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MEDITACIÓN DIARIA
DEL EVANGELIO - MARZO 2024
-Por Padre Raúl Enrique Castro Chambi, sj-

Intención del papa Francisco para el mes de marzo: Oremos para que los enfermos terminales y sus familias reciban siempre los cuidados y el acompañamiento necesarios, tanto desde el punto de vista médico como humano.

Viernes 01
San Albino, obispo
Gn 37, 3-4.12-13a.17b-28; Sal 104, 16-21; Mt 21, 33-43.45-46

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar en ella, construyó la casa del guardián, la arrendó a unos viñadores y se fue de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los viñadores, para recoger los frutos que le correspondían. Pero los viñadores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, en mayor número que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los viñadores, al ver al hijo, se dijeron: “Este es el heredero: lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores?». Le contestaron: «Hará morir sin compasión a esos malvados y arrendará la viña a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No han leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que produzca sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y, aunque buscaban capturarlo, temieron a la gente, porque lo tenían por profeta.

Reflexión: En esta parábola dirigida a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, Jesús resalta el cuidado que el Señor tiene con su viña, es decir, la humanidad. Las imágenes son claras, Dios la planta, la rodea con una cerca, cava un lagar, la arrienda y se marcha. Detrás de estos gestos, resuena la canción de la viña del profeta Isaías: a nosotros, que somos la viña de Dios, Él nos muestra su amor de distintas formas y espera de nuestra parte que demos los frutos que correspondan a semejante generosidad (cf. Is 5, 1-7). Es así como habría que responder a la bondad de Dios. Sin embargo, con frecuencia, la humanidad le paga con maldades. En definitiva, esta es una parábola para que vivamos con la alegría del compartir y perdonar.

Oración: Señor, danos la gracia de la conversión para que podamos asumir tu voluntad como propia.

Sábado 02
Santa Inés de Praga
Mi 7, 14-15.18-20; Sal 102, 1-4.9-12; Lc 15, 1-3.11-32

Evangelio: En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Este acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde”. El padre les repartió los bienes. Pocos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, partió a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces a servir a casa de un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba de comer. Entonces recapacitó y se dijo: “¡Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Ahora mismo me pondré en camino e iré a la casa de mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus trabajadores”. Y se puso en camino hacia donde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y corrió a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. El hijo empezó a decirle: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen enseguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido, y ha sido encontrado”. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando, al volver, se acercaba a la casa, oyó la música y el baile y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba convencerlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con prostitutas, haces matar para él el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».

Reflexión: Esta parábola nos muestra que Dios nos ama incondicionalmente, no porque seamos buenos, sino porque Él es misericordioso. Los dos hijos reciben una gran herencia, pero el menor malgasta todo lo recibido, se pierde. En cierto momento, sin embargo, recapacita y vuelve donde su Padre, que lo recibe desde su infinita misericordia. El hijo mayor, en cambio, es todo lo contrario, permanece en casa, obedece a su padre; pero, en realidad, no lo conoce. Es de esas personas que hacen todo bien, pero luego pasan la factura. Por eso, le indigna que su hermano derrochador sea acogido de nuevo en la casa paterna y rechaza la invitación de su padre a tomar parte en la fiesta. Se niega a reconocer que la misericordia es lo que caracteriza a su padre.

Oración: Gracias, Señor, por tu misericordia, siempre nos perdonas e impides que nos perdamos.

Domingo 03
III de Cuaresma
Ex 20, 1-17; F. B. Ex 20, 1-3.7-8.12-17; Sal 18, 8-11;
1 Co 1, 22-25; Jn 2, 13-25 - Salterio III

Evangelio: Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quiten esto de aquí; no conviertan en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora». Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó: «Destruyan este templo, y en tres días yo lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que había dicho eso, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no confiaba en ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie acerca de los hombres, porque Él conocía lo que hay dentro de cada hombre.

Reflexión: La celebración anual de la Pascua se conmemoraba con el sacrificio de corderos en el templo. Una parte del cordero era llevado a la casa para la cena pascual; la otra estaba destinada a los sacerdotes, quienes la podían vender en el mercado a muy buenos precios. Aparte de eso, todo israelita debía pagar al templo un impuesto de medio siclo de plata (Ne 10, 33-35; Mt 17, 23.24) en moneda local, no extranjera porque se la consideraba impura. Los cambistas resolvían esa necesidad; pero con el tiempo, su negocio, bajo la administración de los sacerdotes, se volvió muy rentable. Con su gesto, Jesús denuncia el afán de lucro que dominaba la religión.

Oración: Padre santo, purifica nuestras intenciones y motivaciones para que siempre te busquemos con sinceridad de corazón.

Lunes 04
San Casimiro
2 R 5, 1-15a; Sal 41, 2-3; 42, 3-4; Lc 4, 24-30

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús en la sinagoga de Nazaret: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando no hubo lluvia del cielo tres años y seis meses, y el hambre azotó a todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificada la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Reflexión: Jesús parte a su pueblo esperanzado, quizás, en recibir una acogida calurosa entre sus paisanos. Sin embargo, lo único que encuentra es incredulidad y escepticismo. Su familiaridad con Jesús les impide aceptar la novedad de su persona y su mensaje. Es más, les molesta cambiar sus vidas y sus costumbres. Por eso, Jesús los confronta con otras experiencias del pasado en que los extraños fueron más receptivos al llamado de Dios. Elías y Eliseo, por ejemplo, hallaron mejor acogida entre los paganos que en su propio pueblo. Con el rechazo de su gente, vemos que Jesús sufre la misma suerte de los profetas, que solo pudieron actuar entre aquellos que no exigían milagros para creer.

Oración: Señor, danos la gracia de conocerte más internamente para amarte más y seguirte mejor.

Martes 05
San Adrián, mártir
Dn 3, 25.34-43; Sal 24, 4-9; Mt 18, 21-35

Evangelio: En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El siervo, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El señor tuvo lástima de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Reflexión: La parábola nos presenta una contraposición absoluta. Un siervo al que se le perdona una deuda exorbitante no es capaz de actuar en consecuencia. Su impiedad es tan escandalosa que, mientras a él su señor le perdona diez mil talentos de deuda, él no puede perdonar cien denarios. Según el historiador Flavio Josefo (siglo I d. C.) un talento equivalía a diez mil denarios, por tanto, diez mil talentos suman cien millones de denarios. Si tenemos en cuenta que el jornal de un obrero era un denario por día, hubiera necesitado más de mil vidas para pagar. Es decir, algo imposible. Por tanto, tomemos consciencia de nuestra propia «deuda» y podremos ser más compasivos con nuestro prójimo.

Oración: Señor, concédenos el don de sentir tu abrazo y tu misericordia, y que actuemos del mismo modo con nuestro prójimo.

 

Miércoles 06
Santa Rosa de Viterbo
Dt 4, 1.5-9; Sal 147, 12-13.15-16.19-20; Mt 5, 17-19

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No crean que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar pleno cumplimiento. Les aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el Reino de los Cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será considerado grande en el Reino de los Cielos».

Reflexión: Jesús promovía y abogaba por una sana observancia de las normas morales. Lo que Él quería era liberar a las personas del rigorismo farisaico que no se centraba en lo importante, sino en lo exterior. Él no pretendía abolir la ley, sino llevarla a su plenitud, tal como lo demostró con su propia vida. Por eso, Él enseña una comprensión y vivencia de la ley según el espíritu del Evangelio. Las primeras comunidades cristianas recordaban claramente que Jesús subordinó incluso la ley de Moisés al precepto del amor.

