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MEDITACIÓN DIARIA
DEL EVANGELIO - MAYO 2025
-Por Padre Jesús Antonio Weisensee Hetter-

Intención del papa para el mes de MAYO: Oremos para que a través del trabajo se realice cada persona, se sostengan las familias con dignidad y se humanice la sociedad.

 

Jueves 01
San José Obrero (ML)
Hch 5, 27-33; Sal 33, 2.9.17-20; Jn 3, 31-36

Evangelio: El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre Él.

Reflexión: La fiesta de san José obrero nos recuerda que el trabajo forma parte del proyecto del Padre. El trabajo nos hace partícipes de la obra creadora de Dios. Así, gracias a su labor de carpintero, san José pudo proveer de sustento al Hijo de Dios y a su madre. Por tanto, ganarse la vida por medio de nuestro esfuerzo forma parte de la dignidad humana. Y esto, que es inherente a la vida, en el padre terreno de Jesús, adquirió una dimensión especial. Él se destacó por su docilidad y disposición para cumplir con todo lo que el Señor le pedía para cuidar y proteger a Jesús y a María. San José supo hacer extraordinario lo ordinario.

Oración: San José, inspíranos con tu obediencia a la Palabra del Señor
para que seamos fieles seguidores de tu hijo Jesús.

Viernes 02
San Atanasio, obispo y doctor (MO)
Hch 5, 34-42; Sal 26, 1.4.13-14; Jn 6, 1-15

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea, o de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para probarlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo: «Digan a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recojan los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este es verdaderamente el profeta que tenía que venir al mundo». Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña Él solo.

Reflexión: La multiplicación de los panes lo narran los cuatro Evangelios. Es una experiencia que caló profundamente en la memoria de los primeros cristianos. En el relato de Juan podemos distinguir tres momentos. En primer lugar, vemos la sensibilidad del Señor, solo Él se percata de la necesidad de la gente. En segundo lugar, les plantea la situación a sus discípulos. Les hace tomar conciencia de la magnitud del problema y la imposibilidad de resolverlo solo con medios propios. Así lo confirma Andrés. Habiendo tomado conciencia de esto, los lleva a dar el tercer paso. Cuando los hombres se sienten impotentes, incapaces, es cuando interviene Dios, pues para Él nada es imposible.

Oración: Señor, vivir según tu proyecto de amor desborda nuestras fuerzas, solo con tu gracia sabemos que es posible llevarlo adelante.

Sábado 03
Santos Felipe y Santiago, apóstoles (F)
1 Co 15, 1-8, Sal 18, 2-5; Jn 14, 6-14

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto». Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace sus obras. Créanme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, crean por las obras. Les aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidan en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, yo lo haré».

Reflexión: El evangelio de hoy retoma una expresión muy recurrente en Juan: «Yo soy», el mismo nombre con el que se manifiesta Dios a Moisés en el Sinaí. Esta es la clave para entender la identidad de Jesús. Por eso, con toda razón le contesta a Felipe: «Quien me ha visto, ve al Padre». ¿Difícil de comprender? Cómo no, pero allí tenemos las obras que realiza Jesús, son las mismas de Dios: sanar, perdonar, acompañar, convocar, enviar… Jesús es la verdad del Padre, es el camino que nos lleva a Él, la vida que Él nos quiere regalar. Es tal su identificación con el Padre que no hay separación, el Padre y Jesús son uno. Y a eso mismo nos invita el Maestro, a la plena identificación con el Hijo de Dios, para que cada vez más hagamos las mismas obras que Él hace.

Oración: Bendice, Señor Jesús, a todos los cristianos que entregan su vida con generosidad, especialmente los que están en zonas de conflicto y muerte.

Domingo 04
III de Pascua
Hch 5, 27-32.40b-41; Sal 29, 2.4-6.11-13; Ap 5, 11-14;
Jn 21, 1-19; F. B. Jn 21, 1-14

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «También nosotros vamos contigo». Fueron pues y subieron a la barca; pero aquella noche no pescaron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Ellos contestaron: «No». Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán». La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la abundancia de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban solo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traigan algunos peces que acaban de pescar». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, y lo mismo hizo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto lo dijo aludiendo a la muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

Reflexión: Este relato de Juan tiene una enorme riqueza, pero centrémonos en la figura de Pedro. Su liderazgo en la comunidad es claro, él toma la iniciativa, el encabeza el grupo de discípulos. Sin embargo, no siempre es el más lúcido, necesita de la palabra de sus hermanos para poder ver al Señor. Recordemos también cómo se acobardó y negó tres veces a su Maestro en el momento de la crucifixión. Cristo, pues, no escoge perfectos y ahora le da la posibilidad de rehabilitarse. Tres veces le pregunta si lo ama, pero Simón, consciente de sus límites, solo puede responder que lo quiere. Con todo, el Señor se fía de él y las tres veces lo invita a apacentar su rebaño, a amar como Él ama.

