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EL CINERARIO DEL SANTUARIO
-Por Marcelo E. Miraglia-

Mi amigo Mario me contó que siendo sacristán en uno de los Santuarios más importantes de esta ciudad, cierto día, le ocurrió la siguiente anécdota junto a otras personas de ese lugar.

La historia es la siguiente: Como todos los jueves, al terminar la Misa vespertina, se realiza una proseción muy solemne que se dirige hacia un hermoso patio donde se encuentra el Cinerario del Santuario. Encolumnados los familiares y amigos de los difuntos, van llevando las urnas con sus cenizas. Llegados al lugar, el sacerdote siguiendo el orden de lista, menciona a cada difunto y los familiares del mismo depositan las cenizas en su interior. Una tarde muy fría y tormentosa de junio en la que ya estaba oscureciendo rápidamente, eran once los que descansarían en el Cinerario. A medida que se iban colocando las cenizas, el mal tiempo crecía en intensidad y el viento soplaba con tanta vehemencia que se escuchaba su silbido ensordecedor; esto alertó a las personas que participaban de la celebración. Cuando se nombró al último de los difuntos y luego de haberse acercado los familiares para introducir las cenizas, una ráfaga de gran intensidad sopló generando un remolino que las arrebató y las hizo girar sobre las cabezas de los presentes varias veces, de manera continua y persistente. Todos quedaron sorprendidos y aterrados ante tal fenómeno inexplicable. Cris -una feligresa del Santuario- se acercó y susurrando con voz temblorosa dijo: “¡¡¡Ay…don Mario, éste no quiere entrar!!!”. El resto de las personas guardaron un silencio sepulcral, y el mismo sacerdote observaba todo con ojos de asombro. Al cabo de unos cinco minutos, sesó el mal tiempo y solas, sin ayuda de nadie, las cenizas del difunto ingresaron al Cinerario. Terminada la celebración todos se retiraron rápidamente. Mario fue el último en irse del lugar cerrando con llave la puerta del patio y apurando sus pasos.

Al cabo de unos días, esta historia ya era conocida en todo el barrio; al mes en toda la ciudad.

Por este motivo, comenzaron a llegar al Santuario contingentes de peregrinos deseosos de conocer ese patio en el que se dice que “almas en pena” se pasean. Al ver llegar tanta gente, al Párroco y sus asesores se les ocurrió una gran idea para aclarar ciertos aspectos de nuestra fe referidos a la muerte. Él mismo junto a un grupo de integrantes de la comunidad, aprovechaban la ocasión para hablarles de la vida eterna. También les recordaba la promesa de Jesús de que todos resucitaremos en el último día. Se inició un trabajo pastoral formando un grupo de contención para las personas que requerían de un acompañamiento más intenso a raíz de su gran tristeza y dolor por la pérdida de personas muy allegadas.

En el Cinerario colocaron la siguiente frase: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.” ( Jn. 11,25-26 ). La mayoría de los peregrinos regresaban a sus hogares reconfortados y llenos de esperanza por estas palabras y por la comprensión y respeto que encontraban en el Santuario.

Mario dice que se han tejido muchas otras anécdotas en torno a su historia, pero algunas no son ciertas; yo confío en sus palabras.

 

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Para la reflexión:

¿Creemos que la muerte es solamente un paso en nuestra vida?

¿Es nuestra esperanza Cristo Resucitado?
 
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