener una beca de estudios en el exterior y así poder continuar desarrollando su talento musical, esta vez para  ejecutar el órgano que era su instrumento elegido. Transcurrido unos meses, luego de ganar la beca deseada, Osvaldo viajó a Europa para cumplir su objetivo. Ir a tierras lejanas fué toda una nueva aventura. Estar rodeado de personas desconocidas resultó un gran desafío al igual que superar la barrera idiomática. Llegó a Francia, a las ciudades de Paris y Bourges, y a Países Bajos, a la ciudad de La Haya. Allí estudia con maestros de renombre internacional a un nivel de exigencia muy elevado. Profundiza en la obra de Johann Sebastian Bach, entre otros compositores, haciéndose ferviente admirador de él. Cumplido su período de estudios y ya de regreso con sus alforjas llenas de arte, ilusiones y experiencias vividas, da clases de órgano, conciertos, logra obtener el cargo de organista en un importante Santuario e integra el Coro Polifónico Nacional de Ciegos “Carlos Roberto Larrimbe”.

Pero Dios, que siempre está presente y actúa en nuestras vidas sorprendiéndonos, también lo hace en las redes sociales. Un día Osvaldo pudo reencontrarse a través de Facebook con Cristina, su amiga de la infancia.
Fue un reencuentro maravilloso y muy conmovedor.  No faltaron las lágrimas y las risas; ambos se llenaron de gozo y recordaron tiempos viejos. Él le contó la parte de su historia que no conocía su amiga; ella hizo lo propio diciéndole que en 1977, junto a su esposo, fue a vivir al estado de Florida (U.S.A.). Allí se dedicó a ser acompañante terapéutica. Hoy en día ya no ejerce esa actividad. Lo más importante que descubrieron ambos, fue que esa amistad nacida hace tanto tiempo aún se mantenía intacta.

Noté en Osvaldo un rostro lleno de gratitud hacia Cristina por esa gran amistad que los une. Se lo veía realmente feliz. Recordé de pronto ese lugar de privilegio que la Palabra de Dios le otorga a la amistad cuando dice:

“Un amigo fiel es un refugio seguro:
el que lo encuentra ha encontrado un tesoro”
. (Ecli. 6,14).

El cuidar y cultivar con esmero este gran tesoro, es algo fundamental en nuestro plano relacional porque genera un mutuo enriquecimiento. Osvaldo y Cristina compartiendo recuerdos y experiencias, pueden hoy redescubrirse y continuar creciendo en su hermosa amistad.
Sumamente estremecido le agradecí a Osvaldo sus palabras tan llenas de emoción, nos fundimos en un abrazo sincero y me di cuenta que ese día gané un nuevo amigo.

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Para la reflexión:
-¿Valoramos realmente a quiénes son nuestros verdaderos amigos?
-¿Cultivamos nuestra amistad con Jesús?

 
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