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EN BUSCA DE LA PAZ
-Por Marcelo E. Miraglia-

Las historias de vida al ser compartidas, a todos nos enriquecen. No es casualidad que por lo general nos veamos reflejados en varios aspectos de ellas. Algunas son tristes o dolorosas pero siempre nos regalan una enseñanza importante que es interesante tener presente en la vida.

Pablo nació en un pueblito del interior de la Provincia de Corrientes. Allí pasó toda su niñez y adolescencia. Todos los habitantes de ese lugar se conocían y allí fué muy feliz junto a sus familiares, amigos y vecinos; con Martín forjaron una amistad incondicional, podría decirse que ambos sentían que eran como hermanos. Tenían la misma edad.

Al cumplir los 18 años en 1981 fueron llamados al servicio militar obligatorio siendo destinados al mismo cuartel en la Provincia de La Pampa. Allí descubrieron a otros jóvenes que como ellos albergaban en sus corazones la esperanza de mejorar este mundo. También conocieron el rigor de la disciplina militar que a diario se hacía sentir con intensidad. Nunca se achicaron ante los desafíos de nuevos retos. Todas estas experiencias contribuyeron a fortalecer aún más esa amistad/hermandad entre ambos. Transcurrido el año del servicio regresaron a su pueblito en Corrientes.

En 1982 al comenzar la Guerra de Malvinas son convocados como reservistas para formar parte de un “cuerpo especializado”. Jamás pensaron que iban a regresar al ejército pero las circunstancias a veces truncan los proyectos personales. Se presentaron siguiendo las instrucciones de la cédula de citación. Fueron trasladados a una unidad en la Patagonia y allí permanecieron quince días recibiendo órdenes detalladas sobre las tareas que debían realizar. Pasado ese lapso de tiempo se los llevó al archipiélago a un lugar donde iba a ser su centro de operaciones.

Cierto día que Pablo y Martín, junto a los demás soldados, seguían las instrucciones impartidas por su Sargento y el Teniente realizando un reconocimiento del area territorial a su cargo, fueron sorprendidos por un grupo de soldados ingleses teniendo un enfrentamiento armado muy importante. Varios soldados murieron, entre ellos Martín. Pablo al darse cuenta de lo sucedido tuvo una fuerte crisis nerviosa y en su desesperación tomó del suelo el arma de su amigo y disparó a ciegas de manera reiterada contra los ingleses; a varios los hirió de gravedad. Pasado unos minutos fue reducido y le quitaron el arma; Pablo sólo atinó a ponerse de rodillas ante el cuerpo de Martín e irrumpió desconsoladamente en llanto. Él se encontraba mal herido y fuera de sí. Los soldados ingleses advirtieron esta situación y lo tomaron como prisionero de guerra trasladándolo al buque hospital Uganda donde recibió un trato amable por parte de su tripulación y lo intervinieron quirúrgicamente. De a poco se fue recuperando y al término del conflicto se realizó un intercambio de prisioneros regresando Pablo al país y más tarde a su Corrientes natal. Allí junto a su familia intentó superar los conflictos que la guerra generó en él. Jamás se olvidó de la muerte de su amigo Martín y de aquellos soldados que hirió o tal vez mató en su estado de conmoción.

Al cabo de dos años se casa y forma su familia. Con ansias de lograr un mejor trabajo para sustentar a los suyos se trasladan a una localidad del Gran Buenos Aires. Pasan los años y su vida se resume en trabajo y afecto familiar; a pesar de las alegrías dadas por sus nietos, dentro de su corazón continuaba anidando el dolor y la tristeza de aquellos imborrables recuerdos de la guerra. Muchas veces se transformaban en pesadillas llenas de amargura y llanto.

Un día de tantos Pablo recordaba su infancia y lo hermoso que fue para él cuando su madre le enseñaba sus primeras oraciones y la paz que recibía al poder hablarle a Dios.  A partir de Malvinas perdió esa paz interior y no podía recuperarla. Por esta razón decide visitar una Iglesia para poder contarle a Dios sus pesares. Visita un Santuario importante, y sentado en un banco frente al Sagrario y a la imagen de la Virgen María llora amarga y desconsoladamente. Pasado un momento siente que alguien lo toca en el hombro y le pregunta cómo se siente. Él no sabe qué responder; se encuentra confundido. Era un sacerdote que luego lo invitó a pasar al confesionario para conversar con mayor tranquilidad. Pablo aceptó y le expuso todo ese dolor llevado por más de 40 años en su corazón. El sacerdote le habló del significado de la reconciliación y del sentido de la Paz que Cristo nos regala. Luego de darle la absolución y de decirle palabras de consuelo, Pablo experimentó nuevamente la misma paz que sentía de niño junto a su madre.

Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!
(Jn. 14,27).

 
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