Oración: Señor, danos la humildad de Pedro para aceptar que solo con tu gracia podemos realizar las obras que nos encargas.

Lunes 05
San Ángel de Jerusalén de Sicilia
Hch 6, 8-15; Sal 118, 23-24.26-27.29-30; Jn 6, 22-29

Evangelio: Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad les digo: me buscan no porque han visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. Trabajen no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del Hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que crean en el que Él ha enviado».

Reflexión: ¿Por qué y para qué seguimos al Señor? ¿Solo para que solucione nuestros problemas? Luego de que Jesús multiplicara los panes, la gente quiso proclamarlo rey. ¿Quién más que Él podía solucionar el problema del hambre, la carencia de bienes? Jesús no anda con rodeos y saca a la luz su verdadera motivación para seguirlo. Van tras Él porque comieron hasta saciarse. Buscan (buscamos) un Dios que solucione nuestras necesidades, un Dios bombero que vaya apagando nuestros incendios. Por eso, los insta a ir más allá de lo básico. Más que solo por lo material, deben trabajar por el alimento que no se acaba. Es decir, creer y adherirse a Él, hacer vida sus enseñanzas, ser instrumentos suyos para que otros crean en Él.

Oración: Señor Jesús, danos el alimento de tu Palabra, fuente de auténtica vida eterna.

Martes 06
Santo Domingo Savio
Hch 7, 51—8, 1a; Sal 30, 3-4.6-8.17.21; Jn 6, 30-35

Evangelio: En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús: «¿Y qué signo haces tú para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”». Jesús les replicó: «En verdad, en verdad les digo: no fue Moisés quien les dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de este pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».

Reflexión: El don del maná marcó profundamente los recuerdos del pueblo elegido. Fue una de las experiencias salvíficas más extraordinarias. Sin embargo, Jesús aclara hoy a su auditorio que ese acontecimiento era en sí aún una promesa, el anuncio de que un día llegaría el verdadero pan que sacia toda hambre y toda sed. Ese día había llegado, tenían ante ellos al verdadero pan de vida bajado del cielo. Jesús lo proclama sin rodeos, Él nos ofrece la plenitud, Él sacia nuestras ansias existenciales más profundas.

Oración: Moldea, Señor, nuestros corazones a semejanza del tuyo, para que en ti tengamos vida verdadera.

Miércoles 07
San Agustín Roscelli
Hch 8, 1b-8; Sal 65, 1-7; Jn 6, 35-40

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como les he dicho, me han visto y no creen. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

Reflexión: Jesús avanza un paso más en su discurso del pan de vida. Ahora nos revela la conciencia que tenía sobre su misión, el por qué y el para qué de su encarnación. Ratifica de donde viene: «He bajado del cielo», pero está aquí como comisionado para hacer la voluntad de quien lo envía, el Padre. ¿Cómo acogerlo, como dejarlo entrar en nuestras vidas? Creyendo en Él, pero este creer no se refiere a una mera aceptación intelectual, estar de acuerdo con todos los dogmas. Creer significa establecer una relación personal con Él, fiarnos de Él y procurar vivir como Él. Entonces veremos cómo nuestra vida adquiere sentido, pues nos hacemos partícipes de la vida eterna.

Oración: Señor Jesús, actúa y manifiéstate en nosotros para que, como tú, nuestra vida refleje la voluntad del Padre.

Jueves 08
Nuestra Señora de Luján
Is 35, 1-6a 10; Salmo Lc 1, 46-55; Ef 1, 3-14; Jn 19, 25-27

Evangelio: Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás y María Magdalena. Al ver a su madre y cerca de ella a discípulo a quien él amaba, Jesús dijo a su madre: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya.

Reflexión: El pasaje es muy conmovedor. El título de “Mujer” pone en claro que en aquel momento Jesús estaba abriendo el corazón de su madre a la maternidad espiritual de sus discípulos, representados en la persona del discípulo amado que se encuentra siempre cerca de Jesús. El discípulo amado de Jesús, no tiene nombre, porque él representa a ti y a mí, y a cuantos son verdaderos discípulos. La mujer se convierte en madre del discípulo. La mujer, que nunca es llamada por el evangelista con el nombre propio, no es sólo la madre de Jesús, sino también madre de la Iglesia.