Oración: Señor Jesús, guíanos para que siempre actuemos con humanidad, misericordia y compasión.

Jueves 07
Santa María Antonia de Paz y Figueroa (Mama Antula)
Santas Perpetua y Felicidad, mártires
Jr 7, 23-28; Sal 94, 1-2.6-9; Lc 11, 14-23

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Si echa fuera los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está dividido, ¿cómo sostendrá su reino? Ustedes dicen que yo expulso los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo expulso los demonios con el poder de Belzebú, los hijos de ustedes, ¿por arte de quién los expulsan? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero, si yo expulso los demonios con la fuerza de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si viene otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama».

Reflexión: Para intentar desacreditar a Jesús, sus adversarios lo acusan de actuar por el poder de Belzebú, «el príncipe de los demonios». Sin embargo, Él demuestra que los signos que realiza lo confirman como el enviado plenipotenciario y definitivo de Dios, portador de su Espíritu. Su labor es llevar la liberación a los oprimidos: «Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios […] es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios». Por tanto, es el Espíritu quien respalda su misión: «El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres y me ha enviado a anunciar la liberación de los cautivos» (Lc 4, 18; Is 61, 1-2).

Oración: Señor, abre nuestros ojos para que veamos tus caminos, para ir contigo allí donde nos lleves y saber estar con quienes nadie quiere estar.

Viernes 08 (abstinencia)
San Juan de Dios, religioso
Os 14, 2-10; Sal 80, 6-11.14.17; Mc 12, 28b-34

Evangelio: En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de Él; y que amar con todo el corazón, con el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Reflexión: A veces, los preceptos religiosos, los ritos y las tradiciones solo sirven para tapar lo más importante: el amor a Dios y al prójimo. Eso ocurría con el pueblo judío, pero nos pasa con frecuencia también a los cristianos, cuando ponemos más énfasis en las «manos puras» que en un corazón arrepentido y la disposición a ser compasivos y misericordiosos con el prójimo. Frente a la pregunta por el mandamiento principal, Jesús responde recordando el Shemá, una oración que los judíos repetían al amanecer y al atardecer (cf. Dt 6, 4-9). A ello, añade el mandamiento del amor al prójimo (cf. Lv 19, 18b). El primero confiesa la unicidad de Dios y la disposición a amarlo con todo el ser; el segundo, el amor al prójimo.

Oración: Señor, enséñanos a que siempre te demostremos nuestro amor amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Sábado 09
Santa Francisca Romana, religiosa
Os 6, 1-6; Sal 50, 3-4.18-21; Lc 18, 9-14

Evangelio: En aquel tiempo, para algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy un pecador”. Les digo que este último bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido».

Reflexión: ¿A quién está dirigida esta parábola? Es para aquellos que piensan estar bien con Dios y discriminan a los demás. A las tres de la tarde, los judíos solían acudir a orar en el templo, el lugar santo por excelencia. Pero esta devoción se tergiversó desde el principio, y alimentó la idea de un Dios inmóvil, al que se le podía ganar con favores. Por eso, los profetas fueron muy críticos con este tipo de religiosidad: «Escuchen, judíos, la palabra del Señor —dice Jeremías—. Roban, matan, cometen adulterio […], ¿y después entran a presentarse ante mí en este templo […] y dicen: “Estamos salvados”? ¿Creen que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre?» (Jr 7, 1-11).

Oración: Señor, enséñanos a ser coherentes entre aquello que hacemos y lo que hay en nuestra mente y en el corazón.

Domingo 10
IV de Cuaresma (Laetare)
2 Cro 36, 14-16.19-23; Sal 136, 1-6; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21 - Salterio IV

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él. El que cree en Él no será condenado; por el contrario, el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».

Reflexión: Los Evangelios nos muestran que la pasión y muerte de Jesús no es solo un asesinato político-religioso; que, en cuanto tal, no habría tenido mayor impacto en el destino de la humanidad. Es, más bien, el momento supremo en que se manifiesta la relación que existe entre Jesús y Dios, la prueba de que Dios está en Él. Es Dios quien lo ha enviado y lo ha entregado (Mc 14, 41; 10, 33.45) para demostrar de cuánto es capaz su amor por el mundo. Jesús hace suya esta voluntad de su Padre y da libremente su vida, con lo cual revela hasta dónde llega su entrega por nosotros.

Oración: Señor, que pueda comprender que tú estás presente en la realidad dándote y recreando la vida.

Lunes 11
San Eulogio
Is 65, 17-21; Sal 29, 2.4-6.11-13; Jn 4, 43-54

Evangelio: En aquel tiempo, salió Jesús de Samaria para Galilea. Jesús mismo había hecho esta afirmación: «Un profeta no recibe honores en su propia patria». Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía su hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose. Jesús le dijo: «Si no ven signos y prodigios ustedes, no creen». El funcionario insiste: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vuelve a casa, tu hijo vive». El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron: «Ayer, a la una de la tarde le dejó la fiebre». El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él y toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.

Reflexión: El tema central de esta sección del Evangelio de Juan es la fe. Por eso, más que la sanación, el verdadero prodigio que recibe el padre del muchacho es obtener la fe gracias a la escucha de la Palabra. La vida restituida al hijo no es más que la imagen de la vida verdadera que gana el padre y su familia por su fe en Jesús. La fe no exige ver signos ni prodigios para tener la certeza del amor del Señor; le basta su Palabra que refiere todo lo que Él ha hecho por nosotros. La confianza es la base de la fe y el amor. No exige pruebas ni demostraciones para verificar la credibilidad del otro.

Oración: Señor, nosotros también te pedimos con humildad que aumentes nuestra débil fe.

Martes 12
San Inocencio I, Papa
Ez 47, 1-9.12; Sal 45, 2-3.5-6.8-9; Jn 5, 1-3.5-16

Evangelio: En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo «Betesda». Esta tiene cinco pórticos, en ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo allí tendido, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y comenzó a andar. Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó: «El que me ha curado me dijo: “Toma tu camilla y anda”». Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho toma tu camilla y anda?». Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús había desaparecido entre la muchedumbre que había allí. Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor». Se fue aquel hombre a decir a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.

Reflexión: Jesús nos ayuda a superar aquello que nos detiene, que nos paraliza. Por eso, podemos acudir a Él aun cuando nos sintamos impedidos de todo, carentes de cualquier recurso. El símbolo del agua tiene una importancia clave en este relato. Por lo general, san Juan otorga a los milagros un sentido simbólico. En este caso, el agua es una clara la alusión al Bautismo. El paralítico yace junto a la piscina de Betesda, cuyas aguas son curativas. Es decir, el agua de nuestro Bautismo nos curó y dio inicio a nuestra vida de fe por medio del Espíritu Santo infundido en nuestros corazones. De esa forma, se cumple en nosotros lo anunciado por Jesús: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (Jn 7, 38).

Oración: Señor, otórganos un corazón lleno de buenas intenciones para ayudar a otros a liberarse de todo tipo de temores.

Miércoles 13
Santa Patricia, mártir
Is 49, 8-15; Sal 144, 8-9.13-14.17-18; Jn 5, 17-30

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo». Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo no respetaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: «Les aseguro: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre. Lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace, y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que Él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo envió. Les aseguro: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte a la vida. Les aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del Hombre. No se sorprendan, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para ser juzgados. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según lo que oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».

