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LA HERENCIA PERDIDA
-Por Marcelo E. Miraglia-

Desde La cuna recibimos valores que formarán parte de nuestra vida. “Toda persona humana posee capacidad de cambio para bien o para mal”: frase que contiene tanta sabiduría y que jamás lograremos profundizar lo suficiente ni agotar su verdadera magnitud. El bagaje cultural que se transmite a lo largo de las generaciones está lleno de valores que a veces los desestimamos. No todos los asimilan de la misma manera; algunos los dejan arrumbados y hasta los olvidan para su presente y futuro. No obstante recordemos que siempre queda abierta la puerta para renovar nuestro corazón.

Cuando Alcira y Fausto se casaron su proyecto fue formar una hermosa familia. Con el transcurso de los años lo lograron. Tuvieron dos hijos: Federico y Ernesto, quienes fueron para ellos “la luz de sus ojos”. Se dedicaron con total diligencia a sus cuidados y educación, no repararon en esfuerzos ni en gastos para ello. Fausto trabajaba largas jornadas en el taller mecánico y Alcira en varias casas de familia realizando tareas domésticas. Fueron largos años  de muchos sacrificios para ambos, que consumieron gran parte de su vida en común. Más adelante pudieron adquirir una pequeña casa que conservaban con esmero y amor.

Federico y Ernesto entrando en su etapa juvenil comenzaron a cuestionarse algunos valores transmitidos por sus padres. Para ellos la honradez, la honestidad, la fe, la responsabilidad, laboriosidad, solidaridad, la familia, el amor al prójimo y otros más, pasaron a un plano casi inexistente, incluso hasta desembocar en ciertas discusiones con tono elevado. Ellos se dejaban influir por el individualismo, la vida fácil y el materialismo. Un día estando en total desacuerdo con sus padres decidieron marcharse y hacer su vida lejos del hogar.

Con todo el dolor del alma, debieron aceptar la decisión tomada por sus hijos; a partir de ese momento la casa comenzó a quedarles grande y vacía. La salud de Fausto se fue resintiendo con el correr del tiempo. Un mediodía se sintió mal y fue internado en el hospital presentando un infarto al miocardio. Los médicos intentaron hacer todo lo posible para salvarle la vida pero no pudieron. Al recibir la mala noticia, Alcira se entristeció profundamente. Dentro de  un mar de llanto comenzó a recordar distintos momentos vividos junto a Fausto. Por ejemplo recordó cuando se conocieron, su casamiento, la concreción de su proyecto como familia y tantas otras circunstancias que los unieron con más intensidad. También se hicieron eco en ella ciertos diálogos mantenidos con él; en uno de ellos -muy reciente- Fausto le decía: “Alcira, si me ocurre algo te queda mi pensión y además tengo guardado en algún lugar de casa algunos miles de dólares para que puedas vivir con un poco más de dignidad cuando ya no esté”.

Pasado unos meses del trago amargo, Alcira le comentó a sus hijos el último diálogo mantenido con Fausto. Inmediatamente sus hijos comenzaron a buscar los dólares por toda la casa. Al no encontrar nada enfurecidos trataron a su padre fallecido de mentiroso y miserable, palabras que ofendieron y provocaron mucho dolor a Alcira, ya que jamás esperó esta reacción de sus propios hijos. Federico y Ernesto convinieron en internar a su madre en una residencia para ancianos sin importar su parecer, y luego cegados por su profunda codicia vendieron la casa al mejor postor repartiéndose el botín entre ambos para saciar su sed materialista. Alcira a los pocos meses de internada en el hogar falleció de tristeza al ver las malas actitudes de sus hijos.

La casa fue adquirida por una empresa constructora cuyo proyecto era realizar en el lugar un edificio torre. Al demoler la casa los albañiles notaron que en una pared había algo raro. De inmediato dieron aviso al ingeniero quien supervisó personalmente el trabajo. Para su sorpresa encontraron incrustados en la pared  tres lingotes de oro de 1 kilogramo de peso cada uno. Al correr la noticia todo el barrio se convulsionó. Federico y Ernesto con su ambición desmedida al enterarse recurrieron a la justicia con sus abogados solicitando para sí el hallazgo, pero fue algo infructuoso, ya era muy tarde.

En el siglo IV san Basilio Magno en una de sus muy interesantes homilías decía lo siguiente: “Tu miras el oro, y no miras a tu hermano. Reconoces el cuño de la moneda y disciernes la genuina de la falsa, y desconoces de todo punto a tu hermano en el tiempo de necesidad”.

El mundo en que vivimos está plagado de “antivalores”. Éstos persiguen de a poco corromper a las personas y destruir el tejido social. El ser humano ha sido creado para crecer en el amor; vivimos relacionándonos constantemente unos con otros y esto nos enriquece a todos. Los valores que realmente nos hacen crecer en humanidad son los que nacen del Evangelio tomando a Jesús como modelo de vida. Nadie tendría que dejarse confundir - menos aún los  que nos llamamos cristianos-. Jesús rompió nuestras ataduras al pecado y a la muerte; vivamos con esperanza y mucha alegría la herencia que hemos recibido y recordemos que la conversión siempre es posible.

Para la reflexión:

-En esta historia: ¿cuál es la verdadera herencia perdida?
-¿Qué antivalores son más comunes en nuestra sociedad?
-¿Cuáles son los valores que has recibido como herencia?
-¿Qué valores te proponés sembrar en tu entorno?

 

 

 
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