Oración: Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Nuestra Señora de Luján, Patrona de nuestra Patria; hoy alzamos nuestros ojos y nuestros brazos hacia Ti... Madre de la Esperanza, de los pobres y de los peregrinos, escúchanos... Hoy te pedimos por Argentina, por nuestro pueblo. Ilumina nuestra patria con el sol de justicia, con la luz de una mañana nueva, que es la luz de Jesús. Enciende el fuego nuevo del amor entre hermanos.

En otros lugares:
Jueves III de Pascua

Hch 8, 26-40; Sal 65, 8-9.16-17.20; Jn 6, 44-51

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad les digo: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

Reflexión: La primera afirmación de Jesús parece excluyente: nadie puede ir a Él si no es atraído por el Padre, pero, de inmediato, aclara que el deseo de Dios es que todos seamos discípulos de su Hijo. Pues es Él en quien el padre se da a conocer, no hay otro camino. La ofrenda del Hijo para llevar a cabo su misión es total, por eso, reitera que Él es el pan vivo bajado del cielo. Y no solo nos ofrece su Palabra, sino su carne misma. Es decir, nos otorga todo lo que Él es, toda su materialidad, cuya máxima expresión es su entrega en la cruz. Esa donación total de sí mismo es la que nos da la vida eterna.

Oración: Danos, Padre santo, nuestro pan de cada día para que siempre hagamos tu voluntad.

Viernes 09
San Pacomio, abad
Hch 9, 1-20; Sal 116, 1-2; Jn 6, 52-59

Evangelio: En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de sus padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Reflexión: Lo más usual es imaginar a Dios como alguien lejano, situado allá en el cielo, ajeno a nuestro devenir terreno. Pero, con la encarnación del Verbo, cambió todo; Dios pone su morada entre nosotros. Y ahora Jesús va mucho más allá incluso, se ofrece a nosotros como el mayor alimento, porque «mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Viene a este mundo, se hace uno de nosotros. Este es el proceso de divinización que la tradición llama inhabitación, Dios en nosotros y nosotros en Él. Es la unión, la comunión más plena que puede existir entre el ser humano y Dios en la vida presente, anticipo de la futura, la eterna.

Oración: Señor Jesús, haz que cada vez que te recibamos te dejemos ser uno con nosotros.

Sábado 10
San Juan de Ávila, religioso
Hch 9, 31-42; Sal 115, 12-17; Jn 6, 60-69

Evangelio: En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto los escandaliza?, ¿y si vieran al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre ustedes que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También ustedes quieren marcharse?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Reflexión: La dimensión y trascendencia de las afirmaciones del Señor sobre su cuerpo y su sangre genera incomprensión, rechazo y hasta escándalo. Por supuesto, entienden que no se refiere al canibalismo. Comer su cuerpo y su sangre significa aceptar su persona y su proyecto, asimilar la imagen del Dios que Él nos revela, un Dios que se abaja y se hace uno de nosotros. Es más cómodo pensar una deidad todopoderosa, llena de gloria. Con todo, Jesús replica que sus palabras son, de verdad, las que tienen «espíritu y vida». Igual, muchos se marchan, por eso, Jesús también interpela a sus discípulos. Pedro sale al frente y nos sorprende: fuera de Jesús —dice— no podremos hallar otra Palabra que nos permita vivir a plenitud.

Oración: Señor Jesús, llénanos con tu Espíritu para que podamos conocerte interiormente y nos alimentemos de tu Palabra que es espíritu y vida.

Domingo 11
IV de Pascua
Beato Fray Mamerto Esquiú
Hch 13, 14.43-52; Sal 99, 2-3.5; Ap 7, 9.14b-17; Jn 10, 27-30

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno».

Reflexión: Celebramos hoy el domingo del Buen Pastor, una ocasión para meditar sobre el amor de Dios y su relación con nosotros. El breve pasaje de Juan realza el vínculo personal que se establece entre el Pastor y sus discípulos. Afirma que las ovejas conocen su voz y Él llama a cada una por su nombre. Para Jesús, no somos masa, Él se relaciona de manera individual con cada uno de nosotros. Y es esta experiencia, este encuentro personal el que nos permite conformar su comunidad de discípulos, la Iglesia. Nuestra fe se basa, pues, en una relación vivencial, un modo de vivir según vivió Jesús, lo cual, a su vez, significa participar de la unión que existe entre el Hijo y el Padre.