Reflexión: Este texto revela la íntima relación entre Jesús y su Padre: el Padre ama al Hijo y le manifiesta todas sus obras. Con estas palabras, Jesús reivindica para sí una relación recíproca con Dios, que lo confirma como su Hijo único; asevera que se hizo hombre por obra del Espíritu divino. Por ese mismo Espíritu se nos comunica el amor-vida de Dios y, la Trinidad santa permanece en nosotros. Los tres, Padre, Hijo, Espíritu, son idénticos en el ser, entender, juzgar y obrar. Aman, se manifiestan, dan vida, envían, oyen, elevan y resucitan. Y son esas las acciones divinas que Jesús realiza para darnos su vida.

Oración: Señor, ayúdanos a sentir tu amor y danos la gracia de discernir para entender qué quieres de nosotros para esta vida.

Jueves 14
Santa Matilde
Ex 32, 7-14; Sal 105, 19-23; Jn 5, 31-47

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es válido el testimonio que da de mí. Ustedes mismos enviaron mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, ustedes quisieron gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar, esas obras que hago, dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, Él mismo ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz, ni han visto su rostro, ni su palabra habita en ustedes, porque no creen al que Él ha enviado. Ustedes investigan las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, sin embargo, ¡ustedes no quieren venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, a ustedes yo los conozco y sé que el amor de Dios no está en ustedes. Yo he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me reciben; pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir. ¿Cómo pueden creer ustedes que aceptan gloria unos de otros y no buscan la gloria que viene del único Dios? No piensen que yo los voy a acusar ante el Padre, hay uno que los acusa: Moisés, en quien ustedes han puesto su esperanza. Porque si creyeran a Moisés, me creerían a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no dan fe a sus escritos, ¿cómo darán fe a mis palabras?».

Reflexión: Entendernos a nosotros mismos como criaturas de Dios nos permite reconocer que la vida es un don, que se realiza en el servicio y comunión con el prójimo. Toda la Sagrada Escritura habla de esto: somos criaturas, un don del amor de Dios. Pero, con frecuencia, nos hacemos sordos a su Palabra y dejamos que otras palabras calen en nosotros. Por eso, conviene preguntarnos: ¿creemos en el amor de Dios y en su Palabra? ¿Qué resistencias nos impiden crecer en la fe? Estos interrogantes también nos mueven a cuestionarnos en qué Dios creemos. No basta con decir «Creo en Dios», ayuda mucho preguntarnos qué imagen de Él tenemos. Por lo tanto, debemos estar dispuestos a reconocer que los caminos del Señor pueden ser distintos de los nuestros.

Oración: Señor, abre nuestros oídos a tu Palabra, para que ella nos guíe e ilumine en la edificación de tu Reino en este mundo.

Viernes 15 (abstinencia)
Santa Luisa de Marillac, religiosa
Sb 2, 1a.12-22; Sal 33, 17-21.23; Jn 7, 1-2.10.25-30

Evangelio: En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus parientes marcharon a la fiesta, entonces subió Él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: «¿No es este al que intentan matar? Pues miren cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es en realidad el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene». Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, alzó la voz: «A mí me conocen y conocen de dónde vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ese ustedes no lo conocen; yo lo conozco, porque procedo de Él, y Él me ha enviado». Entonces intentaban detenerlo; pero nadie se atrevió, porque todavía no había llegado su hora.

Reflexión: Jesús es el Mesías. Sin embargo, muchos no le creen. Lo ven actuar, lo escuchan, pero no calza con el «perfil» mesiánico que los sabios tenían en mente. Era inevitable, entonces, que Jesús, sin buscarlo, se viera envuelto en conflictos. Pero Él es paciente, su mesianismo se manifestará en su momento en la cruz. Por eso, Jesús dice que el pueblo conoce su identidad y su procedencia, pero solo superficialmente. Lo que ellos ignoran y se niegan a ver es que Él procede del Padre. La ceguera de algunos es tan grande que hasta intentan detenerlo. Sin embargo, para nosotros sus discípulos eso nos marca el rumbo a seguir: estar con Jesús es estar en contra de todo poder que oprima, mate y promueva el odio.

Oración: Señor, enséñanos a seguirte y a hacer realidad tu Evangelio en la vida concreta, cotidiana, que no se quede en puro ideales.

Sábado 16
San José Gabriel del Rosario Brochero
Jr 11, 18-20; Sal 7, 2-3.9-12; Jn 7, 40-53

Evangelio: En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: «Este es en verdad el profeta». Otros decían: «Este es el Mesías». Pero otros decían: «¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá de la descendencia de David, y de Belén, el pueblo de donde era David?». Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían arrestarlo, pero nadie le echó mano. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron: «¿Por qué no lo han traído?». Los guardias respondieron: «Jamás ha hablado nadie como ese hombre». Los fariseos les respondieron: «¿También ustedes se han dejado embaucar? ¿Hay algún magistrado o algún fariseo que haya creído en Él? Esa gente que no conoce la ley son unos malditos». Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: «¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?». Ellos le respondieron: «¿También tú eres galileo? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta». Y se fueron cada uno a su casa.

Reflexión: Aceptar a Jesús no es fácil. Para sus contemporáneos hasta sus orígenes era un problema. ¿Un Mesías de Galilea? ¿No debía ser de Jerusalén o, al menos, de Judea? Ya habíamos visto que esa también fue una dificultad para Natanael, pero él supo sobreponerse a sus prejuicios. Lo que se esperaba era que el Mesías restaurara magnificado el poder de la monarquía davídica, y Jesús no encajaba con ese ideal. Esta disputa prosiguió luego entre los fariseos y los primeros cristianos. La pretensión de estos últimos de erigir a Jesús como el salvador del mundo les parecía insensata a los primeros, ¿cómo un hombre de orígenes tan humildes podía haber sido el Mesías?

Oración: Padre bueno, ayúdanos a conocer cada vez mejor a tu Hijo Jesús para entender, desde el corazón, sus deseos, sus proyectos, su preferencia por los últimos y los pequeños.

Domingo 17
V de Cuaresma - San Patricio
Jr 31, 31-34; Sal 50, 3-4.12-15; Hb 5, 7-9; Jn 12, 20-33 - Salterio I

Evangelio: En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se desprecia a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga; y donde esté yo, allí también estará mi servidor. A quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo». La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y, cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Reflexión: A estas alturas del Evangelio de san Juan, las tensiones entre Jesús y los jefes del pueblo judío se han agudizado. Pero es en circunstancias así cuando el Señor nos llama a definir nuestra postura hacia Él: «El que quiera servirme, que me siga; y donde esté yo, allí también estará mi servidor». No hay falsas promesas, el destino del discípulo es el mismo del Maestro. El cristiano, si es consciente de su identidad y de su misión, sabrá, con el favor de Dios, responder ante las amenazas del mal. No olvidemos nunca que Dios nos dará la palabra oportuna y el gesto adecuado para ser coherentes entre lo que predicamos y lo que hacemos.

Oración: Señor, otórganos el don de hacer siempre tu voluntad en cualquier circunstancia de la vida.

