LA FE DE UN ATEO
-Por Marcelo E. Miraglia-
El ser humano es un ser religioso. Algunos creen en Dios, otros en la ciencia, en la razón, en las fuerzas de la naturaleza, o en algún ídolo en particular. Toda persona lleva muy dentro esa sed de trascendencia, de infinito e insatisfacción permanentes. Esta realidad invita a pensar en aquello que aún se desconoce pero que es inexorable: de lo que aún no tenemos absoluta certeza.
Eduardo nació en 1875 en Asturias -España-. Su familia disfrutó de un buen pasar económico. Estudió medicina y al cursar el tercer año abandonó su carrera a raíz de una gran crisis económica que se avecinó por aquel entonces. Ella terminó afectando también la holgada situación familiar. Él era un muchacho soñador con muchos valores inculcados desde pequeño por su entorno. Jamás los olvidaría y hasta podría decirse que para él eran sagrados. Odiaba las injusticias y siempre se mostró dispuesto a brindar una ayuda a quienes más sufrían. Un día cruzó el Océano Atlántico hacia la prometedora Argentina para construir allí su futuro. Al llegar a Buenos Aires descubrió un panorama lleno de prosperidad, pero también al mismo tiempo, convivía otra realidad donde la explotación y la marcada desigualdad entre sus habitantes eran claramente notorias. Se dió cuenta que muy pocos levantaban su voz para denunciar estas injusticias. De pronto recordó que en Asturias las ideas socialistas estaban muy difundidas y aceptadas por mucha gente; él mismo había simpatizado con ellas. Por tal motivo al presentarse ante sus ojos esta nueva realidad decidió formar parte de ese movimiento político. Con el tiempo se radicalizó aún más y se alineó al ala correspondiente al Anarquismo. Eduardo sabía perfectamente las consecuencias que esto le podría acarrear: persecución, cárcel y si era extranjero, se lo deportaba a su país de origen. Por esos años los socialistas y la Iglesia habían roto relaciones; ambas ideas no comulgaban. Realizó por lo tanto un acto de apostasía y se declaró ateo de manera formal. A partir de ese momento no quiso saber nada ni de la Iglesia ni de los curas.
Ya al obtener su primer empleo comenzó con precaución a difundir sus ideas políticas. Unos años más tarde conoció a Sara. Ambos se enamoraron y decidieron casarse. Sara impuso la condición de hacerlo también por Iglesia. Tuvieron dos hijas -Blanca y Luisa-. El tiempo transcurrió y Eduardo a pedido de Sara permitió el bautismo, la Primera Comunión y el casamiento por Iglesia de sus hijas. Nunca claudicó en sus ideas y llegó a ser una personalidad reconocida dentro de su partido. Tuvo un gran amigo personal, fue Alfredo Palacios -primer diputado socialista de América Latina- con quien por las tardes mantenía largas tertulias referidas a cuestiones políticas y obreras.
Con los años su salud se fue resintiendo. Comenzó a tener complicaciones a causa de una afección cardíaca que no le permitió desarrollar sus actividades con normalidad. A pesar de los años Eduardo siempre fue fiel a sus principios y hasta sus últimos días continuó bregando -a su manera- por una sociedad más justa. Un día sintió un fuerte dolor en el pecho; su médico le aconsejó reposo. Luisa -la menor de sus hijas- fue quien en esa triste tarde lo cuidaba. Como testigo ocular de lo acontecido ella se refirió al momento del fallecimiento de Eduardo de la siguiente manera: “Papá comenzó a sentirse muy molesto. Su dolor en el pecho se agudizó y respiraba con dificultad. Tomó una de mis manos, la acarició y la besó. Me miró fijamente a los ojos y conmovido comenzó a llorar. Al punto, observó el techo de la habitación y con los ojos bien abiertos y llenos de emoción, se dibujó en su rostro una expresión de alegría y paz. Dando un fuerte grito exclamó: ¡Hay…Dios…mío…!, ¡Hay…Dios…mío…!”
Luisa evocará siempre ese momento tan cargado de tensión y de amor diciendo que lo sintió como el reencuentro personal de su padre con alguién muy querido y profundamente anhelado.
A menudo, se preguntaba cosas como ¿qué ocurre al momento de morir? ¿Todos iremos al cielo? ¿y el que no tiene fe dónde va…? ¿Tiene algún valor vivir de acuerdo a sus convicciones? ¿realmente papá no tenía fe?
Las palabras de Jesús nos llenan de esperanza y también abren el camino de la misericordia:
“No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mi.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes.
Yo voy a prepararles un lugar”. (Jn.14,1-2).
Para reflexionar:
-¿Que pensamientos te genera el tema de la muerte?
-¿Le tenemos miedo?
-Para nosotros que somos cristianos: ¿pensar en la muerte implica creer en la resurrección?
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