Oración: Padre santo, te pedimos que fortalezcas las vocaciones de aquellos discípulos de tu Hijo que se entregan de lleno al servicio de tu Evangelio.

Lunes 12
Santos Nereo, Aquiles y Pancracio, mártires (ML)
Hch 11, 1-18; Sal 41, 2-3; 42, 3-4; Jn 10, 1-10

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús: «En verdad, en verdad les digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad les digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

Reflexión: En este pasaje, Jesús se presenta, a la vez, como pastor y como puerta del redil. En tanto pastor, Él se diferencia de los bandidos y ladrones que solo entran para robar y hacer daño. En cambio, el pastor entra por la puerta, señal de su legitimidad y buenas intenciones. El conoce a cada oveja por su nombre y ellas, con tan solo oír su voz, lo reconocen. Es decir, existe entre ellos una relación personal e íntima. Solo bajo la guía del pastor, de Jesús, estamos seguros de que podemos arribar a pastos frescos y nutritivos, una vida con sentido. Y, en tanto puerta, solo Jesús nos abre la entrada a esa vida en plenitud.

Oración: Señor Jesús, guía nuestras vidas, porque solo tú puedes darle un sentido pleno.

Martes 13
Bienaventurada Virgen María de Fátima (ML)
Hch 11, 19-26; Sal 86, 1-7; Jn 10, 22-30

Evangelio: Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: «¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente». Jesús les respondió: «Se lo he dicho, y no creen; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

Reflexión: Jesús recorre el pórtico de Salomón, recordado por la tradición como el rey (pastor) más sabio de Israel. Impacientes, lo conminan a identificarse, a decir sin ambigüedades si Él es el Mesías. Pero qué sentido tiene si, en verdad, no están dispuestos a creer. Tienen allí todas las obras que realiza, pero son incapaces de ver, tienen el corazón embotado. ¿Por qué es así? Jesús les da la respuesta, ellos no forman parte de su redil, por eso, no conocen su voz. En cambio, sus ovejas, sus discípulos reconocen su llamado y lo siguen. Y no solo eso, Jesús nos deja una hermosa promesa: nadie puede arrebatarnos de sus manos.

Oración: Gracias, Señor Jesús, porque tú sostienes nuestra vida, tú eres nuestra fortaleza.

Miércoles 14
San Matías, apóstol (F)
Hch 1, 15-17.20-26; Sal 112, 1-8; Jn 15, 9-17

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no les llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes les llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre les he dado a conocer. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto, y su fruto dure. De modo que lo que pidan al Padre en mi nombre, se lo dé. Esto les mando: que se amen unos a otros».

Reflexión: En la fiesta de san Matías, la liturgia nos presenta uno de los textos más hermosos del Evangelio de Juan. Jesús le dice a sus discípulos (a los de ayer y a los de hoy) que no los considera siervos, sino amigos. El no busca establecer jerarquías, sino una comunidad de hermanos, de iguales. Lo que la define no es el poder, sino el amor, el amor que el Padre nos entrega por medio de su Hijo. La expresión máxima de este amor es el don de Jesús mismo a favor de sus amigos, su cruz. Por eso, con autoridad puede decirnos: «Esto les mando: que se amen unos a otros». Él nos ha dado el ejemplo, su amor nos capacita para amar, para buscar siempre el bien del prójimo.

Oración: Señor Jesús, permite que cada día aprendamos a amar, más que de palabra, con obras.

Jueves 15
San Isidro Labrador
Hch 13, 13-25; Sal 88, 2-3.21-22.25.27; Jn 13, 16-20

Evangelio: Cuando Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: «En verdad, en verdad les digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que saben esto, dichosos ustedes si lo ponen en práctica. No lo digo por todos ustedes; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Se lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean que yo soy. En verdad, en verdad les digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».

Reflexión: Estas palabras de Jesús debemos entenderlas en su contexto, las dice luego del lavatorio de los pies. ¿Cuál ha de ser la aspiración del discípulo? Ser como Jesús, ni más ni menos, es decir, estar en la comunidad como el que sirve. Este es el mayor desafío para los cristianos, hacerse servidores unos de otros. Mientras los valores que se predican son ganar poder, prestigio, elevarse por encima de los demás, Jesús nos enseñó a agacharse para levantar al que está caído, buscar servir antes que ser servidos. Por tanto, el discípulo debe ser como su Maestro. Entonces se da una plena identificación entre ambos, y el que recibe a los enviados del Señor lo recibe a Él mismo.