Lunes 18
San Cirilo de Jerusalén, obispo y doctor
Dn 13, 1-9.15-17.19-30.33-62; F. B. Dn 13, 41-62;
Sal 22, 1-6; Jn 8, 1-11

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a Él, entonces se sentó y les enseñaba. Los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E, inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron retirando uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, que permanecía allí frente a Él. Incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más».

Reflexión: La autoridad de Jesús no se funda en el legalismo, sino en el amor misericordioso que se hace norma de vida para todo comportamiento humano. Por eso, guarda silencio frente a la insidia de los moralistas y se pone a escribir en el suelo, como si no le interesara la cuestión que le plantean. La mujer solo calla, aguardando que la apedreen. Ni se imagina que está al lado de la misericordia en persona. Para su sorpresa, Jesús confronta a los acusadores antes que a ella: «Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra». Delatados, se van retirando uno a uno. A la mujer, en cambio, el Señor solo le dirige palabras que la restauran, que le conceden el perdón de cualquier culpa.

Oración: Señor, enséñanos a perdonar y defender siempre la dignidad de los más frágiles y de los pecadores.

Martes 19
San José, esposo de la Virgen María
2 S 7, 4-5a.12-14a.16; Sal 88, 2-5.27.29; Rm 4, 13.16-18.22;
Mt 1, 16.18-21.24a o bien Lc 2, 41-51a

Evangelio: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Reflexión: Los Evangelios no registran ninguna palabra de José, pero es una figura clave en la historia de la salvación. Él obedeció la palabra del ángel y aceptó, por decisión libre y amorosa, a María como su esposa y a Jesús como su hijo. Él sostiene y protege al niño, lo educa con ternura y firmeza, le proporciona los medios que requiere para que crezca y se valga por sí mismo. Eso es José para Jesús, y, por eso, lo alabamos junto a María. José puede motivar a los jóvenes a vivir la vida con esperanza y a acogerla como un don sublime que todo lo trasciende y sobrepasa, y afronta los retos desde el amor, que vence todo temor.

Oración: Señor, permítenos dirigir y orientar nuestra vida por medio de la ternura y el amor.

Miércoles 20
Beato Francisco Palau y Quer
Dn 3, 14-20.91-92.95; Sal: Dn 3, 52-56; Jn 8, 31-42

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en Él: «Si se mantienen en mi palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres». Le respondieron: «Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Serán libres”?». Jesús les contestó: «Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo, en cambio, se queda para siempre. Y si el Hijo los hace libres, serán realmente libres. Ya sé que ustedes son descendencia de Abraham, sin embargo, tratan de matarme, porque mi palabra no ha penetrado en ustedes. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero ustedes hacen lo que han oído a su padre». Ellos replicaron: «Nuestro padre es Abraham». Jesús les dijo: «Si ustedes fueran hijos de Abraham, harían lo que hizo Abraham. Sin embargo, tratan de matarme a mí, que les he dicho la verdad que oí de Dios, y eso no lo hizo Abraham. Ustedes obran como su padre». Le replicaron: «Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo padre: Dios». Jesús les contestó: «Si Dios fuera su padre, me amarían a mí, porque yo he salido y vengo de Dios. Pues no he venido por mi cuenta, sino que Él me envió».

Reflexión: En el evangelio de Juan, la verdad es Jesús, ya que en Él se revela Dios, el Dios más auténtico. Jesús es la verdad que nos hace libres porque nos permite vivir como hijos e hijas de Dios. Sí, el Hijo es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Pero ¿de qué verdad se trata? La idea de fondo es la del Antiguo Testamento, que se refiere a aquello que es sólido, estable, seguro, probado y digno de confianza. Aquello en que podemos apoyarnos, y cuya máxima expresión es la realidad divina, la fidelidad de Dios y la solidez de la roca de su Palabra. Dice el salmista: «Dios y Señor mío, tú eres mi Dios, tus palabras son verdad» (2 S 7, 8), una idea que se repite en muchos salmos (cf. Sal 91; 111; 119).

Oración: Señor, que tu Palabra meditada desde el discernimiento diario nos haga personas libres.

Jueves 21
San Nicolás de Flue
Gn 17, 3-9; Sal 104, 4-9; Jn 8, 51-59

Evangelio: En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Les aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre». Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abraham murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no conocerá lo que es morir para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?». Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien ustedes dicen: “Es nuestro Dios”, y, sin embargo, no lo conocen. Yo sí lo conozco, y si dijera: “No lo conozco” sería, como ustedes, un mentiroso; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abraham, el padre de ustedes, se regocijó pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?». Jesús les dijo: «Les aseguro, antes que Abraham existiera, Yo soy». Entonces, tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Reflexión: Jesús hace ver a sus contemporáneos que Él es más que Abraham. Es decir, Él es el cumplimiento de las promesas que Dios hizo al padre del pueblo elegido: «El que me glorifica es mi Padre, de quien ustedes dicen: «Es nuestro Dios». […] Abraham, el padre de ustedes, se regocijó pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». Jesús es realmente la realización de las esperanzas de las Israel. Sin embargo, las autoridades judías, en lugar de aceptar la vida que se expresa en Jesús, planean su muerte. Ciertamente, los jefes del pueblo están comprometidos con la muerte. De esa forma, se desenmascara con claridad un sistema religioso no comprometido con el Dios que quiere la vida de su pueblo.

Oración: Padre santo, fortalece a tu Iglesia para que construyamos comunidades donde reinen el diálogo y el compromiso con el Evangelio.

Viernes 22 (abstinencia)
Santa Lía
Jr 20, 10-13; Sal 17, 2-7; Jn 10, 31-42

Evangelio: En aquel tiempo, los judíos de nuevo agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les dijo: «Muchas obras buenas, por encargo de mi Padre, les he mostrado. ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?». Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios». Jesús les respondió: «¿No está escrito en la ley de ustedes: “Yo les digo: Ustedes son dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿dicen ustedes que blasfema por haber dicho que es Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que comprendan y sepan que el Padre está en mí, y yo en el Padre». Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escapó de las manos. Jesús se fue de nuevo a la otra orilla del Jordán, al lugar donde anteriormente había estado bautizando Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a Él y decían: «Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo acerca de este hombre era verdad». Y muchos allí creyeron en Él.

Reflexión: Ante un nuevo intento por lapidarlo, Jesús se defiende demostrando que las obras que realiza provienen de la voluntad de Dios. Es cierto, no puede presentar testimonios humanos que acrediten su misión de Mesías. Pero las obras hablan por sí solas. Ellas son signos liberadores que hacen presente la salvación de Dios. Los sencillos y los pobres son beneficiarios de su amor, que no permite que nadie se pierda. Las curaciones de enfermos que obra Jesús y sus acciones en favor de la vida, rehacen la creación rota por el pecado de los hombres, salvan al mundo de la muerte, liberan, dan vida aun a quienes quieren apedrearlo.

Oración: Señor Jesús, abre nuestros ojos enceguecidos para que veamos las muchas acciones que Dios obra para edificar nuestras vidas.

Sábado 23
San José de Oriol
Ez 37, 21-28; Sal: Jr 31, 10-13; Jn 11, 45-57

Evangelio: En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en Él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en Él, y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación». Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Ustedes no comprenden nada; no se dan cuenta de que les conviene que solo un hombre muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera». Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso, Jesús ya no andaba públicamente con los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: «¿Qué les parece? ¿No vendrá a la fiesta?». Los sumos sacerdotes y fariseos habían dado órdenes de que si alguno conocía el lugar donde Él se encontraba, les avisara para detenerlo.