Oración: No permitas, Señor, que nos domine el afán de prestigio y poder, sino que el servicio sea nuestra máxima regla.

Viernes 16
San Luis Orione
Hch 13, 26-33; Sal 2, 6-12a; Jn 14, 1-6

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No se turbe su corazón, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, se lo habría dicho, porque me voy a prepararles un lugar. Cuando vaya y les prepare un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo estén también ustedes. Y adonde yo voy, ya saben el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».

Reflexión: Un aspecto constitutivo del seguimiento de Jesús es la comunión con sus discípulos. Incluso luego de su partida, Él sigue estando presente entre nosotros. Su ida al Padre, más que abandono, es una promesa. Se marcha para hacernos un lugar con Él en la morada de Dios: me voy, pero volveré para llevarlos conmigo, nos dice. ¿Podrán vencernos entonces el miedo y las decepciones de la vida? Las palabras de Jesús buscan darnos optimismo y esperanza. Si confiamos en Él, no puede turbarse nuestro corazón.

Oración: Gracias, Señor Jesús, porque tú eres el camino, la verdad y la vida.

Sábado 17
San Pascual Baylón, religioso
Hch 13, 44-52; Sal 97, 1-4; Jn 14, 7-14

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto». Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, crean a las obras. En verdad, en verdad les digo: el que cree en mí, también Él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidan en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, yo lo haré».

Reflexión: De distintas maneras se dio a conocer Dios en tiempos antiguos, pero ahora, en el tiempo final, «nos ha hablado por medio de su Hijo» (Hb 1, 1-2). Así sintetiza el autor de la carta a los Hebreos la revelación divina realizada en Jesucristo, palabras que resumen perfectamente este pasaje de san Juan. Jesús es el rostro, la voz del Padre, por eso, viéndolo a Él vemos a Dios en persona. En otros términos, Jesús es el camino que nos conduce al Padre. Pero ahora Él promete algo más: sus discípulos realizarán las mismas obras que Él. Creer en Él supone actuar como Él, esa es la meta hacia la que aspiramos los cristianos.

Oración: Ayúdanos, Señor, a que nuestra fe en ti la expresemos con nuestra forma de vida.

Domingo 18
V de Pascua
Hch 14, 21b-27, Sal 144, 8-13; Ap 21, 1-5a;
Jn 13, 31-33a.34-35

Evangelio: Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a otros».

Reflexión: Jesús sintetizó todas las normas de Israel en un único y nuevo mandamiento: ámense unos a otros como yo los he amado. Es nuevo por su sencillez y por la fuente de ese amor. Según Juan, la medida del amor a los demás no es uno mismo, sino Jesús, la forma como Él nos ha amado. Por supuesto, este es un desafío enorme, pero no todo depende de nuestras fuerzas. Jesús nos llama a amar como Él, pero también nos da la capacidad para hacerlo. San Juan también nos dice que somos capaces de amar porque «Dios nos amó primero» (1 Jn 4, 19).

Oración: Señor, permite que el sentirnos amados por ti nos dé la capacidad para amar a nuestro prójimo.

Lunes 19
San Celestino V, Papa
Hch 14, 5-18; Sal 113 B, 1-4, 15-16; Jn 14, 21-26

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a Él». Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?». Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a Él y haremos morada en Él. El que no me ama no guarda mis Palabras. Y la Palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy a su lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien se lo enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho».

Reflexión: Ser discípulos de Jesús consiste en aceptar y cumplir sus enseñanzas. Es así como se manifiesta el vínculo y la adhesión de amor que nos une a Él. Entonces seremos, de verdad, su morada, propiciadores para que otros también se encuentren con Dios. Al final del pasaje, el Maestro también pone en escena al Espíritu Santo, que será el protagonista en las semanas que siguen. La presencia de este Paráclito (abogado, defensor) se distingue por tres características: 1) lo enviará el Padre, 2) nos enseñará todo y 3) nos recordará todo lo que el Señor ha dicho. No nos quedamos solos, su Espíritu nos anima y nos permite crecer en el entendimiento de su Palabra.

Oración: Espíritu Santo, ven a iluminarnos para conocer y poner en práctica el Evangelio.

Martes 20
Beata María Crescencia Pérez
Hch 14, 19-28; Sal 144, 10-13.21; Jn 14, 27-31a

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: “Me voy y vuelvo al lado de ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, crean. Ya no hablaré mucho con ustedes, pues se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo».