Reflexión: El Padre se complace y acepta el amor que su Hijo demuestra dando la vida por sus amigos, y le confiere a esa entrega una eficacia salvadora perpetua. Caifás, sin quererlo, lo anuncia: «¿No se dan cuenta de que es preferible que muera un solo hombre por el pueblo, a que toda la nación sea destruida?». Efectivamente, ¿qué sentido tiene que un solo hombre muera por toda la nación? Jesucristo cancela la deuda contraída por la humanidad pecadora, su sangre es el precio valioso que ha conseguido para nosotros la vida. Es difícil comprender que un inocente pague por todos. Lo que hizo Dios fue enviar a su Hijo para que se identificara con sus hermanos mediante un amor que lo llevaría incluso a asumir solidariamente el sufrimiento y la muerte.

Oración: Señor Jesús, te pedimos que sepamos acompañarte en tu pasión y, si es tu voluntad, que incluso seamos capaces de dar la vida por tus preferidos.

Domingo 24
Domingo de Ramos
San Oscar Romero, mártir
Procesión de las palmas: Mc 11, 1-10 o bien Jn 12, 12-16
Misa: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-20.23-24; Flp 2, 6-11; Mc 14, 1—15, 47

Pasión de nuestro Señor Jesucristo
 = Sacerdote C = Cronista S = Otros personajes

Pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte
C. Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los Panes Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando el modo de arrestar a Jesús con engaño y darle muerte. Pero decían: S. «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo».

Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura

C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados: S. «¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselos a los pobres». C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:  «Déjenla, ¿por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; pero a mí no me tienen siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Les aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el evangelio, se recordará también lo que ha hecho esta mujer».

Prometieron dinero a Judas Iscariote

C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?

C. El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: S. «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». C. Él envió a dos discípulos, diciéndoles:  «Vayan a la ciudad, encontrarán un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y, en la casa en que entre, díganle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Él les mostrará en el piso de arriba una sala grande y bien alfombrada. Prepárennos allí la cena». C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Uno de ustedes me va a entregar: uno que está comiendo conmigo

C. Al atardecer fue Él con los Doce. Mientras estaban a la mesa comiendo, dijo Jesús:  «Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar: uno que está comiendo conmigo». C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro: S. «¿Seré yo?». C. Respondió: «Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del Hombre se va, como está escrito de Él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre! ¡Más le valdría no haber nacido!».

Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre, sangre de la alianza

C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:  «Tomen, esto es mi cuerpo». C. Y, tomando en sus manos una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:  «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».

Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres

C. Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo:  «Todos ustedes se van a escandalizar, como está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas”. Pero, cuando resucite, iré antes que ustedes a Galilea». C. Pedro replicó: S. «Aunque todos te abandonen, yo no». C. Jesús le contestó:  «Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres». C. Pero él insistía: S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré». C. Y los demás decían lo mismo.

Empezó a sentir terror y angustia

C. Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:  «Siéntense aquí mientras voy a orar». C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:  «Me muero de tristeza; quédense aquí velando». C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de Él aquella hora; y dijo:  «¡Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres». C. Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:  «Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velen y oren, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil». C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, pues sus ojos se cerraban de sueño. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:  ¿Todavía están dormidos y descansando? ¡Basta ya! Ha llegado la hora; miren que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense, vamos! Ya está cerca el que me va a entregar.

Arréstenlo y llévenlo bien custodiado

C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: S. «Al que yo bese, ese es; arréstenlo y llévenlo bien custodiado». C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo: S. «¡Maestro!». C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo arrestaron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:  «¿Han salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario estaba con ustedes enseñando en el templo, y no me detuvieron. Pero es necesario que se cumplan las Escrituras». C. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, cubierto tan solo con una sábana. Lo detuvieron, pero él, soltando la sábana, se escapó desnudo.

¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?

C. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados junto al fuego para calentarse. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra Él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonio contra Él, diciendo: S. «Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres”». C. Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús: S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?». C. Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole: S. «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?». C. Jesús contestó:  «Sí, lo soy. Y verán que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo». C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo: S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Han oído la blasfemia. Ustedes, ¿qué dicen?» C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: S. «Adivina quién fue». C. Y los criados le daban bofetadas.

No conozco a ese hombre de quien ustedes hablan

C. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo: S. «También tú andabas con Jesús, el Nazareno». C. Él lo negó, diciendo: S. «Ni sé ni entiendo lo que quieres decir». C. Salió fuera, a la entrada, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes: S. «Este es uno de ellos». C. Y él lo volvió a negar. Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro: S. «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo». C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: S. «No conozco a ese hombre de quien ustedes hablan». C. Y enseguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y se echó a llorar.

¿Quieren que suelte al rey de los judíos?

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: S. «¿Eres tú el rey de los judíos?» C. Él respondió:  «Tú lo dices». C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti». C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó: S. «¿Quieren que suelte al rey de los judíos?». C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes alborotaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: S. «¿Qué hago con el que ustedes llaman rey de los judíos?» C. Ellos gritaron de nuevo: S. «¡Crucifícalo!». C. Pilato les dijo: S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?». C. Ellos gritaron más fuerte: S. «¡Crucifícalo!». C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado

C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y reunieron a toda la tropa. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: S. «¡Salve, rey de los judíos!». C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante Él. Terminada la burla, le quitaron el manto de color púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.

Llevaron a Jesús al Gólgota y lo crucificaron

C. Y a un tal Simón, natural de Cirene, el padre de Alejandro y Rufo, que al regresar del campo pasaba por allí, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero Él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero estaba escrita la causa de su condena: «El rey de los judíos». Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor».

A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar

C. Los que pasaban lo injuriaban, haciendo muecas y diciendo: S. «¡Eh, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz!». C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de Él, diciendo: S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos». C. También los que estaban crucificados con Él lo insultaban.

Jesús, dando un fuerte grito, expiró

C. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:  «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní». C. Que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían: S. «Mira, está llamando a Elías». C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo: S. «Déjenlo, a ver si viene Elías a bajarlo». C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa

C. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: S. «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que, cuando Él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén.

José rodó una piedra a la entrada del sepulcro

C. Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble senador, que también aguardaba el Reino de Dios; armándose de valor, se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.

Reflexión: Más que muchas explicaciones, lo que necesitamos es contemplar en silencio los «trabajos, fatigas y dolores de Cristo, nuestro Señor». Es cierto, la pasión de Jesús ocurrió entre terribles sufrimientos, pero más que eso, debemos contemplar lo que ella significa, ya que nos revela el proyecto salvífico y la fidelidad del Padre, su amor infinito por la humanidad. Al meditarla, no nos focalicemos en similitudes y comparaciones con los sufrimientos que también padecen multitudes de seres humanos. Las semejanzas son ciertas, pero nos hacen perder de vista a Jesús, el centro de nuestra fe. Mantengámonos en actitud contemplativa para entender con lucidez el significado del dolor y los padecimientos de Cristo.

Oración: Señor, permítenos acompañarte en tu pasión con actitud contemplativa y agradecida.

Lunes 25
La solemnidad de la Anunciación del Señor se traslada al 8 de abril.
Lunes Santo
Is 42, 1-7: Sal 26, 1-3.13-14; Jn 12, 1-11

Evangelio: Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y los secó con su cabello. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa se llevaba lo que iban echando en ella. Jesús dijo: «Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tienen». Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro porque, a causa de él, muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

Reflexión: Este pasaje nos ofrece una gran lección de generosidad, que se fundamenta en el amor de Dios, el cual no escatima ni hace cálculos. El gesto de María es una gran enseñanza para los discípulos del Señor, pues orienta nuestra conducta y nuestras relaciones con el prójimo. Muestra que el amor es el que sostiene a la comunidad de creyentes, simbolizada en Betania por Marta, María, Lázaro y los apóstoles. El perfume que emplea María es, en realidad, la presencia del Espíritu Santo que llena con su fragancia toda la casa. Es como la fe, que se expande libremente y no puede reservarse como algo puramente privado. El perfume se expande; Cristo no se guarda para sí, sino que se dona generosamente a la humanidad.

Oración: Señor Jesús, haznos cada día mejores discípulos tuyos para que llevemos por el mundo la fragancia de tu Evangelio.

Martes 26
Martes Santo
Is 49, 1-6; Sal 70, 1-6.15.17; Jn 13, 21-33.36-38

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús, profundamente conmovido, dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros perplejos sin saber por quién lo decía. Uno de ellos, el discípulo al que Jesús tanto quería, estaba reclinado sobre el pecho de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». Jesús le contestó: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan mojado». Y, mojando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que tienes que hacer hazlo pronto». Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo: y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: “Adonde yo voy, ustedes no pueden venir”». Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde». Pedro insistió: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Jesús le contestó: «¿Darás tu vida por mí? Pues te aseguro que antes que cante el gallo me negarás tres veces».

Reflexión:Este pasaje del Evangelio nos revela que Jesús vence a la muerte, aunque, por momentos, pareciera que el mal triunfa. Lo vemos en la actitud de Judas que nos genera múltiples interrogantes: ¿impotencia de Dios ante la libertad del ser humano? ¿Cómo se posiciona Dios ante la debilidad humana? ¿Puede evitarse el mal? Ciertamente, Dios respeta la libertad del ser humano, pero no cabe duda de que la luz vencerá a las tinieblas. Judas empleó mal su libertad; al abandonar al Señor, dejó que el mal entre en él. Pero Jesús no cede a la decepción, ve más allá: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del Hombre, y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, también Dios lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto».

Oración: Permítenos, Señor Jesús, acompañarte en el camino de tu cruz para que la certeza de cuánto nos amas fortalezca nuestras esperanzas.

Miércoles 27
Miércoles Santo
Is 50, 4-9a; Sal 68, 8-10.21-22.31.33-34; Mt 26, 14-25

Evangelio: En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?». Ellos acordaron darle treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». Él contestó: «Vayan a la ciudad, a casa de Fulano, y díganle: “El Maestro dice: Mi hora está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar». Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «Señor, ¿acaso seré yo?». Él respondió: «El que ha mojado su pan en el mismo plato que yo, ese me va a entregar. El Hijo del Hombre se va, como está escrito de Él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!; más le valdría no haber nacido». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió: «Tú lo has dicho».

Reflexión: La traición de Judas constituye uno de los momentos oscuros de la pasión. Sin embargo, el evangelista sabe también que de la oscuridad de la pasión brotará la luz de la resurrección, (cf. Mt 16, 21; 17, 23; 20, 19). Jesús, sin embargo, procura salvar a su discípulo, por eso trata con afabilidad a Judas, intenta advertirle del error que está cometiendo. No lo humilla ni lo insulta, simplemente le dice: «Tú lo has dicho». Una amonestación indulgente, como esperando que se arrepienta. Sin embargo, Judas ya había cerrado su corazón: «El Hijo del Hombre se va, tal como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel que entrega al Hijo del Hombre! ¡Más le valdría no haber nacido!».

Oración: Señor, que podamos entender desde el corazón y vivir la vida diaria desde el amor que Jesús nos ha enseñado.

Jueves 28
Jueves Santo
Misa de la Cena del Señor: Ex 12, 1-8.11-14; Sal 115, 12-13.15-18; 1 Co 11, 23-26; Jn 13, 1-15

Evangelio: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, cuando el diablo ya había metido en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregar a Jesús. Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en una jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y este le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo». Simón Pedro le dijo: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También ustedes están limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos están limpios». Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprenden lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman “el Maestro” y “el Señor”, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros; les he dado ejemplo, para que lo que hice con ustedes, ustedes también lo hagan».

Reflexión: La pascua, que significa «paso», representa para los cristianos el paso de Jesús de este mundo hacia el Padre. El sentido de este acontecimiento nos lo dice el evangelista mismo: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo». Él asume la misión confiada por el Padre hasta las últimas consecuencias; y todo por amor. Pero ¿qué significa amar hasta el extremo? La respuesta concreta la encontramos en el lavatorio de los pies, fuente y origen de toda comunidad cristiana; ya que ellas no se rigen por las ambiciones de poder, sino por el servicio mutuo. Las reticencias a este camino las vemos en Pedro, que no puede entender que el Señor también sea servidor. Pero luego comprende que esa es, de verdad, la senda para una humanidad más fraterna y justa.

Oración: Señor Jesús, enséñanos a hacer del servicio nuestro camino de realización en la vida.

Viernes 29
Viernes Santo (ayuno y abstinencia)
Is 52, 13—53, 12; Sal 30, 2.6.12-13.15-17.25; Hb 4, 14-16; 5, 7-9; Jn 18, 1—19, 42

Pasión de nuestro Señor Jesucristo
 = Sacerdote C = Cronista S = Otros personajes

Prendieron a Jesús y lo ataron

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí Él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el lugar, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas, entonces, llevando consigo un destacamento de soldados romanos y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo:  «¿A quién buscan?». C. Le contestaron: S. «A Jesús, el Nazareno». C. Les dijo Jesús:  «Yo soy». C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:  «¿A quién buscan?». C. Ellos dijeron: S. «A Jesús, el Nazareno». C. Jesús contestó:  «Les he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que estos se vayan». C. Y así se cumplió lo que él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la desenvainó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:  «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».

Llevaron a Jesús primero a Anás

C. El destacamento, el comandante y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo». Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro: S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». C. Él dijo: S. «No lo soy». C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó:  «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, y que ellos digan de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo». C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?». C. Jesús respondió:  «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero, si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?». C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy

C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron: S. «¿No eres tú también de sus discípulos?». C. Él lo negó, diciendo: S. «No lo soy». C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: S. «¿No te he visto yo con Él en el huerto?». C. Pedro volvió a negarlo, y enseguida cantó un gallo.

Mi Reino no es de este mundo

C. Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al palacio del gobernador romano. Era el amanecer, y ellos no entraron en el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo: S. «¿Qué acusación presentan contra este hombre?». C. Le contestaron: S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado». C. Pilato les dijo: S. «Llévenselo ustedes y júzguenlo conforme a su propia ley». C. Los judíos le dijeron: S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie». C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el palacio, llamó a Jesús y le dijo: S. «¿Eres tú el rey de los judíos?». C. Jesús le contestó:  «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». C. Pilato replicó: S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». C. Jesús le contestó:  «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí». C. Pilato le dijo: S. «Entonces, ¿ttú eres rey?». C. Jesús le contestó:  «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». C. Pilato le dijo: S. «Y, ¿qué es la verdad?». C. Dicho esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo: S. «Yo no encuentro en Él ninguna culpa. Es costumbre entre ustedes que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Quieren que deje en libertad al rey de los judíos?». C. Volvieron a gritar: S. «A ese no, a Barrabás». C. El tal Barrabás era un bandido.