Reflexión: Estos días leemos el discurso de despedida de Jesús (Jn 13, 1—17, 26), con el que los va preparando para su pronta partida. El dolor podía cegarlos, por eso, les abre sus perspectivas. Su muerte no es solo una tragedia, una injusticia, es también su retorno al Padre. Frente a la turbulencia que se avecina, Él nos deja su paz, aquella fuerza que da serenidad para ver las cosas con claridad. En adelante el protagonismo en la difusión de la fe les corresponde a los discípulos. De allí, la necesidad de confiar plenamente en el Señor. Como modelo, nos plantea su propio ejemplo, pues Él cumplió a cabalidad aquello que el Padre le confió.

Oración: Señor, llénanos de tu presencia y cólmanos de tu paz para no ceder nunca a la desesperanza.

Miércoles 21
Ss. Cristóbal Magallanes, Pbro., y Comps., Mrs. (ML)
Hch 15, 1-6; Sal 121, 1-5; Jn 15, 1-8

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado; permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que desean, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que den fruto abundante; así serán discípulos míos».

Reflexión: La vid y sus sarmientos o el tallo y sus ramas, ese es el vínculo que Jesús quiere establecer con sus discípulos. Los frutos brotan de las ramas, pero ¿qué sería de estas si no obtuvieran su savia del tallo? La vida cristiana, pues, solo es posible a través del vínculo vivencial, existencial con Jesús. Solo su gracia nos permite encarnar en nuestra vida los valores del Evangelio. El Señor nos señala la meta, pero también, si le permitimos, nos capacita para alcanzarla. La fe no se reduce a bellos discursos, lo principal es que se traduzca en frutos. Por último, no veamos la poda como una amenaza, sino como la promesa de Dios de qué Él también puede limpiarnos de nuestras esterilidades.

Oración: Quita, Señor, lo que está muerto en nosotros para que brote nueva vida.

Jueves 22
Santa Rita de Casia, religiosa (ML)
Hch 15, 7-21; Sal 95, 1-3.10; Jn 15, 9-11

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he hablado de esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a plenitud».

Reflexión: El amor de Dios crece a través de la comunión con Él. Jesús mismo se pone como modelo, su amor no es otro que el amor que ha recibido del Padre. Es decir, la forma como Él trataba a la gente, sus enseñanzas, su ternura hacia los que sufren y su entrega en la cruz no son sino el reflejo del amor del Padre. Por eso, permanecer en ese vínculo de amor significa vivir según sus enseñanzas y hacer nuestras sus actitudes; en esto consiste cumplir sus mandamientos. Y entonces será una realidad para nosotros la alegría verdadera, aquella que brota de una vida plena.

Oración: Señor Jesús, sana nuestros vacíos y angustias con la alegría que brota de una vida acorde con tu Palabra.

Viernes 23
San Juan Bautista de Rossi
Hch 15, 22-31; Sal 56, 8-12; Jn 15, 12-17

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Este es mí mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a ustedes los llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer. No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los he elegido y los he destinado para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca. De modo que lo que pidan al Padre en mi nombre se lo dé. Esto les mando: que se amen unos a otros».

Reflexión: Jesús nos propone su amor como medida y modelo del amor entre nosotros. Pero ¿qué características tiene su amor? El evangelio de hoy señala que es total (se dona hasta el extremo), incondicional y universal (para todos). Por eso, al igual que Jesús, debemos amar hasta el extremo, ya que el amor verdadero no pone límites. Amemos también sin condiciones; es decir, no busquemos el propio interés, sino siempre el bien del otro. Y amemos de forma universal, es decir, a todos, sin discriminar, sin hacer acepción de personas. La gran revolución que necesita el mundo vendrá si tú y yo amamos al estilo de Jesús.

Oración: Señor Jesús, que tu amor nos capacite para amar al prójimo.

Sábado 24
María Auxiliadora
Hch 16, 1-10; Sal 99, 1-3.5; Jn 15, 18-21

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya, pero como no son del mundo, sino que yo los he escogido sacándolos del mundo, por eso el mundo los odia. Recuerden lo que les dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han guardado mi Palabra, también guardarán la de ustedes. Y todo eso lo harán con ustedes a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió».

Reflexión: Jesús no matiza sus enseñanzas, no camufla lo que implica seguirlo; destaca que aquello que le sucedió a Él, eso mismo les ocurrirá a sus seguidores. Si el mundo (aquellas fuerzas que se oponen al Reino de Dios) lo odió, otro tanto hará con sus discípulos. Seguir al Señor implica, nuevos criterios, nuevas perspectivas, nuevas actitudes. Esa es la novedad que vino a traer: una vida según el corazón del Padre. Pero este anuncio existencial genera rechazo, desprecio, persecución: «Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán». Más que una advertencia, es una constatación. Una vida cristiana auténtica es una piedra de tropiezo, es denuncia y anuncio de un mundo nuevo según el proyecto original del Padre. Naturalmente, lo viejo reaccionará, se opondrá.