¡Salve, rey de los judíos!

C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto color púrpura; y, acercándose a Él, le decían: S. «¡Salve, rey de los judíos!». C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: S. «Miren, lo traigo de nuevo, para que sepan que no encuentro en Él culpa alguna». C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: S. «Aquí está el hombre». C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!». C. Pilato les dijo: S. «Llévenselo ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en Él». C. Los judíos le contestaron: S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios». C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el palacio, dijo a Jesús: S. «¿De dónde eres tú?». C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?». C. Jesús le contestó:  «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

¡Fuera, fuera; crucifícalo!

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César». C. Pilato, entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: S. «Aquí tienen a su rey». C. Ellos gritaron: S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!». C. Pilato les dijo: S. «¿Acaso voy a crucificar a su rey?». C. Contestaron los sumos sacerdotes: S. «No tenemos más rey que el César». C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Lo crucificaron, y con Él a otros dos

C. Tomaron a Jesús, y Él, cargando con la cruz, salió hacia el lugar llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado, y, en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: S. «No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Soy el rey de los judíos”». C. Pilato les contestó: S. «Lo escrito, escrito está».

Se repartieron mis ropas

C. Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: S. «No la rasguemos, vamos a sortearla, a ver a quién le toca». C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis vestiduras y echaron a suerte mi túnica». Esto fue lo que hicieron los soldados.

Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre

C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:  «Mujer, ahí tienes a tu hijo». C. Luego, dijo al discípulo:  «Ahí tienes a tu madre». C. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

Todo está cumplido

C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:  «Tengo sed». C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:  «Todo está cumplido». C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

Y al punto brotó sangre y agua

C. Los judíos entonces, como era día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con Él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto brotó sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».

Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas

C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unos treinta kilos de una mezcla de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a sepultar entre los judíos. Había un huerto en el lugar donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido sepultado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Reflexión: Mirando globalmente la vida de Jesús, ¿qué podemos decir de su pasión y muerte? Pues que fue la consecuencia previsible de su vida pública. Los textos litúrgicos de hoy nos muestran que Jesús opta por su cuenta ir a Jerusalén, a pesar de la amenaza que eso representaba. Él, por tanto, entrega su vida libremente. Por eso, los textos de este día especial nos muestran que el amor de Jesús es mucho más fuerte que los sufrimientos que padeció. Asimismo, nos invitan a purificar nuestras imágenes de Dios, pues lo que lo caracteriza es el amor, un amor que cura nuestras heridas y, si nos abrimos a Él, transforma nuestra existencia.

Oración: Señor Jesús, muéstranos el camino para saber acompañar a las personas que sufren.

Sábado 30
Vigilia Pascual en la Noche Santa
1) Gn 1, 1—2, 2; F. B. Gn 1, 1.26-31a; Sal 103, 1-2.5-6.10.12-14. 24.35 o bien Sal 32, 4-7.12-13.20.22
2) Gn 22, 1-18; F. B.. Gn 22, 1-2.9a.10-13.15-18; Sal 15, 5.8-11
3) Ex 14, 15—15, 1; Sal: Ex 15, 1-6.17-18
4) Is 54, 5-14; Sal 29, 2.4-6.11-13
5) Is 55, 1-11; Sal: Is 12, 2-6
6) Ba 3, 9-15.32—4, 4; Sal 18, 8-11
7) Ez 36, 16-28; Sal 41, 3.5; 42, 3-4 o bien Sal 50, 12-15.18-19
Epístola: Rm 6, 3-11; Sal 117, 1-2.16-17.22-23; Mc 16, 1-7

Evangelio: Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: «No se asusten. ¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Miren el sitio donde lo pusieron. Ahora vayan a decirle a sus discípulos y a Pedro: Él va camino de Galilea; allí lo verán tal como les dijo».

Reflexión: El pasaje de hoy podemos decir que nos sitúan en la aurora; las tinieblas de la muerte de Jesús van quedando atrás mientras vemos emerger con toda su fuerza la luz de la resurrección. Las palabras del ángel buscan abrir los ojos a la comunidad, para que vean la nueva realidad. Ya no tiene sentido buscar a Jesús entre los muertos, hay que buscarlo en Galilea, en medio de nuestro pueblo. Por tanto, las palabras del ángel son reconfortantes, producen paz y buen ánimo, que se irá transformando en una fe sólida y sostenida por el Resucitado.

Oración: Señor Jesús, permítenos salir a tu encuentro en las «galileas» de nuestros tiempos para que nos fortalezcas con tu nueva vida.

Domingo 31
Resurrección del Señor
Hch 10, 34a. 37-43; Sal 117, 1-2.16-17.22-23; Col 3, 1-4; o bien 1 Co 5, 6b-8; (secuencia) Jn 20, 1-9; o bien (misas vespertinas) Lc 24, 13-35

Evangelio: El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando aún estaba oscuro, y vio la piedra quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo y fueron rápidamente al sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo, pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.

Reflexión: ¿Quiénes fueron los primeros testigos de la tumba vacía? Esa es la primera cuestión que solemos plantearnos al pensar en la resurrección de Jesús. Pero ¿importa realmente esta pregunta? Lo realmente relevante es el mensaje que Él nos ha dejado, es decir, que no lo busquemos en la penumbra de una tumba vacía, sino en la vida misma. Bajo este criterio, lo más probable es que, con este pasaje, san Juan aluda a las relaciones, no siempre fluidas, de las comunidades joánicas, representadas por el discípulo amado, y la gran Iglesia, representada por Pedro. El Resucitado es la fuente de quien mana la unidad de la Iglesia.

Oración: Señor, ayúdanos construir una Iglesia que vaya al ritmo de las circunstancias actuales de nuestro mundo porque tú habitas en la realidad.

Lunes 01 abril
Octava de Pascua
Hch 2, 14.22-33; Sal 15, 1-2.5.7-11; Mt 28, 8-15

Evangelio: En aquel tiempo, las mujeres se alejaron a prisa del sepulcro; y corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alégrense». Ellas se acercaron, se postraron ante Él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: «No tengan miedo. Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán». Mientras las mujeres iban de camino, algunos guardias fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma de dinero, con esta consigna: «Digan: “Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos”. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros lo convenceremos y a ustedes los sacaremos de apuros». Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta versión se ha ido difundiendo entre los judíos hasta el día de hoy.

Reflexión: No busquemos a Jesús entre los muertos. Eso fue lo que hicieron estas santas mujeres, fueron al sepulcro a honrar un cadáver. Pero el anuncio de la resurrección lo cambió todo, entonces supieron ver donde debían. La fe en la resurrección propicia en nosotros el encuentro con una persona viva que nos transforma, nos desinstala y nos envía a anunciar la Buena Noticia de que la muerte y el mal de este mundo no tienen la última palabra. «¡Alégrense! ¡No tengan miedo!», ese es el mensaje que debemos transmitir. La paz y la alegría son los signos inequívocos de la resurrección de Cristo.

Oración: Señor, haz portadores y mensajeros de tu paz y tu alegría, sobre todo, para aquellos que viven desolados.