Oración: Ayúdanos, Señor Jesús, a vivir nuestra fe con coherencia, aunque suscite oposición.

Domingo 25
VI de Pascua
Hch 15, 1-2.22-29; Sal 66, 2-3.5-6.8; Ap 21, 10-14.22-23; Jn 14, 23-29

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que ustedes están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien les enseñe todo y les recuerde todo lo que les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy; no la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: “Me voy y volveré a ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto, antes de que suceda, para que cuando suceda, entonces crean».

Reflexión: Casi al final del camino pascual, Jesús nos recuerda lo esencial: amar como Él nos amó, eso significa guardar su Palabra. Entonces, nos transformamos en morada de Dios, dejamos que nuestra vida sea animada por la fuerza de su Espíritu. Esta respuesta, no obstante, siempre es opcional, hecha libremente. Pero tampoco estamos solos, no todo depende de nuestras fuerzas, el Señor nos envía el Paráclito (el Espíritu Santo) que nos asiste para crecer en el conocimiento y la vivencia de la Palabra de Dios. Por eso, aunque Jesús iba a partir pronto, sus discípulos no podían sumirse en la tristeza porque no quedaban abandonados. Lo mismo nos dice a nosotros hoy.

Oración: Envíanos tu Espíritu Santo, Señor, para poder ser lo que tú quieres y esperas de nosotros.

Lunes 26
San Felipe Neri (ML)
Hch 16, 11-15; Sal 149, 1-6.9; Jn 15, 26—16, 4a

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí; y también ustedes darán testimonio, porque desde el principio están conmigo. Les he hablado de esto, para que no se escandalicen. Los excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que les dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Les he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, se acuerden de que yo se los había dicho».

Reflexión: Jesús reitera su promesa del Paráclito que nos enviará el Padre, una clara referencia a la unidad del Dios trino. Están el Padre y Jesús, y ahora se menciona también al Espíritu de la verdad. Él procede del Padre, es decir, no es el Padre ni el Hijo, sino alguien más. Este es el Dios en el que creemos y que la Iglesia después llamó la Santísima Trinidad. La misión del Espíritu Santo será dar testimonio de Jesús, ayudarnos a conocerlo y, a su vez, actuar en nosotros capacitándonos para que también nosotros lo demos a conocer, incluso en medio de persecuciones.

Oración: Llénanos de la fuerza de tu Espíritu, Señor, para que seamos auténticos testigos de tu Evangelio en el mundo.

Martes 27
San Agustín de Cantorbery
Hch 16, 22-34; Sal 137, 1-3.7-8; Jn 16, 5-11

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: “¿Adónde vas?”. Sino que, por haberles dicho esto, la tristeza les ha llenado el corazón. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito. En cambio, si me voy, se lo enviaré. Y cuando venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.».

Reflexión: «El verbo se hizo carne», nos dice san Juan al inicio de su Evangelio (Jn 1, 14). Y hoy Jesús reitera que volverá a su lugar de origen, pero regresa transformado. Retorna llevándose también nuestra humanidad, puesto que Él es totalmente Dios y totalmente hombre. Ya nunca más podremos decir, que nosotros ni su creación, le somos ajenos a Dios. Su retorno no tiene que ser motivo de tristeza, porque enseguida nos enviará al Paráclito, que sacará a la luz la verdad de los corazones. Él dejará al descubierto «un pecado, una justicia y una condena» de las fuerzas que se oponen a Dios (el mundo). Su pecado: rechazar al enviado del Padre; la justicia: el retorno de Jesús al Padre, confirmación de que Él fue quien lo envió; y la condena: la muerte y el mal ya están derrotados.

Oración: Padre santo, ilumínanos con la fuerza de tu Espíritu Santo para que Él nos guíe hacia tu Hijo.

Miércoles 28
San Germán, obispo
Hch 17, 15.22—18, 1; Sal 148, 1-2.11-14; Jn 16, 12-15

Evangelio: En aquellos días, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y les comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que recibirá y tomará de lo mío y se lo anunciará».

Reflexión: Dios se va manifestando a nosotros gradualmente, de acuerdo con nuestras capacidades. Mas esto no significa que la revelación esté incompleta, todo lo que Jesús tenía que comunicarnos ya nos lo dijo. El límite está en nuestra capacidad para comprenderla. El depósito de la fe está allí, siempre disponible, pero nuestro acceso a él no depende únicamente de nuestras capacidades. El Espíritu de la verdad nos lo irá develando de a pocos, según nuestras posibilidades personales y culturales. Ahora bien, al igual que Jesús, el Espíritu no habla por cuenta propia, solo nos dice aquello que escucha al Padre y al Hijo.

Oración: Gracias, Dios nuestro, porque nos concedes tu Espíritu para que nos guíe hacia ti.

Jueves 29
San Pablo VI, Papa (ML)
Hch 18, 1-8; Sal 97, 1-4; Jn 16, 16-20

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Dentro de poco ya no me verán, pero dentro de otro poco me volverán a ver». Comentaron entonces algunos discípulos: «¿Qué significa eso de “dentro de poco ya no me verán, pero dentro de otro poco me volverán a ver”, y eso de “me voy al Padre”?». Y se preguntaban: «¿Qué significa ese “poco”? No entendemos lo que dice». Comprendió Jesús que querían preguntarle y les dijo: «¿Están discutiendo de eso que les he dicho: “Dentro de poco ya no me verán, y dentro de otro poco me volverán a ver”? En verdad, en verdad les digo: ustedes llorarán y se lamentarán, mientras el mundo estará alegre; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría».

Reflexión: Este pasaje pone de manifiesto que los discípulos no terminan de comprender lo que dice Jesús. Les está hablando de una realidad completamente nueva que está lejos de su entendimiento. Pero estas dudas, a su vez, expresan sinceridad; ellos son conscientes de que no logran comprender el lenguaje de Jesús. Ante la inminencia de la cruz, Jesús también los prepara para ese momento, porque ocurrirá pronto. Con la crucifixión del Señor, sobrevendrá la noche sobre ellos, quedarán totalmente desconcertados. Si Jesús era el Mesías, ¿cómo era posible que muriera de esa manera? No obstante, la resurrección les devolverá la luz, y entonces «su tristeza se convertirá en alegría». Nosotros vivimos ya bajo esta luz.

Oración: Señor Jesús, ayúdanos para que el pesimismo nunca domine nuestros corazones.

Viernes 30
Santa Juana de Arco y San Fernando, rey
Hch 18, 9-18; Sal 46, 2-7; Jn 16, 20-23a

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En verdad, en verdad les digo: ustedes llorarán y se lamentarán, mientras el mundo estará alegre; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También ustedes ahora sienten tristeza; pero volveré a verlos, y se alegrará su corazón, y nadie les quitará su alegría. Ese día no me preguntarán nada».

Reflexión: El pasaje de hoy insiste en la tristeza de los discípulos ante la inminente partida del Señor. El tiempo entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección debió ser especialmente difícil para ellos, comparable nomás con los dolores de parto. ¿Qué les quedaba ahora a ellos? ¿Morían con Jesús también todos sus sueños? Las palabras de hoy tienen como finalidad sostener a sus discípulos, evitar que ellos se hundan en el pesimismo. Luego de este momento de tristeza, sobrevendrá la alegría y una alegría permanente porque viene de Dios. Entonces, cuando nos hallemos sumidos en situaciones desesperadas, no perdamos la esperanza.

Oración: Gracias, Señor Jesús, porque contigo estamos seguros, incluso cuando caminamos por cañadas oscuras.

Sábado 31
Visitación de la Bvda. Virgen María (F)
So 3, 14-18; o bien Rm 12, 9-16b; Sal: Is 12, 2-6; Lc 1, 39-56

Evangelio: En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel su siervo, acordándose de la misericordia —como lo había prometido a nuestros padres— a favor de Abrahám y su descendencia por siempre». María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Reflexión: Celebramos hoy el encuentro de dos mujeres de fe, dos mujeres que fueron visitadas por Dios. María recibió la manifestación más plena, la absoluta: la encarnación del Verbo en sí misma. Por eso, ella es la bendita entre las mujeres por el fruto que lleva en su seno. María, sin embargo, no hizo alarde de esta experiencia, no la asumió como un privilegio, sino como una gracia que la hacía más atenta a las necesidades de los demás, entre ellas su prima Isabel. La verdadera experiencia de Dios se expresa en el trato hacia el que tenemos al lado. Servir y amar son los termómetros que miden la autenticidad de nuestra fe.

Oración: Madre de la esperanza, ayúdanos a valorar las maravillas que el Señor obra en nuestra vida diaria.

 
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