Martes 02 abril
Octava de Pascua
Hch 2, 36-41; Sal 32, 4-5.18-20.22; Jn 20, 11-18

Evangelio: En aquel tiempo, fuera, junto al sepulcro, estaba María Magdalena, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntaron: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Dicho esto, dio media vuelta y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Ella, pensando que era el jardinero, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella lo reconoce y le dice en hebreo: «¡Raboni!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dijo: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre de ustedes, al Dios mío y Dios de ustedes”». María Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto».

Reflexión: María Magdalena es una figura clave en los acontecimientos de la resurrección y desempeñó un papel crucial en la Iglesia naciente. Ella es la primera persona que se encuentra con el Resucitado, representa a la Iglesia que busca a su Señor en medio de las crisis. También podemos notar un paralelismo con el discípulo amado, quien creyó con solo ver los signos de la tumba vacía. María Magdalena, en cambio, despertó a la fe al escuchar al Señor que la llamaba por su nombre. Por medio del amor, la fe se convierte en una experiencia personal del Resucitado: «A quien me ama el Padre lo amará y yo también lo amaré y me manifestaré a Él» (Jn 14, 21).

Oración: Señor, danos la gracia de conocerte a profundidad para que seamos testigos creíbles de tu resurrección.

Miércoles 03 abril
Octava de Pascua
Hch 3, 1-10; Sal 104, 1-4.6-9; Lc 24, 13-35

Evangelio: Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a un pueblo llamado Emaús, distante unos once kilómetros de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué es lo que vienen conversando por el camino?». Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?». Él les preguntó: «¿Qué ha pasado?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que Él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a Él no lo vieron». Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes son ustedes para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura. Ya cerca del pueblo donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le insistieron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque ya atardece y está anocheciendo». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero Él desapareció. Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Reflexión: Como nosotros, Lucas también se preguntaba por la presencia de Dios en el mundo a la hora de platear su catequesis. Su respuesta se basaba en una convicción: Dios está presente cuando dos o tres nos reunimos en su nombre, cuando meditamos su Palabra, cuando acogemos al sin techo o compartimos el pan con el hambriento, cuando celebramos la Eucaristía... En este texto vemos cómo Jesús se presenta a su comunidad abatida a causa de su muerte. El encuentro con el Resucitado devuelve la esperanza a los discípulos de Emaús. Pero notemos que ese encuentro es comunitario, porque «¡ay del solo si cae, no tiene quien lo levante!» (Qo 4, 10). En cambio, quienes afrontan las crisis en comunidad descubrirán la presencia del Señor entre ellos.

Oración: Señor, fortalece los lazos fraternos de tu Iglesia para que sintamos y seamos portadores de tu presencia.

Jueves 04 abril
Octava de Pascua
Hch 3, 11-26; Sal 8, 2.5-9; Lc 24, 35-48

Evangelio: En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice: «Paz a ustedes». Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: «¿Por qué se asustan?, ¿por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Tóquenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría y el asombro, les dijo: «¿Tienen ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que les decía mientras estaba con ustedes: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse». Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: «Así estaba escrito: el Cristo padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto».

Reflexión: La fe en la Resurrección es un don, pero no es fácil acogerlo. Como hemos visto, la primera sorpresa que se llevaron los discípulos es descubrir la tumba de Jesús vacía; pero, por sí solo, ese hecho se prestaba a múltiples interpretaciones, como la del robo del cuerpo. La fe en sí nace de una experiencia, del encuentro con el Resucitado que ocurre por iniciativa suya. Él es quien nos concede la gracia de reconocer su presencia entre nosotros, como hace con los discípulos de Emaús o la comunidad reunida en Jerusalén. Pero no es fácil reconocerlo, el miedo, las dudas, la tristeza suelen interponerse. Unos quedaron atónitos, otros se llenan de dudas y otros creen ver un fantasma.

Oración: Señor Jesús, disipa nuestras dudas y temores cuando nos sobrevengan tiempos difíciles y parezca que estás ausente.

Viernes 05 abril
Octava de Pascua
Hch 4, 1-12; Sal 117, 1-2.4.22-27; Jn 21, 1-14

Evangelio: En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Y se apareció de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dijo: «Me voy a pescar». Ellos contestaron: «También nosotros vamos contigo». Fueron pues y subieron a la barca; pero aquella noche no pescaron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Ellos contestaron: «No». Él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán». La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la abundancia de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dijo a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban solo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra, vieron unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos peces que acaban de pescar». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, y lo mismo hizo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Reflexión: Evangelización y Eucaristía son dos pilares de la fe en el Resucitado. La Eucaristía constituye el principio y fin que da sentido a la comunidad cristiana. Por eso, vemos que la «pesca» de la Iglesia concluye con la comida: «Vengan a comer». Pedro, aunque había negado a Jesús, sigue siendo el líder y guía de la comunidad; él la orienta para que se reúna entorno de la permanente presencia de Cristo resucitado. En la Eucaristía le ofrecemos nuestro pan y vino, pero Él es nuestro anfitrión; la iniciativa divina y la acción humana se juntan. Jesús nos ofrece el don de su cuerpo y, por medio de la comunión, nos hace partícipes de su vida y su misión evangelizadora.

Oración: Señor, danos la gracia de compartir lo que somos y lo que tenemos, y que siempre estemos dispuestos a hacer tu voluntad.

Sábado 06 abril
Octava de Pascua
Hch 4, 13-21; Sal 117, 1.14-21; Mc 16, 9-15

Evangelio: Jesús, que había resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oír que estaba vivo y que ella lo había visto, no le creyeron. Después se apareció con aspecto diferente a dos de ellos que iban caminando hacia el campo. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: «Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación».

Reflexión: Nuestra fe en Jesús orienta nuestra vida cristiana. Sin embargo, hemos de saber que los primeros cristianos, desde el principio, afrontaron desafíos. Pronto debieron hacer frente a persecuciones, algunas comunidades, incluso, tuvieron que profesar su fe en la clandestinidad. Una de las preguntas debió ser cómo articular la victoria de Cristo resucitado con la persistente presencia del mal en el mundo. Solo quedaba un camino: vivir desde la fe-confianza en el Señor que sigue actuando en el mundo por medio de sus discípulos. Aunque el Evangelio no se impone a la fuerza, es por medio de ellos como Jesús sigue manifestando el Reino de Dios y la salvación para quienes creen y se bauticen

Oración: Señor, fortalece nuestra confianza en ti para que, como Iglesia, sigamos haciendo presente tu Reino en el mundo.

Domingo 7 abril
II de Pascua o de la Divina Misericordia
Hch 4, 32-35; Sal 117, 2-4.16-18.22-24; 1 Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31
Salterio II

Evangelio: Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan les quedan retenidos». Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a ustedes». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo: aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Reflexión: A veces, dudamos de la Palabra del Señor, pero, con frecuencia, también nos resistimos a creer en el testimonio de la comunidad. Este es el caso de Tomás, la palabra de sus condiscípulos no le parece creíble. Quiere ver signos tangibles por sí mismo, su guía es el dicho «No creer hasta ver». Nada que hacer entonces, deben esperar hasta una nueva manifestación del Señor. Cuando eso ocurre una semana después, Tomás ablanda su corazón y confiesa: «Señor mío y Dios míos», todo un acto de fe. El reto, por tanto, es también que el testimonio de la comunidad sea creíble.

Oración: Señor, danos la gracia de ser buenos testigos de tu vida y tu Palabra.

 
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